CAPÍTULO
VII.
De la venida de los Romanos. Sucesos y guerras
entre ellos y los Cartagineses.
El poder de los
cartagineses era tan grande en España, y se iba de cada día
acrecentando, que la república romana, émula y enemiga capital de
ellos, conoció cuán floja y mal mirada había sido en dar lugar a
que mejorasen tanto sus hechos en España, y acordó de mirar en
todas las ocasiones se ofreciesen, cómo podría remediar su
negligencia y descuido pasado, buscando algún color con que los
atajase; y porque sabia que en España había tales aparejos de
gentes y voluntades, que pondrían ánimo a los cartagineses para
volver a cobrar lo que les habían quitado los romanos en las islas
de Cerdeña y Sicilia, de cuya pérdida, aunque lo
disimulaban, habían quedado muy lastimados, sin duda Roma quisiera
principiar el estorbo que quería hacer a la potencia de los
cartagineses en España, si no tuviera información en este mismo
tiempo de que los franceses de tras los Alpes se
querían juntar con los galos cisalpinos, que es lo que
hoy decimos Lombardía, para sojuzgar y destruir del todo la
república romana. Por acudir a tan gran peligro, no pudieron
estos romanos al presente comenzar en España lo que intentaban
contra los cartagineses, pero probaron lo que pudieron, según las
otras ocupaciones les daban lugar; porque primeramente renovaron las
concordias antiguas con la misma Cartago, porque sabían que
si ella y los franceses acometían a la par, no pudieran
defenderse. a más de esto, procuraron muy en secreto buscar
algunas entradas en España, enviando mensajeros a Marsella; y
aunque con otro color, pero el fin de la embajada era para tratar por
medio de ellos liga y confederación con los de Empurias,
villa principal en Cataluña, no lejos de los montes Pirineos,
donde comienza el principio de España y que era la
cabeza y más principal pueblo de los Indigetes, que estaban
entre cabo de Creus y la ciudad de Gerona. Por medio de
los de Empurias, y a su instancia, se concertaron los de
Sagunto y Denia. Holgaron todos de la amistad de Roma,
por la fama de su buena fortuna y de la fé, bondad y virtud que
mantenía a sus amigos, lo que no era en los cartagineses, que a
trueque de hacer su negocio, no guardaban la palabra sino en cuanto
les convenía para sus provechos y no más. De esta manera entraron
los romanos en España a los 528 años de la fundación
de Roma y 224 antes de la venida de Jesucristo señor nuestro:
y fue tan grande el contento que tuvieron los romanos de esta
entrada, que no se pueden contar las gracias que por ello hicieron a
sus dioses, de alcanzar parte en tierra tan rica y llena de hombres
discretos y valientes; y confiando los romanos de tal nación,
tuvo ánimo aquella república para enviar su embajador a
Cartago, para pedir y saber si la destrucción de Sagunto
había sido orden del senado cartaginés, o acción sola de
Aníbal, porque estaban los romanos muy agraviados de
aquello, por ser los saguntinos confederados y amigos suyos y
tocarles la defensa y amparo de ellos; y después de diversas
satisfacciones que dieron los cartagineses a los embajadores romanos,
que más parecían escusas que otra cosa, cuenta Tito
Livio, que habiendo oído el embajador romano las razones de un
cartaginés, escusando el estrago
que los suyos habían hecho en Sagunto, tomó una parte de su
toga, y la plegó haciendo un seno, y les dijo a los de aquel
senado: «Aquí dentro os traemos la guerra y la paz: escoged y tomad
de estas dos cosas la que más quisiéredes;» y no espantados de
esto los cartagineses, le dijeron a grandes voces, que lo que más
quisiese; y el embajador romano, desplegando el seno que había
hecho de su vestidura, les dijo que les daba la guerra, y ellos
respondieron que la aceptaban, y que con el mismo corazón que la
recibían la entendían proseguir. Salieron los embajadores de
Cartago y vinieron a España, porque esta era la orden que llevaban,
para solicitar las ciudades que quisiesen tener su parte y apartarlas
de la amistad de los africanos; y dice Livio, que llegaron primero a
unos pueblos llamados Bargusios, de quienes fueron muy bien
recibidos: Ad Bargusios primùm venerunt, à quibus
benignè accepti. Eran estos pueblos de Cataluña,
según dicen Florián, Pujades y otros; y tengo por cierto que eran
los de Balaguer y sus contornos, por hallar que Tolomeo entre
los pueblos Ilergetes pone en primer lugar un pueblo llamado
Bergusia, al que el autor que tradujo la Geografía de
Tolomeo en lengua italiana dice ser Balaguer: y no
va esto fuera de camino; pues dice Beuter, que ya antes de la
destrucción de Sagunto los romanos tenían confederados
muchos de los pueblos (que) estaban entre el río Ebro
y los Pirineos, aunque se ignora qué romano pasó primero en
estas partes, o cómo se introdujeron estos conocimientos y
confederaciones; y no faltan algunos que dicen haber pasado algún
romano llamado Curcio, que dio el nombre al río de Noguera
Ribagorzana (Ripacurcia, Ribagorça,
Ribagorza, Ripacurçia, etc), que pasa por medio de los
pueblos Ilergetes y viene a desaguar en el río de Segre
entre las ciudades de Balaguer y Lérida, en la región
o términos donde estaban estos pueblos Bargusios y la ciudad
Bargusia, a quienes quedó tal amor y buena voluntad al senado
y pueblo romano, que sus embajadores no hallaron en su
primera entrada otros pueblos que los recibiesen con mayor amor y
muestras de buena voluntad que estos, por lo mucho que estaban
cansados del mando y gobierno de los cartagineses, que eran
muy aborrecidos de todos aquellos españoles, creo yo que por
la crueldad hecha en Murviedro (muro
verde), cuya fama sonaría ya por la región de ellos y
por otras muchas, o por algún agravio de que estarían sentidos de
tiempo pasado cuando los cartagineses procuraban meter sus gentes por
aquellas tierras. De aquí pasaron los embajadores romanos a Aragon,
en una región a partida de tierra que llama Livio Volcianos
(o Voloianos),
de quien no se halla memoria en los cosmógrafos antiguos;
pero, según se conjetura, caían aquellos pueblos o gentes en la
Celtiberia y en la parte más vecina de los Bergusios.
Llegados aquí los embajadores romanos, no fueron tan bien recibidos
como ellos pensaban; porque les dieron tal respuesta, que fue
divulgada por toda España, y fue causa que todos los otros pueblos
se apartasen de la amistad de los romanos; porque después de
haberles los embajadores romanos propuesto su embajada, se llevaron
uno de los más principales, quien les dijo:
«¿Qué vergüenza
es esta vuestra, romanos, que andeis pidiendo que antepongamos
vuestra amistad a la de los cartagineses, habiendo sido los
saguntinos más cruelmente vendidos por vosotros, que destruidos por
los cartagineses? Id allá a buscar amigos, donde no se sabe la
perdición de Sagunto, que siempre será lamentable
ejemplo para que ninguno se fíe más en la fé y compañía de
vosotros;» y así les mandaron salir de su comarca, y dice Livio que
no hallaron mejor respuesta en ningún pueblo de España.
En este
estado estaban las cosas de los romanos en España, cuando en Roma se
armaban naves a toda prisa y hacían soldados para pasar acá, y
valiéndose de los amigos y de otros que confiaban de nuevo ganar,
resistir a los cartagineses hasta del todo echarles de ella, y vengar
los agravios y sinrazones que habían hecho a los saguntinos,
amigos y confederados del pueblo romano. Aunque estas armadas y levas
de soldados eran notorias a los cartagineses, pero no sabían ni
atinaban para qué tanto aparato de guerra y tanto soldado, ni
juzgaban dónde habían de descargar tales nublados, y todos estaban
advertidos. Estando con esta duda y suspensión en España, que era
la parte para donde menos pensaban hacerse aquellos aparatos,
descubrieron una mañana en el mar de Cataluña copia de
navíos largos a manera de galeras bastardas, bien armadas y puestas
a punto de guerra, hasta número de setenta, que doblaban el cabo
de Creus y se encaminaban al golfo
de Rosas, enderezando su camino, a lo que se podía
conjeturar, hacia Empurias. Traían en la delantera cuatro
galeotas de Marsella, las cuales, como fustas
amigas y conocidas ya de los emporitanos, se adelantaron para
sosegarlos, si por casualidad tuvieran algún recelo de ver esta
flota que se les acercaba, certificándoles ser gente romana,
que venían no solo para defender a los amigos y confederados viejos
que tenían acá, sino para tomar otros nuevos y echar fuera de
España a los cartagineses con su capitán Asdrúbal y
otros que la tiranizaban. Venía por capitán general un caballero
romano llamado Neyo Scipion, por sobre nombre
Calvo, hermano de Cornelio Scipion, que era uno
de los dos cónsules que aquel año regían la república
romana. Entrado ya Neyo Scipion con su armada por el
golfo de Rosas, llegaron a Empurias, y allí, con la
seguridad y buena relación que les trajeron las galeotas
marsellesas, fueron alegremente recibidos, y saltaron en
tierra sin
alguna contradicción ni embargo.