193. LA PRINCESA MORA QUE BUSCÓ LA
LIBERTAD (SIGLO X-XI. FRÍAS DE ALBARRACÍN)
En la corte musulmana de Albarracín,
el rey tenía encerrada a su hija Aixa en una lóbrega habitación
del alcázar real. Estaba confinada allí por el grave delito de ser
hermosa y objeto de un posible pacto con algún reyezuelo sarraceno
del que obtener provecho. Nadie, pues, la podía ver, no fuera que
los planes paternos pudieran fallar.
Sin embargo, una noche de verano en que
el señor albarracinense se hallaba ausente de la ciudad, Aixa logró
salir del recinto amurallado y lanzarse a la libertad por los montes
de Frías. Se escondió entre las paredes de un semiderruido
castillo, a cuyo pie brotaba una fuente de claras aguas. La princesa
disfrutó así de la quietud del monte, del volar vertiginoso de los
pájaros, del susurro de las hojas al ser mecidas por el viento... Se
sentía libre.
En la corte, en cambio, todo era
inquietud, pues se temió que Aixa había sido raptada. Se registró
toda la ciudad, hasta el último rincón; se recorrió el río; se
enviaron emisarios a todos los castillos, incluso los cristianos.
Nadie supo dar la más mínima noticia que pudiera conducir al
paradero desconocido de la princesa.
Se recurrió, asimismo, a magos y
adivinos venidos de todos los confines, pero ningún conjuro logró
dar fruto. Cuando ya se desconfiaba del procedimiento, una hechicera
llegada de al-Andalus le dijo al rey que su hija estaba viva, y que
fue ella misma quien eligió la libertad. No obstante, jamás podría
hallarla, aunque sí castigarla a distancia, si así lo deseaba.
La hechicera, con el beneplácito del
rey, ideó un castigo sibilino. Ya que la muchacha deseaba vivir como
el corzo y el águila, como éstos debía sufrir alguno de los
rigores de la naturaleza. La condenó así a que, siempre que
acudiera a la fuente a saciar su sed, las aguas del manadero se
retiraran, como así ocurrió desde aquel día.
Hoy, cualquiera que recorra con sosiego
las montañas de Frías, como hiciera Aixa, podrá hallar la «fuente
Mentirosa» o «Burlona», única en toda la comarca de manadero
intermitente: tan pronto emerge su hilo de cristal como desaparece
por algún tiempo. En las ruinas próximas, Aixa, sin embargo,
prefirió la libertad a la espera interminable en la sala lóbrega
del palacio real.
[Tomás Laguía, César, «Leyendas y
tradiciones...», Teruel, 12 (1954), 138-140.]