330. ALFONSO V INTERVIENE EN LA LUCHA DE LOS MARCILLA Y LOS MUÑOZ (SIGLO XV. TERUEL)
Desde que el Jueves Santo de 1325 saltara la primera chispa entre las familias Marcilla y Muñoz, Teruel no conoció tregua, pues la ciudad estaba en realidad dividida entre los partidarios de una u otra, lo cual afectó a la vida diaria de los turolenses. En muchas ocasiones, se vio obligada a intervenir no sólo la justicia local, sino también la real y, a lo largo del tiempo, muchas fueron las vidas que acabaron segadas como consecuencia de la aplicación de una u otra justicia.
Un siglo más tarde, en 1427, el rey de Aragón Alfonso V había convocado Cortes en Teruel, de modo que la ciudad se aprestó a recibir a todos los representantes de los distintos brazos. Ni siquiera entonces hubo calma entre las familias Muñoz y Marcilla, que protagonizaron un grave incidente en Cella, cuando el propio rey estaba ya en Teruel.
El día 5 de diciembre, Alfonso V se personó en la sala donde se celebraba el juicio dispuesto a imponer su autoridad, pero el juez turolense, Francisco de Villanueva, suspendió el juicio, considerando que la presencia del monarca era un auténtico contrafuero. Todo fue en vano. Alfonso V se encolerizó y, ante el asombro de todos, mandó decapitar al juez.
El pavor se enseñoreó de la ciudad de Teruel, pero el rey parecía estar dispuesto absolutamente a terminar con tan peculiar y estéril lucha familiar. De modo que, además, sin tener en cuenta lo que el fuero disponía a este respecto, nombró a Martín de Orihuela para lo que restaba de año, aunque, en realidad, en adelante siguió nombrando a la máxima autoridad turolense, interrumpiéndose así la secular manera de elegir juez por los propios turolenses, según su propio fuero.
Inevitablemente, el cargo tenía que recaer en un turolense que, cómo no, estaría más o menos vinculado a alguna de las dos familias en pugna. Así sucedió, siendo nombrados sucesivamente varios jueces de entre la familia de los Marcilla. La realidad es que Teruel pagó con el recorte de sus libertades y con la intervención real su secular encono.
[Atrián, Miguel, «La mancha de sangre», en Revista del Turia, 30 (1882), 381.]
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martes, 23 de junio de 2020
domingo, 21 de junio de 2020
224. DOS PRETENDIENTES PARA ZAIDA (SIGLO XI. CELLA)
224. DOS PRETENDIENTES PARA ZAIDA
(SIGLO XI. CELLA)
A finales del siglo XI, en la parte más
oriental de la serranía de Albarracín, se alzaba un imponente
castillo gobernado por el alcaide don Garcí Núñez, señor de
Celfa, hoy Cella. Tenía este caballero cristiano una hermosa y única
hija, llamada Zaida, cuyo amor se disputaban dos cualificados
pretendientes: el árabe Melek, hijo del valí (walí) de Albarracín, y
Hernando, conde cristiano del castillo de Abuán.
Don Garcí Núñez era padre y señor a
la vez, doble condición que mediatizaba la decisión a tomar
respecto al futuro de su hija. Por una parte, deseaba lo mejor para
ella, pero, por otra, tenía que velar por los intereses de Celfa,
cuya supervivencia dependía de las buenas relaciones de amistad con
los señores vecinos, tanto moros como cristianos, y la
disponibilidad o no de agua para hacer de su señorío un territorio
habitable y rico.
Dispuesto el padre, pues, a elegir al
mejor pretendiente posible para su hija y para el señorío de Cella,
les impuso a ambos sendas condiciones, de modo que Zaida sería para
quien antes cumpliera la suya: a Hernando la mandó buscar y hacer
aflorar agua del subsuelo; a Melek, reconstruir el antiguo acueducto
romano, que tomaba sus aguas en el Guadalaviar. De cualquier modo,
quería asegurar el agua para la población de Cella.
Cada uno se entregó con tesón a su
tarea, pero pronto un fortuito hecho acabó descubriendo a Melek que
la muchacha prefería a Hernando, su rival. Un atardecer en que
estaban todos junto al Cid, que andaba de paso por la zona y habían
acudido a rendirle pleitesía, Zaida ofreció a Hernando agua
amorosamente con sus manos. En un ataque de celos, Melek intentó
acabar con su contrincante pero fue vencido por Hernando, aunque éste
moriría también poco después a manos de un esbirro del valí, que
vengó así la muerte de su hijo.
Zaida murió a los pocos días, incapaz
de soportar tanta tragedia, pero hoy, muchos años después, en las
noches de luna llena, se puede ver en las aguas de la fuente de Cella
la imagen de una hermosa mujer dando de beber con sus manos a un
apuesto galán.
[Deler, Pascual, «Tradición celdana:
Zaidía», Xiloca, 3 (1989), 243-246.]
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VALÍ,
walí,
Zaida
Ubicación:
44370 Cella, Teruel, España
domingo, 14 de junio de 2020
192. LA PIEDRA HORADADA POR EL AMOR
192. LA PIEDRA HORADADA POR EL AMOR
(SIGLO X. ALBARRACÍN)
En el tiempo en el que Albarracín era
gobernada por Abú Meruán, de la familia de los Abenracín, se
escribió en sus sierras una de las más bellas historias de amor que
se conocen. Ocurrió que el menor de los hijos de Abú Meruán,
jinete ágil y conocedor como nadie del terreno, acostumbraba a
recorrer las montañas del señorío, lo que le condujo a Cella,
donde el alcaide del castillo solía recibirle hospitalariamente.
Fruto de estas visitas fue el amor que el joven Abenracín comenzó a
sentir por Zaida, hija única del alcaide, amor que pronto se vio
correspondido.
Pero aquel sueño era imposible, pues
el señor de Cella tenía proyectos mejores para su hija, a quien
pensaba desposar con un emir de al-Andalus, más rico y más poderoso
que Abú Meruán. Este, a quien el alcaide le debía vasallaje,
apenado por el dolor de los jóvenes enamorados, envió una embajada
al padre de la hermosa Zaida.
La comitiva, cargada de regalos, fue
recibida con cortesía en el castillo de Cella. Pero a la hora de
tratar del enlace, el alcaide manifestó que Zaida ya estaba
comprometida. Los embajadores no desistieron, temerosos de la
reacción de Abú Meruán, reacción que también temía el alcaide.
Por eso puso una condición que creyó imposible que pudiera ser
cumplida y, por otro lado, le dejaría las manos libres, quedando a
salvo su integridad. Prometió acceder al matrimonio cuando las aguas
del Guadalaviar regaran los campos de Cella. Los embajadores
deliberaron y, tras pensar cómo hacer realidad tan extraña
solicitud, pidieron un plazo para poder acometer el prodigio, plazo
que se cifró en cinco años.
Cientos de hombres trabajaron noche y
día horadando la montaña que separa el Guadalaviar de los llanos
entonces sedientos de Cella. Poco a poco, por las entrañas de la
tierra, un acueducto —que el Cid admiraría años más tarde y que
todavía hoy es testimonio de aquel amor— lanzaría el agua clara
del río encajonado a los campos abiertos de la llanada. Faltaban muy
pocos días para cumplirse el plazo marcado y el agua llegó a
Cella.
El joven Abenracín y Zaida, la bella
morica de Cella, pudieron cabalgar juntos entre los trigales nuevos
de su amor.
[Tomás Laguía, César, «Leyendas y
tradiciones...», Teruel, 12 (1954), 127-129.]
martes, 14 de mayo de 2019
LA FUNDACIÓN DE TERUEL
2.70. LA FUNDACIÓN DE TERUEL (SIGLO
XII. TERUEL)
Octubre del año 1171. Los cristianos,
acaudillados por Alfonso II, llegaron a Cella y prosiguieron su
marcha hasta acampar en las cercanías de lo que hoy se llama Villa
Vieja, en Teruel. Era tarde y el monarca decidió esperar al nuevo
día. Mas cuando se hallaban descansando de la dura jornada, llegó
al campamento un mensajero. Según sus noticias, se requería con
urgencia al rey en otros lugares del Reino, de modo que éste ordenó
replegarse a sus tropas para que esperaran su regreso, negando a
varios de los seniores la posibilidad de continuar ellos solos la
expedición.
Sin embargo, acabó atendiendo la
propuesta de dos caballeros —Blasco Garcés de Marcilla y Sancho
Sánchez Muñoz— quienes proponían la fundación de una villa a la
que el rey concedería el fuero que estimara conveniente, de manera
que su autoridad sobre ella no quedara menguada.
Accedió Alfonso II y avió monturas y pertrechos para regresar Reino adentro.
Accedió Alfonso II y avió monturas y pertrechos para regresar Reino adentro.
Entre los señores y adalides que iban
a acometer lo convenido con el rey surgieron las dudas acerca de
dónde ubicar la villa nueva. Como no lograban ponerse de acuerdo, al
final decidieron que el emplazamiento se ubicaría allí donde alguna
señal de la providencia les marcara.
Hallándose en estas disquisiciones,
supieron de la emboscada que les preparaban las tropas moras que
merodeaban por los contornos y decidieron hacerles frente. Los
musulmanes habían reunido una gran cantidad de toros a los que les
colocaron en las astas y en el testuz materias inflamables (como en el actual toro embolado) y los
lanzaron contra el ejército cristiano, al que creían descuidado.
Pero no fue así, y lanceros, arqueros, ballesteros e infantes se
parapetaron en trincheras. Más lejos esperaba para actuar la
caballería.
Los toros fueron dispersados y los
moros acosados y perseguidos hasta vencerles, de manera que las
muelas, cerros y llanos de la margen izquierda del río quedaron
libres de enemigos. Fue entonces, al amanecer, cuando, sorprendidos,
los cristianos vieron en lo alto de la Muela un magnífico toro
superviviente de la manada. Entre su cornamenta, lucía una
lucecilla, restos, sin duda, de la materia inflamada que encendieron
los moros, pero que desde lejos parecía una estrella. Era la señal
que esperaban. Aquel sería el lugar del asentamiento de la nueva
villa, la de Teruel. (Terol, Turolio)
[Caruana, Jaime de, «Alfonso II y la
conquista de Teruel», Teruel, 7 (1952), 97-140.]
Teruel es una ciudad española situada en el sur de Aragón, en la zona centro-oriental de la península ibérica. Es la capital de la provincia homónima y posee un importante patrimonio artístico mudéjar (parte del cual ha sido reconocido por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad). Con 35 484 habitantes (INE 2017), es la capital de provincia menos poblada del país. Se encuentra en la confluencia de los ríos Alfambra y Guadalaviar, aguas abajo de la ciudad conocido como Turia. Situada a una altitud de 915 msnm, su clima se caracteriza por presentar inviernos fríos y veranos cálidos y secos.
Entre sus atractivos turísticos se encuentran sus edificaciones mudéjares, el mausoleo de los Amantes de Teruel, El Torico y el centro paleontológico Dinópolis. Los monumentos mudéjares más destacados son la iglesia de Santa María, catedral de la diócesis de Teruel, y las torres de El Salvador, San Martín y San Pedro, a cuyos pies se encuentra la iglesia que recibe el mismo nombre, también de arte mudéjar.
Para los fenicios su nombre era Thorbat o Thorbet, palabra que podía proceder del hebreo Thor y bat, que significa Domus tauri (señor dios toro).
Para los celtíberos era Turba, y para los latinos Túrbula; así la llamaba Ptolomeo.
Teruel estuvo poblada desde los tiempos de los celtíberos, los cuales llamaban al lugar Turboleta. El topónimo Turboleta podría venir del término vasco-íbero itur + olu + eta (lugar de fuente, manadero), según la teoría del vascoiberismo. Hay restos en el yacimiento del Alto Chacón. La zona fue ocupada posteriormente por los romanos, quedando restos en poblaciones cercanas, como los de Cella.
Algunos autores aseguran que en el mismo emplazamiento de la actual ciudad de Teruel (concretamente en el barrio de la Judería), se asentaba Tirwal, nombre que procedería del árabe, con el significado de "torre", enclave musulmán citado en el año 935. Sin embargo, aunque se ha detectado arqueológicamente la presencia de ocupación islámica de este espacio, los restos localizados no pertenecen a un núcleo de población, sino más bien a una construcción defensiva.
El 1 de octubre de 1171 el rey aragonés Alfonso II tomó Tirwal con la intención de reforzar la frontera meridional de su reino, que consideraba amenazada por la toma de la ciudad de Valencia por los almohades. Y en ese mismo año fundó la ciudad de Teruel, dotándola de fueros y privilegios para facilitar de este modo la repoblación de la zona.
Hay que destacar por su importancia histórica que, en el torreón del Cubo, junto a la desaparecida puerta de Zaragoza, se encuentran las más antiguas barras de Aragón que se conservan, significando así Alfonso II el Casto, al esculpir sus cuatro barras de gules en piedra al amurallar Teruel, que era una villa de realengo.
La fundación de Teruel supone un cambio sin precedentes en la estructura política y territorial del sur de Aragón, ya que el predominio del Albarracín y la Alfambra de época musulmana será sustituido por el de la nueva fundación, Teruel en especial, en detrimento de Alfambra, que quedará en un segundo plano bajo la fórmula jurídica de señorío.
Según una leyenda, para fundar la nueva ciudad los sabios y las gentes principales de la villa se reunieron y buscaron diversas señales y presagios, encontrando favorable el que un toro mugiera desde un alto (que se correspondería con la plaza principal actual, la del Torico) y que sobre el toro brillara una estrella. De este encuentro toma, según algunos autores, su nombre la ciudad, ya que provendría de juntar en una palabra el vocablo "toro" y el nombre de la estrella, "Actuel", formando de este modo la palabra "Toroel", y después "Toruel". De este fortuito encuentro procedería también el símbolo del toro y de la estrella, que se puede observar tanto en la bandera como en el escudo de la ciudad, además de en el monumento de la Vaquilla (en el que se observa a un vaquillero enfrentándose a un toro y a un ángel situándole la estrella al toro).
Tras su fundación y repoblación, se constituyó la comunidad de Teruel, conjunto de aldeas del entorno de la localidad.
Los habitantes de Teruel intervinieron en la conquista de Valencia, que estaba en poder de los musulmanes, y en la guerra de los Dos Pedros contra Castilla, siéndole otorgada a la población el título de ciudad en 1347 por Pedro IV de Aragón, por su colaboración en las guerras de la Unión. Hay que destacar la considerable importancia que alcanzaron las comunidades judía y mudéjar dentro de la vida social y económica de la ciudad, desde que se consolidaran sus aljamas hacia finales del siglo xiii. Es notable el caso de la Judería de Teruel, que conserva todavía su topónimo, y de la que se han localizado abundantes restos arqueológicos.
Uno de los hechos más relevantes de su historia se produjo en las llamadas Alteraciones de Teruel y Albarracín. Durante el reinado de Felipe II, el Tribunal de la Inquisición cometía constantes contrafueros, por lo que no fue aceptado por estas poblaciones, provocando frecuentes algaradas populares, a veces con violencia hacia los inquisidores. En el año 1572 se produjeron tales altercados que el rey, ejerciendo su autoridad, mandó un ejército castellano al mando del duque de Segorbe a invadir Teruel. Hubo combates durante varios días al estar la ciudad fortificada, pero finalmente la plaza se rindió el Jueves Santo de aquel año. Durante una semana se ajustició a los cabecillas en los jardines del Barón de Escriche, actual plaza de San Juan. Este hecho desacreditó enormemente la foralidad aragonesa.
En el municipio de Teruel se encuentran, además de la capital provincial, las localidades de Aldehuela, El Campillo, Castralvo, Caudé, Concud, San Blas, Tortajada, Valdecebro, Villalba Baja y Villaspesa.
- Página web del Ayuntamiento de Teruel
- Historia de Teruel de Cosme Blasco (1838-1900)
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