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sábado, 20 de junio de 2020

210. EL CID EXPULSA A LOS JUDÍOS DE TAMARITE


5. EL MUNDO JUDÍO

210. EL CID EXPULSA A LOS JUDÍOS DE TAMARITE de Litera
(SIGLO XII. TAMARITE)

210. EL CID EXPULSA A LOS JUDÍOS DE TAMARITE


Toda la comunidad cristiana, que había vivido como mozárabe en Tamarite, estalló en una auténtica fiesta para celebrar la liberación de la villa y del castillo del dominio musulmán por el empuje imparable de los ejércitos del rey aragonés. Absolutamente todos se lanzaron alborozados a las calles, que eran recorridas una y otra vez por grupos de jóvenes que danzaban cruzando palos entre sí recordando tantas luchas pasadas entre cristianos e infieles. Esta manera de festejo y de rememorar aquel difícil pasado perduró durante siglos entre la población tamaritana, aunque luego se perdiera.

Tras la liberación, poco a poco se fue organizando la vida del nuevo Tamarite, el cristiano. Al principio, con cierto temor, como es lógico, pues todavía quedaba en pie, densamente poblado y amenazante, el importante enclave moro de Lérida, que estaba demasiado cercano y era los suficientemente poderoso como para poder estar tranquilos.

Por deseo expreso de los reyes de Aragón, los cristianos tuvieron que aprender a convivir con los moros que desearon permanecer al cuidado de sus antiguas tierras —los ahora llamados mudéjares— aunque es cierto que muchos de ellos prefirieron emigrar junto con sus correligionarios a Lérida pensando en su fuero interno en regresar algún día no muy lejano. Y también permanecieron entre los vencedores algunos miembros de la comunidad judía, vistos y sentidos en aquellos momentos de incertidumbre y temor como miembros de una raza maldecida.

Temían todavía los cristianos tamaritanos que estos judíos —aunque no eran muy numerosos pero, en general, bien acomodados económicamente merced a su tradicional actividad mercantil— se rebelasen contando con la ayuda de los hebreos de Lérida, por lo que intentaron hallar solución a sus temores buscando y hallando la ayuda del famoso Rodrigo Díaz de Vivar, el renombrado Cid Campeador, terror de la morisma, quien, en efecto, redujo y echó fuera de Tamarite a todos los judíos que en ella había, acción todavía más que sorprendente cuando era notorio que para entonces el Cid ya había fallecido.

[Moner, Joaquín M., Historia de Tamarite, págs. 105-106.]

205. EL AMOR DE ZORAIDA Y LOS ALARIFES DE TERUEL


205. EL AMOR DE ZORAIDA Y LOS ALARIFES DE TERUEL
(SIGLO XIV. TERUEL)

A principios del siglo XIV, los cristianos turolenses decidieron adosar una torre a las iglesias de San Martín y San Salvador y para ello se convocó un concurso entre alarifes cristianos y musulmanes. Tras presentar los proyectos, se decidió encomendar cada una de ellas a sendos alarifes mudéjares turolenses, Omar y Abdalá, amigos entre sí, y cuyos proyectos tenían grandes semejanzas. Sin embargo, la amistad que les unía se convirtió en odio puesto que un día, cuando caminaban juntos, vieron en una ventana a Zoraida, una bella muchacha mora, que cautivó a ambos. Ninguno cedió en sus pretensiones y, cada uno por su lado, fue a hablar con Mohamad, su padre, mientras ella estaba indecisa sobre a cuál de los dos elegir para marido.

Torre de San Martín, Teruel
Torre de San Martín, Teruel

Torre de San Salvador, Teruel
Torre de San Salvador, Teruel

Las obras comenzaron el mismo día. Omar, las de la torre de San Martín; Abdalá, las de San Salvador. Dadas las divergencias que ahora les separaban a causa de Zoraida, cubrieron las torres con andamiajes,

andamiajes, andamio, torre, Teruel

de modo que ninguno viera lo que el otro hacía. Mientras presionaron a Mohamad quien, ante el dilema, resolvió entregar la mano de su hija a aquel que finalizara antes su torre, siempre que reflejara la perfección y belleza mostradas en el proyecto respectivo.

Abdalá estableció relevos, incluso en horas de comer; Omar, burlando la vigilancia policial, organizó turnos de noche. La actividad era frenética, pero nadie conocía los progresos de ambos, hasta que un día Omar anunció el término de sus obras. Había ganado la carrera y, con ella, la mano de Zoraida.

Ante la población concentrada a sus pies, se quitaron los andamiajes que cubrían la torre: lacerías, columnillas, estrechas ventanas, azulejos y ajedreces iban mostrándose a los admirados turolenses. Omar gozaba de su obra y de su triunfo. Sin embargo, cuando la torre se mostró al completo, su autor lanzó un grito de angustia y desesperación: en lugar de erguirse recta hacia el cielo azul, creyó que la torre aparecía a la vista ligeramente inclinada, un oprobio que no podía admitir su orgullo de maestro alarife. Las prisas parecían haber sido malas consejeras de modo que ascendió a lo alto de la torre y se lanzó al vacío, prefiriendo la muerte a una vida sin amor y sin honor.
Pocos días después Abdalá entregó su torre y ganó la mano de Zoraida.
Teruel incorporaba para los siglos venideros dos joyas auténticas.

[Caruana, Jaime de, «Las torres de Teruel», en Relatos..., págs. 57-68.]

jueves, 14 de noviembre de 2019

EL MAL «SEÑOR» DE FABARA

152. EL MAL «SEÑOR» DE FABARA (SIGLO XV. FABARA)

Mausoleo romano de Lucio Emilio Lupo.


Mucho más lentamente de lo que los mozárabes que habitaban en ellas esperaban, los ejércitos cristianos aragoneses fueron reconquistando una tras otra las poblaciones hasta entonces moras del Bajo Aragón. Como en casi todas ellas una buena parte de la población musulmana optó por permanecer en sus casas y por seguir cultivando los campos de siempre, había que organizar y asegurar la defensa de las plazas recién reconquistadas, así como la administración de su territorio. Así es como el rey confió los distintos castillos a hombres de su confianza, los llamados tenentes o seniores.

En el caso de Fabara, fue nombrado para regirla un comendador perteneciente a una orden religioso-militar, al que se le conocía con el nombre del «señor». Este personaje, en lugar de granjearse el respeto y el cariño de sus subordinados, gobernó de manera tiránica, llegando su despotismo al grado sumo de imponer la costumbre de poseer a las muchachas recién casadas, mofándose sarcásticamente de aquellas que eran menos agraciadas físicamente. Como es natural, la tensión alcanzó cotas insospechadas de deseos de venganza entre los habitantes del pueblo.

Así es que el vecindario en pleno, ante la persistencia de tan vejatoria y tiránica actitud, se aglutinó para defenderse costara lo que costara. No obstante, antes de adoptar una actitud más beligerante, encomendaron al alcaide que fuera a hablar con el «señor» para trasladarle sus quejas. Pero éste, en lugar de escucharle como cabía esperar, lo mandó asesinar vilmente e hizo que su cadáver fuera llevado por una mula desde el castillo a la plaza de la iglesia, donde esperaban anhelantes los vecinos.

Con su alcaide muerto, sus peticiones desoídas y airados por todo lo que acababan de vivir, todos los pobladores cristianos de Fabara —apoyados por la comprensión de los mudéjares— decidieron hacer frente al comendador de modo que, pertrechados con todo tipo de armas y objetos contundentes, asediaron el castillo. El «señor», al verse perdido, huyó por un pasadizo secreto y nunca más se volvió a saber nada de él.

[Aldea Gimeno, Santiago, «Cuentos...», C.E.C., VII (1982), pág. 58.]


Hay constancia de asentamientos de población epipaleolíticos desde el año 5000 a. C. El Roquizal del Rullo, dentro del término municipal de Fabara, es considerado el yacimiento de la Edad de Hierro más importante de Aragón.



Testigo de la romanización de la península ibérica, la localidad conserva uno de los mejores ejemplos de arquitectura funeraria del Imperio romano, el mausoleo de Lucio Emilio Lupo, o mausoleo de Fabara, declarado monumento nacional en 1931, y más conocido en el pueblo como "caseta dels moros".

A pesar de la presencia poblacional continua, el nombre de Fabara revela raíces bereberes (tribu de los hawara), apareciendo constancia de él por primera vez en el siglo XIII, lo que hace pensar que el asentamiento actual tuvo su origen en la llegada de los musulmanes a la península ibérica a partir del año 711.

Con la reconquista por parte del Reino de Aragón, la localidad pasaría la mayor parte del tiempo, hasta 1428, en manos de los Caballeros Calatravos de Alcañiz.

Yacimiento arqueológico de Roquizal del Rullo (Lo Roquissal del Rullo): restos de un poblado ibérico. Ubicado a 4 km del casco urbano, en el cruce de La Vall dels Tolls con el río Algars.
Mausoleo romano de Lucio Emilio Lupo
Ayuntamiento de Fabara, alzado sobre parte del palacio de la Princesa de Belmonte.
Iglesia Parroquial de San Juan Bautista: s.XIII-XIV, estilo gótico mediterráneo.
Ermita de Santa Bárbara.
Folklore autóctono: Danza del Polinario y la Jota de Fabara.
Semana Santa del Bajo Aragón: procesiones y rompida de la hora con bombos y tambores.
Fiesta de Quintos y su Hoguera característica el primer fin de semana de marzo.

Museo de Pintura Virgilio Albiac, dedicado a este pintor fabarol, contiene unas 40 de sus obras.
Espacio Expositivo del Mausoleo Romano.
Biblioteca pública y hemeroteca.
Cine municipal.


miércoles, 8 de mayo de 2019

LA CAPITULACIÓN DE LOS MOROS ZARAGOZANOS, siglo XII


2.49. LA CAPITULACIÓN DE LOS MOROS ZARAGOZANOS (SIGLO XII. ZARAGOZA)

Alfonso I el Batallador se había adueñado de Zaragoza y se aprestó a organizar la vida de la ciudad, en la que todavía permanecía la mayor parte de los musulmanes vencidos. Dio facilidades para que se quedaran quienes quisieran pagando los mismos impuestos que antes abonaban a las autoridades moras. Además, conservarían sus propias autoridades, legislación y religión, aunque reglamentaba el procedimiento a seguir en las causas entre ambos pueblos. Estas y otras condiciones de amparo tan benevolentes constituían una clara política de captación de los vencidos para que no abandonaran sus casas, si bien les obligaría a concentrarse en un barrio aparte, el de la morería, para evitar cualquier tipo de problema.
No obstante, aún no habían entrado los cristianos en la ciudad cuando había comenzado el éxodo. Alfonso I, preocupado por la sangría humana que este hecho suponía, además de las medidas indicadas, quiso tener un rasgo humano que pudiera convencerles para no huir.
Nada más tomar la ciudad, salió de ella y ordenó detenerse a la larga comitiva de moros, obligando a todos a que mostraran los bienes que cada uno llevaba consigo. Aparte de enseres útiles, aparecieron numerosos tesoros de todo tipo, pero el rey no cogió ni un solo anillo o copa de oro, siendo consciente de que aquella riqueza desaparecería con sus dueños.
No sólo no utilizó la fuerza que le proporcionaba su victoria inapelable, sino que les dijo: «Si no hubiera pedido que me enseñaseis las riquezas que cada cual lleva consigo, hubierais podido decir: «El rey no sabía lo que teníamos; en otro caso, no nos hubiera dejado ir tan fácilmente». Ahora podéis ir a donde os plazca, en completa seguridad». Y les puso una escolta especial para garantizar su integridad hasta los confines de sus dominios, cobrándoles sólo el «miqal» que cada persona estaba obligada a pagar antes de salir.
El cronista moro que narra estos hechos, en los que reconoce generosidad y caballerosidad por parte de Alfonso I, admite que muchos de los que pretendían abandonar Zaragoza, ante aquel gesto del rey cristiano, decidieron quedarse en las casas que sus familias habían poblado durante siglos, acogiéndose al estatuto de mudéjares.
[Lacarra, José María, Vida de Alfonso el Batallador, pág. 67.]



José María Lacarra y de Miguel (Estella, 24 de mayo de 1907-Zaragoza, 6 de agosto de 1987) fue un historiador, filólogo, medievalista y heraldista español, cuya especialidad fue el estudio de la historia de Aragón y de Navarra. Fue asimismo catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Zaragoza, puesto que desempeñó durante más de cuarenta años hasta su muerte.
En 1923 viajó a Madrid, donde realizó simultáneamente estudios de Derecho e Historia. Alumno de Gómez Moreno, Millares Carlo y Sánchez-Albornoz, en 1930 se graduó e ingresa ese mismo año al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, con destino en el Archivo Histórico Nacional. En 1933 obtiene su doctorado en Historia y su licenciatura en Historia. Pudo obtener una beca para estudiar en París de 1933 a 1934.


Durante la Guerra Civil Española, Lacarra realiza una fecunda labor de salvar el tesoro bibliográfico español. Una vez concluida la guerra, marchó a Zaragoza. En 1940 se le asigna la cátedra de Historia Medieval en su Universidad, que impartiría hasta su muerte. Ese mismo año es nombrado primer secretario general de la recién creada Institución Príncipe de Viana, cargo en el que permanecerá durante cuatro años1​. Ese mismo año lanzan el primer número​ de la revista en la cual él mismo colabora asiduamente.

En 1941 funda el Centro de Estudios Medievales de Aragón. Por llamamiento de la Diputación Foral de Navarra organizó excavaciones arqueológicas y restauraciones, las que recogería en su revista Príncipe de Viana.

Para 1945 fundó una revista titulada Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón. Entre 1949 y 1967 dirige la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, donde reorganizó el sistema creando incluso nuevos departamentos. Estuvo al frente de otras instituciones, como la Escuela de Estudios Medievales, la Universidad de Verano de Jaca y el Archivo de Protocolos de Zaragoza.

Destaca su labor como conferenciante a lo largo de su carrera, no sólo en España sino en el resto del mundo. Presentó sus estudios sobre la Edad Media española en Roma, Estocolmo y Texas. Fue invitado como profesor a varias universidades, entre ellas la Universidad de Berkeley. Fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Deusto en 1982 y por la de Zaragoza en 1985; la Universidad de Navarra, su tierra natal, le confirió tal distinción a título póstumo en 1989.

Los libros de Lacarra se centran principalmente en el estudio de Aragón y Navarra en la Edad Media, desde la conquista de Zaragoza por Alfonso I el Batallador hasta los honores y tenencias de Aragón en el siglo XI. Brindó especial importancia al desarrollo urbano de los núcleos aragoneses de población, sobre todo a Jaca. Como biógrafo, Lacarra analizó la vida y la psicología del Batallador, personaje que siempre le cautivó.

Principales trabajos de Lacarra:

Historia política del reino de Navarra (Caja de Ahorros de Navarra, Pamplona, 1972)5​
Aragón en el pasado (Col. Austral, Espasa-Calpe, Madrid, 1972)
Historia del Reino de Navarra en la Edad Media (Caja de Ahorros de Navarra, Pamplona, 1975)6​
Zaragoza en la Alta Edad Media (Historia de Zaragoza, I, Zaragoza, 1976)
Alfonso I el Batallador (Guara editorial, Zaragoza, 1978)
Colonización, parias, repoblación y otros estudios, 1981
Documentos para el estudio de la Reconquista y repoblación del valle del Ebro, 1981-1985
Investigaciones de Historia navarra, 1983
Estudios dedicados a Aragón, 1987




  •  (Jusué Simonena, 1993, p. 514)
    1.  «Príncipe de Viana - Número 1».
    2.  Doctores Honoris Causa (Universidad de Navarra)
    3.  Véase el prólogo a su libro Alfonso el Batallador, Zaragoza, Guara, 1978. ISBN 84-85303-05-9.
    4.  Lacarra De Miguel, José María (1972). Historia Política del Reino de Navarra 3. Pamplona: Caja de Ahorros de Navarra. ISBN 9788450056990. Archivado desde el original el 2015.


    sábado, 4 de mayo de 2019

    NUESTRA SEÑORA DEL PORTILLO, DEFENSORA DE ZARAGOZA


    2.47. NUESTRA SEÑORA DEL PORTILLO, DEFENSORA DE ZARAGOZA
    (SIGLO XII. ZARAGOZA)

    Recién tomada Zaragoza a los musulmanes, en diciembre de 1118, el rey Alfonso I el Batallador, su libertador, organizó su defensa, tomó medidas para garantizar la permanencia voluntaria y pacífica de los mudéjares y judíos en barrios separados y decidió ausentarse de la ciudad con su ejército para proseguir la lucha que le llevaría a reconquistar casi todo el valle del Ebro.
    Ante la ausencia del rey, algunos de los moros vencidos quisieron aprovechar la circunstancia e intentar volver a tomar la ciudad para sí. Amparados en la oscuridad de la noche, trabajando con gran sigilo, comenzaron a abrir una brecha en el muro exterior de tierra que la rodeaba. Poco a poco iban llegando al lugar todos los moros varones pertrechados con las armas que habían ocultado el día de la rendición. Todo estaba preparado.
    Cuando ya se aprestaban a coger por sorpresa a los cristianos, cuyos centinelas se habían confiado, en medio de la oscuridad se produjo un enorme resplandor y el cielo se iluminó completamente. Pudo verse entonces a la Virgen María como capitana de un auténtico ejército formado por ángeles y mártires y santos zaragozanos, que defendieron la brecha o portillo (portell) que los moros habían abierto en el muro de tierra.
    Despertados los centinelas cristianos, corrieron la voz al otro lado de la muralla interior, ésta construida de piedra, saliendo todos a defender la ciudad, lo que fue innecesario puesto que el ejército celestial, dirigido por la Virgen, fue suficiente para someter a los asaltantes, que fueron reducidos de nuevo a la morería.

    Cuando volvió la calma, al inspeccionar el lugar, el adalid cristiano descubrió, en un hueco del portillo abierto por los musulmanes, una pequeña imagen de la Virgen María. En acción de gracias por el favor recibido, construyeron con celeridad una ermita donde, desde entonces, es venerada como Nuestra Señora del Portillo.

    Portillo en un muro de piedra, portell, La Portellada
    Portillo en un muro de piedra, podría ser perfectamente una imagen tomada en La Portellada (Matarraña, Teruel)

    [Faci, Roque A., Aragón..., I, 2ª parte, págs. 16-19. Lanuza, Historia eclesiástica de Aragón, I, lib. 2.
    Beltrán, Antonio, De nuestras tierras..., I, pág. 67.]