261. GIL DE ATROSILLO, SEÑOR DE
ESTERCUEL, Y LA APARICIÓN DE LA VIRGEN (SIGLO XIII. ESTERCUEL)
Era un día de entre los años 1250 y
1258. Don Gil de Atrosillo era señor del castillo de Estercuel,
entre cuyos muros se había recluido en busca de sosiego, tras haber
participado en las campañas de Mallorca, Valencia y Morella, entre
otras. Aquella tarde recibió a un forastero que decía llamarse
Pedro Novés, oriundo de las montañas jaquesas y experto en la
conducción y cuidado de ganados. Tras la conversación, lo tomó a
su servicio como mayoral, poniéndole al frente de sus múltiples
pastores y numerosos rebaños. Pedro Novés se ganó pronto el
respeto de todos, desde el señor hasta el último pastor. Por eso no
daban crédito a la repentina locura de tan cabal persona cuando les
quiso hacer creer que se le había aparecido la Virgen.
En efecto, ocurrió que una noche
estando durmiendo en el monte de la Redonda, donde habían llevado
el ganado en busca de pastos, se desveló cuando al otro lado del río
vio brotar una intensa luz y oyó hermosos cánticos. Despertó a los
pastores y les hizo observar el extraño fenómeno, pero al poco
rato, creyendo que podrían ser algunos muchachos del pueblo,
volvieron a dormirse. Pedro Novés no se contentó y, cuando todos
dormían, fue a inspeccionar la zona.
Quedó anonadado: sobre el tronco de un
olivo, estaba una imagen de la Virgen, aparición que se repitió
durante las dos noches siguientes. Pedro no sabía qué hacer. Fue
Nuestra Señora la que le dijo que se lo comunicara a don Gil y así
lo hizo, pero el señor de Estercuel, a pesar de la estima en que
tenía a Pedro Novés, le creyó un iluso y un visionario, rogándole
que olvidara todo aquello. Volvió el mayoral al lugar de la
aparición y refirió a la Virgen lo sucedido: no le creían.
Entonces tomó la mano de Pedro, la puso en su mejilla y le rogó que
regresara a Estercuel. Nadie podría separar la mano de su cara y
entonces le creerían, como así fue.
Llevaron la imagen solemnemente a la
iglesia parroquial, pero en tres ocasiones desapareció, apareciendo
siempre sobre el mismo tronco de olivo sin que nadie la transportara.
La intención estaba clara y así es cómo Estercuel levantó el
monasterio de Nuestra Señora del Olivar.
[Andrés de Ustarroz, F.,
Chronología..., págs. 51-52. Faci, Roque A., Aragón..., II, págs.
81-84.
Guallar, Santiago, «Nuestra Señora
del Olivar», Aragón, 165 (1940), 30-35.]