100. EL EXILIO SORIANO DE DOÑA URRACA
(SIGLO XII. SORIA)
El matrimonio de Alfonso I el
Batallador y Urraca de Castilla había hecho crisis una vez más, y
el rey aragonés, que ya confinara anteriormente a su mujer en El
Castellar, lo hizo ahora en la recién reconquistada plaza de Soria,
cabeza de la nueva «extremadura», en un palacio del que todavía
queda hoy el torreón conocido como de «doña Urraca».
// Palacio de los Beteta o Sorovega //
// Palacio de los Beteta o Sorovega //
Si el monarca pudo dar origen a ciertos
rumores acerca de sus inclinaciones sexuales, la reina adquirió fama
por sus constantes devaneos amorosos, uno de los cuales debió
desarrollarse, según la leyenda, en su destierro soriano. El caso es
que, en una de las estancias del palacio, vemos a doña Urraca
tendida en un escaño de nogal, a cuyos pies reposa Pedro, un doncel,
un trovador, un apuesto muchacho del que se ha prendado la dama.
Entre trova y trova, la reina compromete con la actitud y con sus
palabras al joven que manifiesta sentir solamente admiración por la
reina, quien no entiende la falta de deseo del joven por ella, lo
cual le solivianta.
La escena íntima entre la reina y el
trovador había llegado a un punto crucial cuando, de repente, sonó
hiriente el sonido de un cuerno que anunciaba la llegada de gente armada al palacio. Transcurren unos instantes y hace acto de
presencia en la estancia don Ato Garcés, señor de Barbastro y
alférez mayor del reino, y, a la sazón, padre del doncel Pedro.
Ato Garcés había sido enviado por
Alfonso I el Batallador a tierras de Tarazona, Ágreda, Soria y
Almazán para reclutar caballeros y peones con los que enfrentarse
con garantías de éxito a los moros de Fraga, Morella y Tortosa y,
con su llegada a Soria, pretendía que su hijo Pedro fuera armado
caballero para ir a cumplir con su señor, como hacían los jóvenes
de su edad.
Doña Urraca, todavía disgustada y
acalorada por la escena que acababa de vivir con el joven Pedro, sin
decir palabra se lo entregó a Ato, despidiéndose desdeñosamente
con un gesto. Una vez sola, la reina cayó sobre la alfombra presa de
un ataque de histerismo seguido de llanto, mientras el ruido de los
caballos que se alejaban iban perdiendo intensidad.
[Zamora Lucas, Florentino, Leyendas de
Soria, págs. 197-202.]