254. FUNDACIÓN DEL MONASTERIO DE SAN
MARTÍN DE CERCITO
(SIGLO IX. ACUMUER)
Cuando falleció el conde don Aznar, el
mítico héroe de los jacetanos, le sucedió en el gobierno del
condado de Aragón su hijo Galindo, quien dedicó su vida entera a la
reconquista frente a los moros y a la repoblación del pequeño
territorio aragonés. Para llevar a cabo esta segunda e importante
tarea, se apoyó en los pequeños y dispersos monasterios existentes
que le sirvieron de base y ayuda para la reorganización de la vida
en los pequeños valles en los que se asentaban.
Hombre de profundo sentido religioso,
es sabido la constante atención que don Galindo dedicó al ya
célebre monasterio de San Pedro de Siresa
—ubicado en el valle de Echo y de
reconocida fama por su importante biblioteca incluso en al-Andalus—,
pero él levantaría su propia obra, que no fue otra que la del
monasterio ubicado en Cercito, a orillas del río Aurín, que puso
bajo la advocación de san Martín.
Muy aficionado a la caza como era, el
conde don Galindo recorría con los suyos una mañana las frondosas
riberas del río Aurín tras un escurridizo y atemorizado jabalí,
animal dueño y señor de estas tierras quebradas. Para poder andar,
tenía que ir cortando con su propia espada el ramaje que casi le
impedía el paso y no le dejaba ver. De pronto, con gran sorpresa y
admiración suya y de quienes le acompañaban, encontró, oculta
entre aquellas espesuras, una pequeña capilla dedicada a san Martín,
el gran santo francés, al que tanto habían admirado sus
antepasados.
Ante aquel inesperado hallazgo, don
Galindo se olvidó por completo del animal al que iba persiguiendo y
decidió recorrer con detenimiento todo el valle, acampando incluso
en él varios días. Quería estudiar bien el terreno y ver la
posibilidad de convertir aquella pequeña capilla en un monasterio
capaz de albergar a una comunidad numerosa de frailes, pensando en
edificar para ello unas nuevas y más amplias dependencias.
Satisfecho de las observaciones
realizadas y viendo viable el proyecto, decidió consultar con el rey
en la primera ocasión que se le presentó, de manera que recibió la
autorización real para fundar el cenobio, que muy pronto sería
habitado por monjes benedictinos.
[Martínez y Herrero, B., Sobrarbe y
Aragón..., I, pág. 183.]
2.82. FUNDACIÓN DE LA VILLA DE ACUMUER
(SIGLO IX. ACUMUER)
Muerto el conde don Aznar, el primer
gran conde de los jacetanos, le sucedió en el gobierno del
territorio su hijo primogénito don Galindo, hombre valeroso,
aguerrido y religioso a la vez. En efecto, si junto al rey de
Sobrarbe concurrió contra los moros en múltiples y variadas
acciones bélicas, dio también muestras de su gran devoción
religiosa, engrandeciendo con sus donaciones piadosas al monasterio de San Pedro de Siresa o fundando el cenobio de San Martín de Cercito.
Precisamente la fundación de este
último cenobio dio origen a una importante controversia, pues el
lugar donde fue hallada la vieja capilla que dio origen al monasterio
erigido por el propio don Galindo estaba ubicado fuera de los límites
del condado. La pronta fama alcanzada por el nuevo monasterio motivó
que varios pueblos cercanos reclamaran para sí la ubicación del
mismo en su respectivo término jurisdiccional, controversia que les
llevó incluso, en varias y repetidas ocasiones, al uso de las armas
para tratar de dirimir la cuestión, actitud que disgustó
enormemente al conde, quien se dispuso a intervenir de manera
decidida y definitiva.
Entre los contendientes, destacaron los
pueblos de Santa María de Eruson, que contaba entonces con un
magnífico castillo, y Cercito, que también alardeaba de otro no
menos importante, el llamado de Panifico. Llegadas hasta este extremo
las cosas, el conde Galindo decidió poner fin a tales desavenencias
mandando fundar y construir la villa de Acumuer, a la cual quedaron
adscritos ambos pueblos en litigio, a la vez que declaraba
corresponder al territorio de la misma el monasterio fundado por el
propio Galindo, de modo que, desde aquel instante, pasó a conocerse
de manera indistinta como monasterio de San Martín de Cercito o de
Acumuer.
En realidad, la decisión adoptada por
el joven conde jacetano no era sino una muestra más de la tarea
repobladora emprendida en un territorio prácticamente vacío de
gente.
Acumuer es una localidad española perteneciente al municipio de Sabiñánigo, en el Alto Gállego, provincia de Huesca, Aragón, situado al norte del término, en el Valle del río Aurín, que también recibe el nombre de la localidad o Valle de Acumuer.
Se accede desde Sabiñánigo por la carretera secundaria de Larrés-donde se encuentra el Museo de Dibujo Castillo de Larrés- pasando Isín, finalmente llega a Acumuer, donde ésta acaba.
Desde el pueblo de Acumuer por un camino forestal vetado al tráfico discurre paralelo al río un camino entre bosques de pinos, abetos y hayas que nos adentra a la cabecera del valle, una amplia zona de praderas salpicada de bordas. Siguiendo el curso del río, que se presenta abundante en pequeñas cascadas y gradas, y ascendiendo por el fondo del valle se llega hasta el ibón de Bucuesa, precioso lago natural de origen glaciar situado a más de 2.000 msnm.
Entre 1842 y 1857, se anexiona el término de Asqués y Bolás, el de Asún y el de Isín, por lo que desde ese censo el municipio de Acumuer cuenta con la población total de las cinco localidades.
En 1965, el antiguo municipio de Acumuer es absorbido por el término municipal de Sabiñánigo, de acuerdo con lo fijado en el Decreto 1121/65, de 8 de abril, publicado en el Boletín Oficial del Estado número 104, de 1 de mayo. Desde la incorporación a Sabiñánigo la población de la localidad de Acumuer varía.
En el pueblo destaca la Iglesia Parroquial de La Asunción. Próximas a Acumuer están las ruinas de la Ermita de Nuestra Señora del Pueyo, lugar que albergaba a la Virgen del Pueyo, talla románica de principios del siglo XIII.
Pilar Gracia Oliván: Tradición oral en el Valle de Acumuer. Col. Yalliq 1, Comarca Alto Gállego (2002).
Tras la conquista musulmana, en el
siglo VIII, Jaca estaba gobernada por Abel el Malek ben Omar,
pariente del propio Muza. Vivía en el lujoso castillo de Apriz,
acompañado por su hija, la hermosa Zaida, con quien llegara desde
África hacía algunos años.
Una tarde del mes de abril, mientras la
joven oraba a su dios, se escuchó un rumor lejano que poco a poco se
iba acercando: era el walíque regresaba del último combate contra
los cristianos. Venía él delante, orgulloso de su nuevo triunfo,
seguido de los soldados, que traían un magnífico botín y muchos
cautivos. Zaida, inundada por la alegría de saber que su padre
estaba a salvo, corrió a esperarlo en la puerta del castillo.
Los soldados miraban complacidos a la
bella muchacha, y las penas de los cautivos parecían atenuarse ante
ella. Uno de los cristianos prisioneros no pudo contenerse y gritó:
«¡Aragón por san Jorge y las hembras sandungueras!». Este
atrevido prisionero no era otro que el conde Waldo, hijo de don
Rodrigo, a quien el walí, en lugar de darle muerte, lo hizo
prisionero con la esperanza de obtener un buen rescate por él.
Zaida había quedado prendada del
caballero cristiano y de la lisonja que se atreviera a pronunciar.
Por eso, salvando múltiples peligros, la joven se decidió a visitar
al cautivo en las mazmorras. Allí, ambos se declararon su mutuo
amor, y, tras ocho días de visitas clandestinas, Zaida anunció a su
padre que Waldo se convertiría al Islamismo y se casaría con ella.
Y así acaeció.
Pero poco duró la felicidad de la
pareja, pues la misma noche de la boda entró en Jaca el ejército
cristiano y tomó el castillo y la ciudad, acuchillando a todos los
infieles, incluido Abel el Malek. Zaida fue hecha prisionera y
destinada al servicio de la mujer del conde don Aznar.
Waldo, que había sobrevivido al
ataque, reorganizó el ejército moro e intentó recobrar la ciudad,
pero fue derrotado por los cristianos, quienes, junto con algunas
otras, expusieron su cabeza ensartada en una lanza para escarmiento
de los infieles. Zaida se desvaneció ante tan cruel espectáculo.
Así castigaba Dios la apostasía de un
cristiano.
[X.X., «En el castillo “Apriz” de
Jaca», Aragón, 166 (1940), pág. 59.]
2.19. LAS MUJERES EN LA RECONQUISTA DE
JACA (SIGLO VIII. JACA)
Jaca, como el resto del actual Aragón,
había pasado rápidamente a poder de los musulmanes a comienzos del
siglo VIII, y la mayor parte de sus habitantes habían huido hacia
las altas montañas en espera de mejores tiempos. Poco después, en
San Juan de la Peña, un puñado de no más de trescientos cristianos
había nombrado como primer rey de Sobrarbe a García Íñiguez, que
no sólo recobró Aínsa y Pamplona, sino que llegó hasta Álava. No
obstante, Jaca, a poca distancia del cenobio pinatense, continuaba en
manos moras.
Mientras García Iñiguez recorría
victorioso tierras alavesas, capitaneaba en su nombre las tropas
cristianas que vivaqueaban por las sierras de San Juan y Oroel, hasta
llegar a la vera del río Aragón, un guerrero valiente llamado
Aznar. Éste, sintiéndose con fuerzas suficientes, decidió sitiar
Jaca hasta ganarla por las armas y repoblarla, reparando sus
murallas, restituyendo sus iglesias y poniendo en explotación las
tierras circundantes que regaban los ríos Aragón y Gas. El rey
García Íñiguez, alentado por la recuperación de Jaca, creó
—corría entonces el año 759— el condado de Aragón, designando,
como no podía ser menos, al valiente Aznar como primer conde del
territorio.
Al año siguiente, el primer viernes
del mes de mayo, no menos de noventa mil moros, a las órdenes de
cuatro experimentados adalides, llegaron desde Navarra para tratar de
retomar Jaca, dada su importancia estratégica. El conde Aznar les
salió presto al encuentro en las tierras onduladas de Guaso, donde
el río Gas confluye en el Aragón.
En la batalla, que fue tremendamente
sangrienta y reñida, el menor número de combatientes cristianos fue
contrarrestado por su mayor arrojo y por el apoyo moral de la virgen
de la Victoria, que se apareció a las tropas para infundirles ánimo.
No obstante, fue definitiva la ayuda inesperada de las mujeres
jaquesas que, armadas y vestidas completamente de blanco, acudieron
en socorro de sus hombres. Sorprendidos, los musulmanes sufrieron una
humillante derrota, quedando tendidos en el campo de batalla los
cuatro adalides, representados desde entonces en el escudo de armas
de la ciudad de Jaca.
[Anónimo, «Conquista de Jaca», en
Eco del Pirineo Central, 4 (Jaca, 1881). Lustono, E. de, «La
conquista de Jaca», El Pirineo Aragonés, 3 (Jaca, 1882). Leante
García, Rafael, Santuarios..., págs. 101-105.
Olivera, Gonzalo, Condado de Aragón...,
págs. 26-29.]
https://es.wikipedia.org/wiki/Jaca Jaca (Chaca o Xaca en aragonés) es un municipio de la provincia de Huesca, capital de la comarca de La Jacetania en la comunidad autónoma de Aragón, España. El término municipal, además del casco urbano de Jaca, incluye los núcleos de población de Abay, Abena, Acín, Ara, Araguás del Solano, Ascara, Asieso, Astún, Atarés, Badaguás, Banaguás, Baraguás, Barós, Bataraguá, Bergosa, Bernués, Bescós de Garcipollera, Binué, Botaya, Caniás, Espuéndolas, Fraginal, Gracionépel, Guasa, Guasillo, Ipás, Jarlata, Larrosa, Lastiesas Altas, Lastiesas Bajas, Lerés, Martillué, Navasa, Navasilla, Novés, Orante, Osia, Ullé, Villanovilla y Yosa de Garcipollera, denominados «barrios rurales» y que acogían a inicios de 2018 a 951 habitantes.
Panorámica de Jaca a los pies de la peña Oroeldesde el Fuerte de Rapitán.
Jaca es la capital de la comarca de La Jacetania y dista 72 km de Huesca, la capital provincial, y 143 km de Zaragoza. Está situada en el norte de la provincia, en el valle del Aragón, único gran valle paralelo al eje de la cadena pirenaica. La prolongación de este eje, desde la Cuenca de Pamplona, al oeste, hasta la Cuenca de Tremp, al este, facilita las comunicaciones entre Navarray Cataluñaa través del norte de Aragón. La ciudad está emplazada en la depresión de la Canal de Berdún, a 818 msnm, sobre una terraza fluvioglaciar en la margen izquierda del río Aragón a la salida del valle de Canfranc, precisamente en el exterior del codo que forma el río al cambiar la dirección norte-sur por la este-oeste que lleva sobre la Canal de Berdún. Edad Antigua Iaca o Iacca—nombre antiguo de Jaca— era la capital de los iacetanos, citados por el historiador griego Estrabón (siglo I) como un pueblo que se extendía desde las estribaciones del Pirineo hasta las llanuras, llegando hasta la región de los ilergetesalrededor de Ilerda(Lérida) y Osca(Huesca). Poco se sabe de su límite occidental, pero se ha sugerido que pudo estar en Navardún, término céltico que aludiría al antiguo nombre de unos extintos navarri sobre los cuales surgió luego el topónimo Navarra. Los iacetanos (Iakketanoi, en griego) eran parientes de los aquitanos (Akkitanoi), siendo ambos pueblos parecidos. De acuerdo a Estrabón, hubo entre los iacetanos reminiscencias de usos matrilineales, predominio del pastoreo, agricultura complementaria —acaso a cargo de las mujeres— y actividades guerreras como solución habitual a los problemas económicos. Iaca acuñó moneda autónoma con alfabeto ibérico y se piensa que controlaba la actual Jacetania y la Canal de Berdún. Excavaciones arqueológicas dentro del casco urbano han descubierto en el nivel más profundo fragmentos de cerámica fabricada a torno con «técnica ibérica», así como cerámica campaniense de tipo A. Dicho material, fechado en el siglo II a.C., supone la aparición de los primeros indicios arqueológicos que se pueden relacionar con la población indígena de Iaca. Existe una hipótesis alternativa, menos plausible, postulada en el siglo XVI por el cronista imperial Florián de Ocampo —y que decía haber explicado Alonso de Nebrija—, que afirma que Jaca fue fundada por el capitán griego Dionisio Baco —de sobrenombre Yaco— en el año 1325 a. C. En el año 195 a. C., el cónsul romano Marco Poncio Catón inició la conquista de la ciudad que terminó en la primavera de 194 a. C. A fines del siglo III a. C. y comienzos del II a.C., los iacetanos habían efectuado numerosas expediciones de rapiña sobre los suessetanos afincados en las llanuras centrales de Aragón y parece ser que, en general, lo habían hecho impunemente. Conociendo la enemistad entre iacetanos y suessetanos, Catón situó a estos últimos delante de la escasa caballería romana ante las puertas de Iaca, provocando la salida de los montañeses, acostumbrados a vencer siempre a sus vecinos; una vez quedó desguarnecida la ciudad, ésta fue conquistada por el cónsul.
Integrada en el Imperio romano, Jaca constituyó un punto de vigilancia de los caminos del Pirineo y desarrolló una próspera economía cuyo auge se mantuvo hasta el siglo III. En el siglo IV entró en decadencia por la amenaza de los bandidos que atacaban a las caravanas y a los mercaderes que transitaban los caminos pirenaicos. En las montañas de los Pirineos se conservaron territorios cristianos tras la conquista de los árabes debido al protectorado carolingio establecido por Carlomagno en la llamada Marca Hispánica. Uno de esos condados fue el núcleo del Reino de Aragón. Hacia 920, establecido por el Reino de Pamplona como condado independiente de los francos, Galindo II Aznárez repobló antiguas poblaciones de la cuenca del río Aragón, a lo largo de la cual se articulaba el condado, entre las que se encontraba Jaca, que entonces era una fortaleza habitada por unos pocos pobladores, una aldea con actividad meramente agropecuaria. Pertenecía a una zona dependiente del monasterio de Siresa y contaba con un monasterio con una iglesia de planta basilical, una nave y cabecera plana, que fue reformada en el siglo XI y derribada en 1841. Jaca era a comienzos del siglo XI un castro (o campamento militar fortificado) perteneciente al Reino de Pamplona, a cuyo entorno había surgido un conjunto exiguo de viviendas, pero que iría cobrando cada vez mayor importancia por su situación al pie del paso de Somport (uno de los más accesibles para acceder a Francia desde la Edad Antigua) y por su situación estratégica en el Camino de Santiago que, en este siglo, iba a cobrar creciente importancia, y como cabeza del camino hacia Pamplona que recorría la Canal de Berdún.
A la muerte en 1035 del rey de Pamplona Sancho Garcés III, apodado el Mayor, este deja escrito el reparto de sus extensos dominios a sus diferentes hijos. Uno de ellos, Ramiro (1006-1063), que ya ejercía de Régulo en La Jacetania y norte de Huesca, se convertirá en Ramiro I de Aragón y establece en Jaca una residencia regia, posiblemente en el castro fortificado, y situó cerca del monasterio de San Pedro la sede del obispo de Aragón, denominado así hasta que en 1077 Sancho Ramírez dotara a Jaca de su fuero e iniciara, hacia 1082, la construcción de la sede catedralicia. La posesión de fueros, catedral con obispado y su ciudadela, hicieron de Jaca la primera y más importante capital del Reino de Aragón. Sin embargo, entre el monasterio de San Pedro y el castro inicial, la aldea estaba deshabitada. Como señaló José María Lacarra, siendo sede real y residencia habitual del obispo aragonés, comenzaron a llegar personas dedicadas a la administración y comerciantes que hicieron de Jaca algo más que una aldea dedicada exclusivamente a la ganadería y la agricultura.
Retrato idealizado de Galindo II Aznárez, conde de Aragón, que repobló Jaca en torno a 920.
Así, en 1063 se celebró en la localidad el Concilio de Jaca. El historiador Jerónimo Zurita, en sus Anales de la Corona de Aragón, refiere que Ramiro I «porque había diversos abusos en el estado eclesiástico y por descuido de los reyes pasados duraban grandes corruptelas contra lo establecido por los sagrados concilios generales que hubo en la primitiva Iglesia, procuró que se congregase en la ciudad de Jaca concilio provincial». También señala que este monarca fue el primero de los reyes de la península ibérica en restaurar los «cánones», que no debieron ser otros que los establecidos por el Concilio de Roma de 1059 referidos a la vida canónica y al celibato de los clérigos. Otro de los resultados de este concilio fue restablecer la diócesis de Huesca —suprimida durante el dominio musulmán—, quedando la sede provisional en Jaca en tanto no se reconquistara Huesca. Pero el definitivo impulso a Jaca se lo dio Sancho Ramírez en 1077 cuando, por lo dispuesto en el mencionado fuero, pionero entre los territorios cristianos y difundido posteriormente en otras ciudades de Navarra o Cuenca, convirtió a la villa en ciudad, la dotó de sede episcopal, en cuya catedral se asentaría el ahora obispo de Jaca, y le dio el estatus que la hacen ser considerada la primera capital del reino entre 1077 y 1096 en que, conquistada Huesca, sucedería en el obispado y capitalidad. Asimismo, edificó Sancho Ramírez un nuevo palacio real en el barrio de Santiago, y unificaría los tres núcleos iniciales (castro fortificado, monasterio de San Pedro y burgo de Santiago) en una sola entidad poblacional unida por dos calles cruzadas, al modo del cardo y decúmano romanos, y las viviendas de todos aquellos hombres francos que quisieran acogerse a los nuevos privilegios que se decretaron para los habitantes de Jaca. el fuero de Jaca
La pérdida de la capitalidad no implicó para Jaca la desaparición de otras funciones urbanas relacionadas con su situación geográfica. Así, siguió desempeñando su papel de ciudad-mercado y de servicios para su comarca; también, como ciudad final de etapa, Jaca cobraba uno de los cinco peajes que se percibían sobre la ruta de Zaragoza a Francia, y albergaba a los peregrinos a Santiago de Compostela. Las pestes y los incendios de finales de la Edad Media hundieron a Jaca en una profunda crisis de la que no saldría hasta la intervención de Fernando el Católico para formar un gobierno local. La burguesía se vio favorecida por esta situación y muchos se convirtieron en mecenas de artistas cuyo resultado se puede apreciar especialmente en la catedral. Vista aérea de la Ciudadela de Jaca. La situación fronteriza de Jaca se fue determinando a medida que se consolidaban los límites territoriales de los reinos europeos y los Pirineos se erigían como eficaz frontera natural. La ciudad se consolidó como plaza militar desde la que defender los reinos peninsulares de una hipotética invasión francesa. A este respecto, Felipe II ordenó la construcción de varias fortalezas a lo largo de todo el Pirineo. En 1592 este monarca ordenó la construcción de una fortaleza en los campos que habían configurado el Burgo Nuevo, el barrio levantado extramuros de la ciudad. Así, se levantó una soberbia fortaleza pentagonal diseñada por el ingeniero italiano Tiburcio Spannocchi, la Ciudadela de Jaca, para dar respuesta a un ejército provisto de artillería. De esa época es también la bella Casa Consistorial (1544), construida según el estilo de los palacios platerescos aragoneses. La epidemia de peste que asoló el levante peninsular a mediados del siglo XVII —cuyos primeros brotes surgieron en Valencia en 1647— ocasionó una mortandad entre la población de Jaca del 42%.1617 La epidemia llegó en dos oleadas diferenciadas: la primera entre octubre de 1653 y febrero de 1654, y la segunda —la más devastadora— entre mayo y diciembre de 1654. En la Guerra de Sucesión, Jaca se puso del lado de los Borbones. Por ello, en 1707 fue asediada por aliados del Archiduque Carlos y socorrida por el marqués de Salutcio a cuya vista se retiraron a un bosque, donde fueron atacados por el marqués de Santa Coloma, quien les mató mucha gente e hizo numerosos prisioneros. El rey Felipe V gratificó a la ciudad de Jaca con los títulos de «muy noble, muy leal, y muy vencedora», añadiendo la flor de lis al escudo de sus armas que ostentaba la Cruz de Sobrarbe y las cuatro cabezas, emblema de la batalla de Alcoraz. A finales del siglo XVIII, Jaca jugó un papel importante en la Guerra del Rosellón, al ser uno de los objetivos de los revolucionarios franceses por su situación estratégica. En la Guerra de la Independencia, la ciudad se rindió a los franceses el 21 de marzo de 1809 a causa de la deserción que fomentó en secreto el misionero Fray José de la Consolación, que gozaba de influencia, quedando dentro de la plaza muy pocos soldados. El general Mina recuperó la plaza en febrero de 1814. En el marco de las Guerras Carlistas, fueron denunciados en 1839 varios soldados de la guarnición de Jaca por vender armas a los "revolucionarios". Pascual Madoz, en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España de 1845, describe a Jaca en los términos siguientes: «sus casas en número de 488 de sólida y buena construcción todas blanqueadas, cómodas y aseadas en su interior, se distribuyen en 37 calles bien alineadas, empedradas, y la mayor parte con aceras... tiene 7 plazas, entre las cuales solo la llamada Campo del Toro y la del Mercado con soportales, destinada á la venta de hortalizas, son las principales, pues las otras no tienen objeto y son pequeñas». La Revolución Gloriosa de 1868 trajo consigo el nacimiento de la Junta revolucionaria de Jaca, enfrentada a la de Huesca, que tomó una serie de medidas tales como la supresión del Seminario o la creación de los Voluntarios de la Libertad, completadas en el sexenio revolucionario con la construcción de la carretera de Jaca a Francia. Jaca experimentó a principios del siglo XX un despertar urbanístico y demográfico, motivado en buena medida por el derribo de su muralla medieval, que se inició en 1908. En 1928 llegó el ferrocarril a Canfranc, a cuya inauguración asistió el monarca Alfonso XIII. En ese mismo año también se creó la Universidad de Verano. El 12 de diciembre de 1930 tuvo lugar el episodio de la Sublevación de Jaca, pronunciamiento militar contra la monarquía de Alfonso XIII durante la «dictablanda» del general Berenguer. Se inició con la proclamación de la República desde los balcones del ayuntamiento jaqués y el nombramiento de la primera alcaldía republicana. Al mismo tiempo se organizaron dos columnas dirigidas por el capitán Fermín Galán y Salvador Sediles que partieron hacia Huesca. La sublevación fue sofocada en la madrugada del día siguiente y el 14 de diciembre fueron fusilados los capitanes Galán y García Hernández, mientras que el capitán Sediles, también condenado a muerte, fue indultado ante las movilizaciones populares. Sin embargo, los efectos de esta sublevación se dejaron sentir en la proclamación de la Segunda República Española cuatro meses después; tras las elecciones del 12 de abril, la monarquía se exilió y se proclamó la República, que les reconoció como "mártires". Conclusión Pero tras esto, lo más notable de Jaca es su condición de pionera. Primera capital del Reino de Aragón, primera que aclamó a Ramiro II "el monje", primera que se sublevó a favor de la república, cuando se hizo famosa su Calle Mayor, la misma ruta que cantó Miguel Fleta en ritmo de jota. Grandes personajes y escritores hablaron de Jaca; en el siglo XIII, Alfonso X el Sabio, hablaba de la jacetana fiesta de la victoria; en el Renacimiento, Nebrija, explicaba sus orígenes legendarios; Cervantes la cita en El Quijote hablando de sus grandes montañas; Unamuno alaba la Peña de Oroel; y Ramon y Cajal describe su largo periodo de vida en la ciudad.