Mostrando entradas con la etiqueta Ausetanos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ausetanos. Mostrar todas las entradas

domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO IX.


CAPÍTULO IX.

De cómo Asdrúbal llegó a los pueblos Ilergetes, y de lo que hizo en ellos.

No era bien salido Neyo Scipion de Tarragona, cuando Asdrúbal dio la vuelta segunda vez, y pasado el río Ebro se entró en la región de los llergetes, que no tenían la provisión de gente romana que era menester para resistirle; y el primer acometimiento fue sobre la ciudad de Lérida, que era la que había dado rehenes de seguridad a Neyo Scipion; y tales cautelas y diligencias tuvo con sus vecinos Asdrúbal, así de temores que les puso, como de blanduras y promesas amorosas, que no solamente le dieron el pueblo, sino que, viéndose favorecidos con él, tomaron sus mesmos vecinos las armas, y juntos con ellos los cartagineses, comenzaron a correr y a destruir las tierras y pueblos comarcanos, parciales y fieles al pueblo romano; y para desacreditar a Scipion y sus gentes, esparció fama entre los del campo de Tarragona y los pueblos llergetes, que los vecinos de los Pirineos habían bajado contra los romanos y sus amigos y les tenían muy apretados: y estas nuevas dañaron mucho a los romanos; porque los llergetes, que de su natural eran belicosos y generosos, luego se levantaron contra los romanos y se declararon por Asdrúbal, y lo mismo hizo Amusito, hombre principal y poderoso en la comarca o región de los Acetanos. Imitóle en lo mismo otro caballero de los llergetes, llamado Leónero, que se hizo fuerte y alzó con una ciudad muy principal de ellos, llamada Athanagria (1), que, según la más común opinión, sería Lérida; porque, según se infiere de Tito Livio, era la cabeza de aquellos pueblos; y juntos estos con los cartagineses, corrieron y talaron las tierras comarcanas parciales y fieles al bando romano, en venganza de las demasías y daños que los días pasados habían recibido. Scipion, que tuvo aviso de todo esto, no quisiera haber de meter en campaña sus gentes, que ya estaban repartidas en aposentos y deseaba tomaran algún descanso, por ser aquel invierno riguroso, y porque con mejor vigor pudiesen llegar al verano, para pelear con los cartagineses de poder a poder, y de esta manera dar fin a la guerra;

(1) Athanagria o Athanagia, como se halla en todas las ediciones de Tito Livio, dice Cortés que no pudo ser Lérida, como supuso Marina, ni menos Manresa, cuya última opinión impugnó ya Pedro de Marca: antes bien era Sanahuja (no se ve bien) nombre derivado de Azanagia, quitada por aféresis la primera letra, y convertida la g en j; cuya villa conserva aún muchos indicios de su antigüedad, y se halla en la raya divisoria entre los lacetanos y los ilergetes.

pero como cada día le llegaban avisos de los estragos que recibían sus amigos y que Asdrúbal se iba haciendo más poderoso, sacó las gentes de sus estancias y caminó contra los cartagineses, muy apesarado por la mudanza de los ilergetes. Asdrúbal, que supo la venida (de) Scipion, fingió ignorarla, y publicando que no hallaba mala voluntad ni contradicción con los ilergetes, dio vuelta y pasó otra vez el río Ebro, y dejando todos los pasos muy fortificados, se fue a Cartagena, imaginando que los romanos, viéndole tan lejos, se volverían a Tarragona o Empurias, y la región de los ilergetes quedaría sin daño alguno; pues él no se ponía en parte de donde pudiese causar nuevas alteraciones y sospechas. Scipion, que ya tenía las 
gentes en campaña y estaba para marchar, no dejó de proseguir su camino con grande prisa, recogiendo de paso muchos catalanes amigos suyos que le acudieron; y metido con ellos en la región de los ilergetes, no hicieron menos daño que los cartagineses habían hecho primero por la tierra del bando romano, tanto, que todas las personas principales y nobles que había en aquella comarca desampararon sus casas y se retiraron en la ciudad de Athanagria, con harto temor que no hiciese con ellos Scipion lo que los cartagineses habían hecho con Sagunto. Estando retirados en esta ciudad, fueron cercados y combatidos tan a menudo y por tantas partes, que dentro de pocos días se rindieron, y murieron en este sitio Leónero y muchos caballeros principales; y con esta victoria los demás pueblos del derredor quedaron obedientes a Scipion, el cual se tomó la jurisdicción de aquellos lugares, y recibió mayor número de rehenes que había antes recibido, y le pagaron cierto tributo para el gasto de la guerra, que, según dice Ocampo, serían ganados (a quien Tito Livio llama peccunia, porque los romanos al dinero y ganado todo lo comprendían debajo de este vocablo peccunia), metales y otras preseas, y no moneda, porque en aquellos tiempos, que era 200 años poco más o menos antes de la venida de Jesucristo señor nuestro al mundo, no la usaban. 

Esta victoria puso algún temor en los cartagineses y acreditó la buena fortuna de Scipion, el cual, por no perder tiempo, quiso perseguir a Amusito, caballero español y señor de los pueblos Acetanos. Este, en tiempos pasados, había favorecido mucho a los ilergetes, por serles muy amigo y haber liga y confederación entre ellos; y después de la pérdida de Athanagria, se había retirado a su tierra. Pero Scipion no por eso dejó de perseguirle, en odio de los cartagineses; y dejadas a buen punto las cosas de los ilergetes, dice Livio, que movió su campo hacia estos pueblos Acetanos, que son los que están entre los dos ríos Segre y Ebro, y eran confinantes con los ilergetes. a estos, la impresión de Tito Livio llama ausetanos, y es manifiesto error del impresor, ponderadas las palabras de aquel autor, el cual dice: In Ausetanos propè Iberum, socios et ipsos p*orum, procedit; utque urbe eorum obsessa. Lacetanos, auxilium *finilimis ferentes, nocte haud procul jam urbe, cum intrare *vellent excipit, insidiis; y esto no pudo ser, porque los ausetanos, que son los de la plana de Vique, ni están junto al Ebro, ni de muchas leguas se llegan a él, y los acetanos están muy cerca, pues viven en las orillas de aquel río y del de Segre; y así, ni Amusito, como dicen algunos, fue señor de Ausa, que es Vique, (obispado de Ausonia, Vich, Vic) sino de un pueblo o ciudad, que era el pueblo más principal de los Acetanos y que no sabemos el nombre, por callarlo Livio, aunque Florián dice llamarse Acete, sobre el cual puso sitio.
Avisado Amusito de los intentos de Scipion, llamó en su favor a los lacetanos, que son los pueblos que hay desde el río Llobregat hasta Gerona, cuyo pueblo más principal era Barcelona, y según opinión de Beuter, llamó, no a los lacetanos, sino a los jacetanos, que en esto corrige también la impresión de Tito Livio, que dice lacetanos (I mayúscula, no L (ele), Iacca, Iaccam, Jaca, Jacca, etc.), habiendo de hacer de la l, j, equivocación muy fácil del que traslada manuscritos antiguos: y es más verisímil haberse valido de los jacetanos, que son los de la ciudad y comarca de Jaca, que le eran vecinos; que no de los lacetanos, que le estaban más apartados y habían de pasar más tierra para juntarse con él. Sin estos, también llamó a los ilergetes que viven en la Seo de Urgel, porque a estos aún no había llegado Scipion, por estar más remotos, y les pidió Amusito que, según las conveniencias y ligas que había entre ellos, le valieran en aquella ocasión. Juntáronse más de veinte mil hombres que salieron de las montañas que hay desde la Seo de Urgel hasta Aynsa (Aínsa) y Sobrarbe (Superarbe), en el reino de Aragón, gente valerosa y armada. Estaba concertado entre estos montañeses y los cercados, que saliesen a meter fuego en el real de los romanos, y mientras estarían ocupados en matar el fuego, darían sobre ellos antes que estuviesen advertidos del socorro que les venía de los montañeses.
No pasó esto tan secreto que lo ignorase Scipion, por medio de unas espías que cogió; y por evitar este daño, puso gente de a caballo en guarda de su real y cuidó que no tuviesen lugar, ni los de la ciudad a los del socorro, ni estos a los de la ciudad, de darse algún aviso, y él con un buen número de gente se puso en un paso, por el cual habían de venir estos montañeses que enviaba Amusito, que ignorantes de lo que estaba aparejado, venían de noche, sin capitán ni caudillo, y se metieron por un valle, donde toparon con la gente de Scipion, que al principio pensaron eran gente de Amusito, que les venían a encaminar a la ciudad y al real de los romanos. Presto vieron el engaño; porque les apretaron de manera los romanos, que mataron de ellos más de doce mil, y los que quedaron huyeron con el resplandor de la luna, procurando salvarse cada uno de ellos como mejor pudo. Amusito, con la tardanza de los montañeses, conoció que alguna desgracia les habría sucedido, por lo que no dejó salir a nadie de la ciudad, esperando nueva de lo que había sido. Con esta suspensión estuvo hasta la mañana, que vio a los romanos muy alegres y regocijados, y entendió lo que había pasado. Sintió mucho esta pérdida; pero no desmayó, confiando de la esperanza del tiempo, y de la nieve que continuamente caía, y de la falta de mantenimientos que habían de tener los romanos, y que por eso habían de salirse de aquellas tierras; porque donde menos nieve había pasaba de diez pies en alto. Scipion, por estas incomodidades y rigores de tiempo, no se apartó de su empresa y apretó la ciudad cercada; y aunque no la nombra Livio, no pudo ser Vique, como han querido algunos, sino otra que Ocampo llama Acete, cabeza de los pueblos acetanos, donde pasó todo esto. Duró el cerco treinta días; y aunque salieron Amusito con buen número de los cercados a meter fuego en las trincheras e ingenios de batir de los romanos; pero fue en vano, que por estar verdes y helados del tiempo, no prendió el fuego en ellos, y así no fue de provecho la salida. Scipion conoció que los cercados se cansaban; apretó más el cerco; y Amusito, después de haberle sufrido trienta (treinta) días, secretamente salió de su ciudad y pasó a la otra parte del Ebro, donde estaba la gente de Asdrúbal, y de allí se retiró a Cartagena. Los de la ciudad se dieron a Scipion, que les recibió sin quitarles nada de sus libertades y honras, con que pagasen veinte talentos de plata, que declarando qué eran, dice Ocampo ser mil seiscientas libras de plata fina de las libras antiguas, que cada cual de ellas tenía doce onzas de nuestro tiempo, de manera que montaban tanto como ahora dos mil cuatrocientos marcos de plata, que valen, reducidos al precio de moneda castellana, cinco cuentos y setecientos mil maravedís de la moneda menor de Castilla, cuyo marco se vendía, cien años ha, por dos mil y cuatrocientos maravedís. (1).
(1) Florián de Ocampo, lib. 5, c. 8.

domingo, 12 de mayo de 2019

CRETAS, RECONQUISTADA EL DÍA DE SANTA PELAGIA


2.68. CRETAS, RECONQUISTADA EL DÍA DE SANTA PELAGIA
(SIGLO XII. CRETAS)

Cuando Alfonso I el Batallador se decidió a sitiar el importante enclave de Fraga, en 1133, el rey estaba en condiciones de encomendar a varios de sus tenentes o seniores los castillos y villas de Nonaspe, Algás, Batea, Fayón, Horta de San Juan y tal vez Lledó, es decir, los tramos finales de los ríos Matarraña y Algás en el Bajo Aragón. No es de extrañar, por lo tanto, que los no muy numerosos mozárabes que sobrevivían aún bajo dominio musulmán en poblaciones tan cercanas a aquéllas —como Valderrobres, Beceite o Cretas— esperaran ansiosos su propia liberación.
Así las cosas, los pocos mozárabes que aún vivían en Cretas, Queretes, que estaban al corriente de la situación, con el cuidado que la ocasión requería para no soliviantar a los musulmanes, hacían cálculos y planes para un futuro que presumían inmediato, se quedaran o no los moros que de momento regían el pueblo en condiciones muy precarias.
Sin duda alguna, el rey les asignaría un tenente de su confianza para que garantizara la seguridad y la administración del territorio —tal vez una de las órdenes militares de Calatrava o san Juan—, pero había otras muchas cosas que dependían de sí mismos.
Sus sueños, no obstante, tuvieron que prolongarse para verse hechos realidad más de treinta años todavía, pues la inesperada derrota de Alfonso I el Batallador en Fraga, que significó un lamentable retroceso para la reconquista, fue también un duro golpe para los mozárabes de Cretas. De entre esos sueños pospuestos, uno muy importante para ellos y que les originó prolijas discusiones era la decisión acerca de la advocación a la que dedicarían el pueblo tras la reconquista. Como no llegaron a un acuerdo unánime, pues cada uno proponía un santo distinto, convinieron nombrar al santo o santa que la Iglesia celebrara el día en que tuviera lugar la esperada liberación.

Cuando, por fin, al mediodía de un ocho de octubre las llaves de Cretas eran entregadas al representante del rey Alfonso II de Aragón por el alcaide moro, Pelagia, la santa de Antioquía, que había muerto tal día como aquel del año 290, se convertía en su valedora ante el cielo.
[Recogida oralmente.]


CRETAS, RECONQUISTADA EL DÍA DE SANTA PELAGIA  (SIGLO XII. CRETAS)
plaza mayor, con el pelleric en el centro

Cretas (en chapurriau local Queretes​) es un municipio de la provincia de Teruel, comunidad de Aragón, España, en la comarca de Matarraña. Tiene una población de 632 habitantes (INE 2008) y tiene una extensión de 52,66 km². Se encuentra situada entre los pueblos de Valderrobres y Calaceite, cerca de los puertos de Beceite.

La prueba más valiosa de la presencia humana en Cretas corresponde a las pinturas rupestres descubiertas en su término municipal. En 1903, el brillante arqueólogo calaceitano Juan Cabré, descubre en el barranco del Calapatá las figuras de unos ciervos pintados, un toro, un caballo y una cabra, sobre la llamada Roca de los Moros. Dada la juventud de Cabré en aquel momento y, sobre todo, la novedad que suponía la aparición de motivos figurativos al aire libre, el hallazgo no se hizo público hasta 1907, por Santiago Vidiella a través de un breve artículo. Este descubrimiento y, muy especialmente, la publicación del calco de la otra Roca de los Moros del Cogul (Lérida) en el periódico La Veu de Catalunya atrae a Henri Breuil, uno de los más eminentes arqueólogos europeos del momento, que en colaboración con Cabré estudia las pinturas y descubre nuevas figuras más complejas y variadas en el barranco de los Gascons, el Abrigo dels Gascons, no demasiado lejos del Calapatá.


Estos hallazgos significarían el principio del estudio del hoy llamado Arte rupestre levantino (10.000-6.500 años antes del presente); expresión creencial de los grupos cazadores-recolectores y el más singular de los artes prehistóricos europeos. Transcurrieron varias décadas para que los investigadores se ocuparan de nuevo de estas pinturas; en las revisiones de principios de los noventa se identifica en ese friso la presencia de figuras humanas, concretamente dos arqueros característicos del Arte Levantino, que no se habían interpretado como tales en los trabajos precedentes.

El valor de estas expresiones creenciales-artísticas de Teruel -verdaderamente el que debe considerarse como el 1.er arte turolense- y de todo el sector de implantación del Arte Levantino, ha conseguido que desde 1998 sean declaradas por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad; máxima consideración que puede concederse a una obra humana. (Fuentes: Associació Catalana d'Art Prehistòric)

Algo más recientes en el tiempo, existen evidencias que permiten afirmar que el pueblo de Cretas se levanta sobre un antiguo asentamiento ibero. Cerca de aquí, en el barranco del Calapatar y en sus alrededores se concentran la mayor parte de los asentamientos ibéricos del Matarraña y más concretamente entre el triángulo Cretas-Calaceite-Mazaleón: los poblados de Los Castelláns en Cretas, el poblado de San Antonio de Calaceite y el poblado de San Cristóbal en Mazaleón serían los más representativos del territorio. Entre los siglos V y II a.d.c. se concentró una población tan numerosa como la que actualmente puebla estas poblaciones, la mejora de las condiciones de vida y el comercio con los griegos y fenicios favoreció el nacimiento de una cultura “los íberos” y en nuestro caso la tribu de los Ausetanos del Ebro. Los eminentes arqueólogos como Juan Cabré Aguiló y Pere Bosch i Gimpera realizaron las primeras campañas de excavaciones en estos poblados y en el territorio.


Juan Cabré Aguiló, Calaceite, arte, museo