285. VICENTE FERRER VATICINA LA
DESTRUCCIÓN DE TERUEL
(SIGLO XV. TERUEL)
Viajaba cierto día el dominico Vicente
Ferrer en compañía de otros frailes de su congregación de paso
hacia Alcañiz o Caspe —donde se iba a incorporar a las
deliberaciones que habrían de conducir a solventar la crisis
dinástica aragonesa— cuando a punto de caer la tarde llegó,
dispuesto para hacer un alto obligado por la avanzada hora, a la
ciudad de Teruel, donde su congregación tenía casa e iglesia
abiertas.
Estuvo unos días entre los turolenses
y, dada su excelente fama y reconocimiento de predicador que siempre
le precedía, la población cristiana le recibió con cierto
entusiasmo cuando se enteró de su presencia, como era normal en
cuantos lugares visitaba, acudiendo en masa a sus sermones, siempre
objeto de reflexión fructífera.
Sin embargo, entre la población judía
turolense —a pesar de los esfuerzos de las autoridades cristianas
de la ciudad para que los pobladores de la aljama fueran a
escucharle— no alcanzó los resultados que esperaba, puesto que no
sólo no consiguió ni una sola conversión, sino que tampoco logró
que ni siquiera fueran a oírle predicar.
Aquel lamentable e inesperado resultado
debió molestar sobremanera al fraile valenciano, tan poco
acostumbrado al fracaso, de forma que se sintió muy dolido e incluso
enojado con la actitud de los hebreos, el principal objetivo de sus
palabras siempre en cuantas poblaciones visitaba.
Cuando llegó el día de la partida, al
salir de la ciudad, nada más cruzar la puerta de la muralla, se
quitó las sandalias que llevaba calzadas y, batiéndolas fuertemente
una contra otra, lanzó al aire hasta la más mínima brizna de polvo
de las calles de Teruel.
Cuando hubo acabado con tan simbólico
gesto, levantó la vista a lo alto del muro y, con voz potente para
que pudiera ser oído, anunció que la ciudad sería destruida por un
terremoto y la gente hecha cautiva por el enemigo.
[Beltrán Martínez, Antonio,
Introducción al folklore aragonés, I, pág. 109.]