288. VICENTE FERRER IMPIDE QUE LOS
DIABLOS SE ACERQUEN A CASPE
(SIGLO XV. CASPE)
Nos hallamos en Caspe. La ciudad es un
hervidero de gente, congregada en torno a los nueve compromisarios
que tenían la encomienda de elegir un rey para Aragón entre los
diversos aspirantes. Dentro de la sala de sesiones, las discusiones
entre los representantes aragoneses, catalanes y valencianos se
alargan; asimismo, en las calles y plazas, es casi imposible de dejar
de hablar del problema sucesorio. No obstante, de cuando en cuando se
producen intervalos de merecido descanso.
Entre los muchos y variopintos
personajes congregados en torno al debate oficial, había un
invocador del diablo que presumía constantemente de poder saber quién iba a ser
denominado rey y, para demostrarlo, invocó públicamente a Satanás
preguntándole el nombre que él y los asistentes que le rodeaban
deseaban saber. El diablo, sin dudar lo más mínimo, le dijo un
nombre y el hechicero le dio publicidad, corriéndose como reguero de
pólvora no sólo por Caspe, sino por todos los confines del reino
aragonés y aledaños. No obstante, los nueve compromisarios
—argumentando y contraargumentando— continuaban los debates.
Pocos días después, en medio de un
gran corro de gente, volvió a repetir la representación, pero en
esta segunda ocasión el nombre proporcionado fue el de otro
aspirante distinto. Ante tal contradicción, el hechicero le preguntó
al diablo por qué un día le daba un nombre y días después otro.
Satanás, que conocía y mantenía relaciones desde hacía tiempo con
el hechicero, se sinceró, diciéndole: «Sabe que de tres leguas al
contorno no me puedo acercar a Caspe, por un hombre que hay allí»,
haciendo referencia a Vicente Ferrer. Naturalmente, las
contradicciones del hechicero le desacreditaron ante la concurrencia
y tuvo que abandonar el lugar. Por el contrario, la fama y el crédito
del fraile todavía se cimentaron más.
Algunos días después, influidos
definitivamente los compromisarios por los argumentos del fraile
valenciano, eligieron rey al infante castellano don Fernando, que muy
pronto supo de aquella decisiva intervención. Fernando I, en
agradecimiento, le nombró su confesor, aunque lo fue sólo por muy
escaso tiempo, pues el ministerio de su apostolado no le permitía
asentarse de manera definitiva en corte alguna. Así es que, una vez
aclamado el nuevo monarca, Vicente Ferrer se trasladó a Alcañiz.
[Vidal y Micó, Francisco, Historia de
la portentosa vida..., libro II, pág. 188.]