164. EL TROVADOR QUE MURIÓ DE AMOR
(SIGLO ¿XV? BARBASTRO)
Cuenta la leyenda la triste historia de
un joven y buen trovador que recorría las tierras del reino de
Aragón tañendo el laúd y la viola e interpretando las canciones
que el mismo componía. Al terminar cada actuación, era normal que todos los asistentes
intentaran gratificar su trabajo con dinero, joyas e incluso
animales, mas el trovador rechazaba siempre los bienes materiales que
gustosos le ofrecían, pues prefería la amistad y el simple
reconocimiento de su arte. Cuando entendía haber logrado ese
reconocimiento, era el momento de ir en busca de nuevos horizontes.
Un buen día que iba de camino de un pueblo a otro por el Somontano, entre olivares y almendros, halló a
un montero responsable de una jauría que cazaba venados. Estaba éste
haciendo un alto en la cacería para dar respiro a los perros cansados y ambos entablaron amistosa y animada conversación al amor
reconfortante de un trago de vino.
El trovador, agradecido por la
conversación, preguntó al cazador a qué casa o familia servía. La
respondió el montero que al señor conde de Entenza, llamado don
Fernando, un buen amo. Aquella contestación gustó al trovador que
manifestó estar dispuesto a cantar para señor tan querido, así es
que le pidió al montero que avisara al conde de que le encontraría
en Barbastro si quería que le amenizara alguna velada en familia.
Poco tiempo pasó cuando, siguiendo los
acordes del laúd, el montero, que había cumplido el encargo, dio
con el trovador que estaba componiendo una nueva balada a la orilla
del Vero. Su amo le esperaba, le dijo.
Reunido se halla ya el grupo de la
familia condal, sentados todos junto a pendones y banderas y rodeados
de damas y garzones, para escuchar al trovador; entre todos destaca,
sin duda, la bella condesita Maribel. Tras sus cantares, el trovador
vagabundo deja su viola y extiende su mano a todos para recibir su
reconocimiento. Doblas de plata le entrega la condesa, pero él las
rechaza y, mirando a la condesita, de su belleza queda prendado.
Entonces Maribel se levanta y, recogiendo su velo, ofrece al joven
trovador un beso en la frente. Nunca obtuvo el trovador mejor premio.
Y dicen las crónicas del vulgo que a las pocas horas el trovador
moría de amor.
[El Juglar del Arrabal, «Leyenda del
trovador», El Cruzado Aragonés, 50.]