282. EL CRUCIFIJO DE SAN VICENTE FERRER
(SIGLO XV. MUNÉBREGA)
Más que por la belleza y la finura de
su talla, que por otra parte no eran nada despreciables, el Crucifijo
de la iglesia parroquial de Munébrega fue célebre por tratarse de
una imagen que, según la tradición y la leyenda, había pertenecido
al fraile predicador Vicente Ferrer, quien —en agradecimiento a
las atenciones recibidas por sus habitantes en una de sus giras
evangelizadoras para tratar de convencer y convertir al cristianismo
a los judíos de la localidad— decidió donarlo al pueblo y dejar
así testimonio de su paso, como ocurriera en tantos otros lugares de
Aragón.
Por razones que nos son desconocidas e
inexplicables —aunque quizás fuera para preservarlo de los
atesoradores de enseres y pertenencias del famoso fraile valenciano que proliferaron
por todas partes— el bello Crucifijo fue secreta y celosamente
guardado en el hueco de uno de los brazos de un enorme facistol que
había en el coro de la iglesia, hasta que un día fue hallado y
puesto a la vista de todos, habiéndose perdido la noción y las
vicisitudes de su origen.
Algunos años más tarde, cambió
Munébrega de párroco y el nuevo decidió hacer limpieza de enseres
y de ornamentos de la iglesia. Abrillantó patenas y cálices, reparó
casullas, arregló bancos... Y se llevó a su casa el gran facistol
del coro para restaurarlo con calma. Cuando lo manipulaba una tarde
para liberarlo del polvo acumulado, vio en el hueco de uno de sus
brazos que había un pequeño pergamino. La curiosidad natural le
llevó a leer en él que «aquest Sant Christ lo fiz San Vicente
Ferrer». Sin duda, el pergamino había pasado desapercibido cuando
se rescató la imagen.
Desde entonces no sólo no cabía duda
de la pertenencia inicial de aquella sagrada imagen, sino que,
además, quedaba fehacientemente testificado que su autor material
había sido el propio predicador valenciano, tan querido y recordado
por estas tierras.
[Faci, Roque A., Aragón..., I, pág.
108.]