158. JAIME I CASTIGA A SU TROVADOR
(SIGLO XIII. PERPIGNAN)
En cierta ocasión, se encontraba el
rey don Jaime I el Conquistador en Perpignan, rodeado, naturalmente,
de todo su numeroso séquito: obispos, condes, barones, notarios,
escribanos, camarlengos, pajes, etc. Entre los acompañantes, se
encontraba también su trovador.
Salió a pasear el poeta y músico por
los alrededores de la ciudad, pasando cerca de una alfarería, de
cuyo interior salía la voz de un hombre que entonaba, no muy bien
por cierto, una de las baladas preferidas e interpretadas por el
trovador. Era el ceramista quien, sentado ante el torno, modelaba una
vasija.
Entró el trovador en el alfar y, sin
mediar palabra, rompió todas las piezas de barro que el alfarero
tenía expuestas al sol. Luego, sin mirarle siquiera ni mediar palabra, se marchó.
Cuando el dueño del alfar quiso reaccionar, se encontró con el
trabajo de muchos días hecho añicos y, lo que es peor todavía,
prácticamente arruinado.
Preguntando aquí y allá, supo el
alfarero que el causante de su desgracia formaba parte del séquito
real como trovador, y se dirigió a palacio para hablar con él, pero
éste, en lugar de excusarse y resarcirle por el daño causado,
todavía se encolerizó más, diciéndole que, con su mala voz y
todavía peor entonación, había desvirtuado y destrozado su
melodía, y que no había hecho sino devolverle la misma moneda.
Los gritos airados del sorprendido y
vapuleado ceramista llegaron a oídos del rey que quiso saber el
porqué de tales lamentos. Con todo respeto, contó aquél al monarca
lo sucedido solicitándole justicia, y el rey, entendiendo lo justo
de la petición, obligó a su trovador a indemnizarle.
Luego, una vez reparado el daño
material a satisfacción del ceramista, Jaime I despachó de la corte
al violento trovador pues, como manifestó a quienes le rodeaban en
aquel momento, no podía consentir acoger en su séquito a servidores
tan pagados de sí mismos y tan avaros de sus obras como para que no
las pudieran disfrutar sus súbditos, máxime cuando el poeta cantor
había sido pagado con fondos del erario público.
[Del Ter, Armando, «Recopilación de
leyendas especialmente de la Alta Montaña (I y II)», Folletón delAltoaragón, 91 y 92 (1983), II, pág. 13.]