200. LA ETERNA ESPERA
DE LA MORA DE GUADALAVIAR (SIGLO XII.
GUADALAVIAR)
La suerte estaba echada. Los guerreros
cristianos dominaban la situación por doquier. Cuando le tocó la
hora al reino sarraceno de Albarracín, que no podía esperar ayuda
alguna, la mayor parte de la población mora permaneció en sus
casas, pero sus principales responsables políticos huyeron hacia el
Levante y el Sur.
Entre los emigrantes, marchó presuroso
un jinete llevando a la grupa de su montura a una joven y bella mora.
Como el peso de ambos dificultaba la huida, al llegar al pie de la
Muela de San Juan, a la entrada de una enorme gruta, el jinete
sarraceno descabalgó a la joven, diciéndole que le esperara allí
hasta su regreso, en el que todavía confiaba.
La «cueva de la mora», aunque ni
grande ni profunda, tiene en sus entrañas recónditas moradas y
quebrados pasadizos, de modo que la gente, temerosa, no se atreve a
entrar. Lo cierto es que la bella joven musulmana, tras quedarse
totalmente sola, se aposentó en la oquedad y se dispuso a esperar
cuanto tiempo fuera preciso.
Mientras, los victoriosos ejércitos
cristianos, imparables en su avance, se apoderaron por completo del
reino albarracinense, de modo que el regreso al pasado musulmán, que
había sido glorioso, fue imposible. Pero la bella joven siguió
esperando a su caballero.
Todavía ahora hay quien dice que, año
tras año, el día de san Juan, cuando las primeras luces del día
iluminan las cumbres de la Muela de San Juan y van invadiendo con
lentitud las gargantas y valles que confluyen en el valle del brioso
Guadalaviar, la muchacha sale de la cueva y, sentándose a la vera de
una fuente clara que mana junto a la misma, se la ve peinar
pausadamente, sin prisa alguna, su larga y negra cabellera con un
peine de oro, sirviéndole las aguas de espejo. Luego, terminado su
tocado, regresa a la cueva para salir sólo al año siguiente,
esperando eternamente presa de tan singular encantamiento.
[Tomás Laguía, César, «Leyendas y
tradiciones...», Teruel, 12 (1954), 143-144.]
* Hasta no hace mucho, los mozos de la comarca, junto con sus jóvenes esposas, solían acudir a celebrar junto a la fuente —como «Fuente de los Mozos» se le conoce— el segundo banquete tras las nupcias, esperando que la constancia y la fe en una promesa, cual fue el caso de la bella muchacha mora, fortaleciera el vínculo recién estrenado.
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