205. EL AMOR DE ZORAIDA Y LOS ALARIFES
DE TERUEL
(SIGLO XIV. TERUEL)
A principios del siglo XIV, los
cristianos turolenses decidieron adosar una torre a las iglesias de
San Martín y San Salvador y para ello se convocó un concurso entre
alarifes cristianos y musulmanes. Tras presentar los proyectos, se
decidió encomendar cada una de ellas a sendos alarifes mudéjares
turolenses, Omar y Abdalá, amigos entre sí, y cuyos proyectos
tenían grandes semejanzas. Sin embargo, la amistad que les unía se
convirtió en odio puesto que un día, cuando caminaban juntos,
vieron en una ventana a Zoraida, una bella muchacha mora, que cautivó
a ambos. Ninguno cedió en sus pretensiones y, cada uno por su lado,
fue a hablar con Mohamad, su padre, mientras ella estaba indecisa
sobre a cuál de los dos elegir para marido.
Torre de San Martín, Teruel |
Torre de San Salvador, Teruel |
Las obras comenzaron el mismo día.
Omar, las de la torre de San Martín; Abdalá, las de San Salvador.
Dadas las divergencias que ahora les separaban a causa de Zoraida,
cubrieron las torres con andamiajes,
de modo que ninguno viera lo que el otro hacía. Mientras presionaron a Mohamad quien, ante el dilema, resolvió entregar la mano de su hija a aquel que finalizara antes su torre, siempre que reflejara la perfección y belleza mostradas en el proyecto respectivo.
de modo que ninguno viera lo que el otro hacía. Mientras presionaron a Mohamad quien, ante el dilema, resolvió entregar la mano de su hija a aquel que finalizara antes su torre, siempre que reflejara la perfección y belleza mostradas en el proyecto respectivo.
Abdalá estableció relevos, incluso en
horas de comer; Omar, burlando la vigilancia policial, organizó
turnos de noche. La actividad era frenética, pero nadie conocía los
progresos de ambos, hasta que un día Omar anunció el término de
sus obras. Había ganado la carrera y, con ella, la mano de Zoraida.
Ante la población concentrada a sus
pies, se quitaron los andamiajes que cubrían la torre: lacerías,
columnillas, estrechas ventanas, azulejos y ajedreces iban
mostrándose a los admirados turolenses. Omar gozaba de su obra y de
su triunfo. Sin embargo, cuando la torre se mostró al completo, su
autor lanzó un grito de angustia y desesperación: en lugar de
erguirse recta hacia el cielo azul, creyó que la torre aparecía a
la vista ligeramente inclinada, un oprobio que no podía admitir su
orgullo de maestro alarife. Las prisas parecían haber sido malas
consejeras de modo que ascendió a lo alto de la torre y se
lanzó al vacío, prefiriendo la muerte a una vida sin amor y sin
honor.
Pocos días después Abdalá entregó
su torre y ganó la mano de Zoraida.
Teruel incorporaba para los siglos
venideros dos joyas auténticas.
[Caruana, Jaime de, «Las torres de
Teruel», en Relatos..., págs. 57-68.]