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martes, 23 de junio de 2020

277. SANTO DOMINGO AMAMANTADO POR UNA VACA


277. SANTO DOMINGO AMAMANTADO POR UNA VACA (SIGLOS XIII-XIV. LOBERA DE ONSELLA)

277. SANTO DOMINGO AMAMANTADO POR UNA VACA (SIGLOS XIII-XIV. LOBERA DE ONSELLA)


Hallándose un boyero —como solía hacer todos los inviernos desde hacía muchos años— apacentando su vacada en términos del monte de Ejea, observó que una de las reses se separaba del resto de la manada todas las tardes para regresar en solitario bien entrada ya la noche. Aquella reiterativa actitud le movió la curiosidad, así es que un día el zagal determinó seguir a cierta distancia al animal, para lo cual le colocó previamente una esquila de forma que le resultara más fácil tenerla localizada.

Aquella tarde se volvió a repetir la ausencia: la vaca se separó de las demás y el pastor la siguió durante más de una hora, hasta que llegó a las inmediaciones de la actual ermita dedicada a santo Domingo, por aquel entonces inexistente.

El vaquero estaba agotado a causa de la caminata y por la sed, maldiciendo a la vaca. Pero ésta, ante la reacción de enfado de su cuidador, hizo un movimiento de cabeza y clavó un cuerno en la tierra. La sorpresa del muchacho fue enorme cuando al retirar el testuz el animal manó agua clara de una copiosa fuente, en la que pudo saciar su sed.

Transcurrido un rato, y una vez recuperado el pastor del cansancio, de la sed y del asombro por la experiencia vivida, la vaca reemprendió el camino hasta llegar a una cueva. Se adentró la bestia en ella y cuál no sería la sorpresa del pastor que iba detrás cuando se encontró con un niño que parecía esperar al animal, que lo amamantó solícitamente. Aquel pequeño no era otro que el mismo santo Domingo.

Cuando el pequeño quedó saciado de leche, el vaquero y el animal hicieron el camino de vuelta para reencontrarse con el resto de la vacada. El pastor no dejaba de admirar a la vaca que caminaba pausadamente.
Naturalmente, el vaquero narró lo sucedido en Lobera y se movilizó todo el pueblo, decidiendo construir una ermita y se puso el nombre de Santo Domingo a la montaña que alberga la cueva. En adelante, por estas tierras se representaría al santo con unas gotas de leche en la barba.

[Proporcionada por Antonio Garza Velilla.]


sábado, 29 de junio de 2019

EL EXILIO SORIANO DE DOÑA URRACA


100. EL EXILIO SORIANO DE DOÑA URRACA (SIGLO XII. SORIA)

EL EXILIO SORIANO DE DOÑA URRACA, SIGLO XII. SORIA, torreón


El matrimonio de Alfonso I el Batallador y Urraca de Castilla había hecho crisis una vez más, y el rey aragonés, que ya confinara anteriormente a su mujer en El Castellar, lo hizo ahora en la recién reconquistada plaza de Soria, cabeza de la nueva «extremadura», en un palacio del que todavía queda hoy el torreón conocido como de «doña Urraca».

// Palacio de los Beteta o Sorovega  
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Si el monarca pudo dar origen a ciertos rumores acerca de sus inclinaciones sexuales, la reina adquirió fama por sus constantes devaneos amorosos, uno de los cuales debió desarrollarse, según la leyenda, en su destierro soriano. El caso es que, en una de las estancias del palacio, vemos a doña Urraca tendida en un escaño de nogal, a cuyos pies reposa Pedro, un doncel, un trovador, un apuesto muchacho del que se ha prendado la dama. Entre trova y trova, la reina compromete con la actitud y con sus palabras al joven que manifiesta sentir solamente admiración por la reina, quien no entiende la falta de deseo del joven por ella, lo cual le solivianta.

La escena íntima entre la reina y el trovador había llegado a un punto crucial cuando, de repente, sonó hiriente el sonido de un cuerno que anunciaba la llegada de gente armada al palacio. Transcurren unos instantes y hace acto de presencia en la estancia don Ato Garcés, señor de Barbastro y alférez mayor del reino, y, a la sazón, padre del doncel Pedro.

Ato Garcés había sido enviado por Alfonso I el Batallador a tierras de Tarazona, Ágreda, Soria y Almazán para reclutar caballeros y peones con los que enfrentarse con garantías de éxito a los moros de Fraga, Morella y Tortosa y, con su llegada a Soria, pretendía que su hijo Pedro fuera armado caballero para ir a cumplir con su señor, como hacían los jóvenes de su edad.

Doña Urraca, todavía disgustada y acalorada por la escena que acababa de vivir con el joven Pedro, sin decir palabra se lo entregó a Ato, despidiéndose desdeñosamente con un gesto. Una vez sola, la reina cayó sobre la alfombra presa de un ataque de histerismo seguido de llanto, mientras el ruido de los caballos que se alejaban iban perdiendo intensidad.

[Zamora Lucas, Florentino, Leyendas de Soria, págs. 197-202.]