351. EL CAUTIVO DE LOS GRIEGOS (SIGLO
XIII. ZARAGOZA)
En los primeros años del siglo XIII,
se hallaba cautivo en Constantinopla un aragonés, natural de
Zaragoza, cuya única esperanza de liberación era la virgen María,
a la que imploraba constantemente. Todos los días oraba en los fosos
de las murallas de la ciudad, para acabar llorando siempre su
desventura.
Una mañana, durante su paseo, vio en el suelo una tabla
semioculta. Picado por la curiosidad, removió la tierra y vio que
era la cubierta de una arqueta. Asegurándose de que no era observado
por nadie, la extrajo del hoyo y levantó la tapa. En su interior,
perfectamente conservada, halló una preciosa talla de la Virgen,
quizás escondida en el siglo VIII, en tiempos de León Isaurio, el
emperador iconoclasta.
Tras pensar qué hacer con el hallazgo
y mientras buscaba una solución definitiva, decidió dejar la
arqueta con la imagen en el mismo lugar donde la encontrara,
procurando que no se viera absolutamente nada.
Pasados unos días, se decidió a
hablar con un mercader latino que negociaba en la ciudad, rogándole
que fuera depositario de la imagen hasta que él lograra la libertad
y pudiera llevarla a Zaragoza. Así se hizo, pero al poco tiempo el
mercader —fiel devoto de María y enamorado de la imagen— le
comunicó que le había sido robada, cosa que, aun siendo mentira,
creyó el cautivo, que se sintió desdichado por lo sucedido.
Sin embargo, era tal el fervor del
cautivo que una noche, tras orar a la Virgen y quedarse dormido,
despertó plácidamente. A su lado estaba la imagen, era de día y
realmente estaba libre en el puerto de Ragusa, donde buscó y halló
una nave que le llevara a Barcelona, desde donde partió hacia Montserrat. En este santuario, su
adorada imagen desapareció de la arqueta, pero, como le dijo el
monje que le consolara, se trataba sin duda de algo pasajero: la
imagen volvería con él cuando saliera de aquel convento, como así
fue, pues al llegar a Igualada la arqueta comenzó a adquirir más
peso y la Virgen retornó a su lecho.
Llegó por fin a Zaragoza el ex-cautivo
y, tras narrar las peripecias de su cautiverio y de cuanto le
aconteciera en torno a la imagen, la entregó a los religiosos de San
Francisco, en cuyo convento fue adorada bajo el nombre de Nuestra
Señora de los Ángeles.
[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs.
26-28.]