Mostrando entradas con la etiqueta Aixa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Aixa. Mostrar todas las entradas

lunes, 22 de junio de 2020

233. LA MORA PEINADORA (SIGLO XIV. AQUILUÉ)


233. LA MORA PEINADORA (SIGLO XIV. AQUILUÉ)

233. LA MORA PEINADORA (SIGLO XIV. AQUILUÉ)


En Aquilué y los pueblos del contorno, así como en todo el Alto Aragón, ya en el siglo XIV las cosas de los moros sonaban a algo lejano y perdido en el tiempo. Sin embargo, todos tenían como algo propio, asimilado y querido el hecho de que pudiera convivir con ellos una joven mora encantada a la que, por estar encantada precisamente, no le pasaba el tiempo. Siempre tenía un aspecto joven y, además, cómo no, siempre era hermosa, muy hermosa.

Vivía la bella Aixa en solitario, sin más compañía que la de un fiel perro, en el «Forato de la Mora», es decir, en una cueva relativamente ancha y profunda que ella hizo confortable y habitable. Estaba tan enamorada de su tierra natal que se había resistido a abandonarla cuando todos los suyos decidieron, hacía ya muchos años, emigrar a la ciudad de Huesca, primero, y a Zaragoza, después. Como era habitual en el caso de todas las moricas encantadas, apenas se le veía a la luz del día, excepto al alba y al anochecer.

Aunque encantada y, por lo tanto, libre de las necesidades humanas y siempre joven, Aixa ansiaba con todas sus fuerzas que llegara el día de su desencantamiento. Eso ocurriría tan sólo cuando volviera a por ella algún joven moro, con quien se casaría y envejecería junto y a la vez que él. De momento, su única obsesión era atesorar dinero para aportarlo como dote al matrimonio de su liberación.

Para conseguir el dinero necesario, sólo salía de su cueva para peinar a una señora cristiana muy principal de la localidad que acudía diariamente cerca de la cueva. Lo hacía con tal esmero y con tanta delicadeza que la dama únicamente pensaba en el momento en el que cada día Aixa deslizaba su peine y tejía con sus delicados dedos unas hermosas trenzas. Y cada día, sobre un cestillo siempre limpio urdido con cañas, le dejaba a hurtadillas una pepita de oro como recompensa a su delicado y primoroso trabajo.

Ha pasado el tiempo y la mora es tan sólo un recuerdo en la memoria de unos pocos. Aunque lo han buscado, nunca se ha encontrado el oro atesorado en la cueva ni está ya en ella Aixa. Eso debe querer decir que llegó un día el moro de la liberación para llevársela, aunque tuvo que ser de noche, pues nadie reparó en la marcha de la morica encantada.

[Recogida oralmente.]

http://www.caldearenas.es/index.php/mod.pags/mem.detalle/idpag.32/idmenu.1065/chk.9469a562e1c07b2b68cdf23df032298a.html

domingo, 14 de junio de 2020

193. LA PRINCESA MORA QUE BUSCÓ LA LIBERTAD


193. LA PRINCESA MORA QUE BUSCÓ LA LIBERTAD (SIGLO X-XI. FRÍAS DE ALBARRACÍN)

En la corte musulmana de Albarracín, el rey tenía encerrada a su hija Aixa en una lóbrega habitación del alcázar real. Estaba confinada allí por el grave delito de ser hermosa y objeto de un posible pacto con algún reyezuelo sarraceno del que obtener provecho. Nadie, pues, la podía ver, no fuera que los planes paternos pudieran fallar.
Sin embargo, una noche de verano en que el señor albarracinense se hallaba ausente de la ciudad, Aixa logró salir del recinto amurallado y lanzarse a la libertad por los montes de Frías. Se escondió entre las paredes de un semiderruido castillo, a cuyo pie brotaba una fuente de claras aguas. La princesa disfrutó así de la quietud del monte, del volar vertiginoso de los pájaros, del susurro de las hojas al ser mecidas por el viento... Se sentía libre.

En la corte, en cambio, todo era inquietud, pues se temió que Aixa había sido raptada. Se registró toda la ciudad, hasta el último rincón; se recorrió el río; se enviaron emisarios a todos los castillos, incluso los cristianos. Nadie supo dar la más mínima noticia que pudiera conducir al paradero desconocido de la princesa.
Se recurrió, asimismo, a magos y adivinos venidos de todos los confines, pero ningún conjuro logró dar fruto. Cuando ya se desconfiaba del procedimiento, una hechicera llegada de al-Andalus le dijo al rey que su hija estaba viva, y que fue ella misma quien eligió la libertad. No obstante, jamás podría hallarla, aunque sí castigarla a distancia, si así lo deseaba.
La hechicera, con el beneplácito del rey, ideó un castigo sibilino. Ya que la muchacha deseaba vivir como el corzo y el águila, como éstos debía sufrir alguno de los rigores de la naturaleza. La condenó así a que, siempre que acudiera a la fuente a saciar su sed, las aguas del manadero se retiraran, como así ocurrió desde aquel día.
Hoy, cualquiera que recorra con sosiego las montañas de Frías, como hiciera Aixa, podrá hallar la «fuente Mentirosa» o «Burlona», única en toda la comarca de manadero intermitente: tan pronto emerge su hilo de cristal como desaparece por algún tiempo. En las ruinas próximas, Aixa, sin embargo, prefirió la libertad a la espera interminable en la sala lóbrega del palacio real.
[Tomás Laguía, César, «Leyendas y tradiciones...», Teruel, 12 (1954), 138-140.]