229. LA CONVERSIÓN DEL MORO TOCÓN
(SIGLO XII. DAROCA)
Tras la reconquista de Sarakusta por
Alfonso I el Batallador, pasó a poder de los cristianos aragoneses
un importante número de poblaciones, entre las que se encontraban
Daroca y las aldeas aledañas de su término. Entre éstas se hallaba
el cercano pueblecito de Langa, habitado tras la reconquista por
mudéjares que se entregaron fundamentalmente al cultivo de la tierra
y al pastoreo de unas cuantas ovejas. De entre esos mudéjares, la
providencia dispuso que uno, conocido por el nombre de Tocón, pasara
a la posteridad.
Por aquel entonces, aparte de la guerra
abierta y permanente entre musulmanes y cristianos, cuyo escenario
principal se había desplazado hacia el sur y el Levante, en el reino
aragonés fueron habituales y constantes las rencillas y los
enfrentamientos entre los propios seniores o noblescristianos,
conflictos que muchas veces tuvo que cortar de raíz el propio
monarca.
Así es que, poco tiempo después de la
reconquista de Daroca y su término, tuvo lugar una de estas
sangrientas disputas y uno de los nobles, acosado por los hombres
armados de su rival, fue a refugiarse en una pequeña ermita que,
levantada en medio del monte, estaba dedicada a la Virgen. De nada le
sirvió al fugitivo acogerse a este recinto sagrado, de modo que fue
asesinado y su cuerpo sin vida abandonado.
La imagen de Nuestra Señora, al ver
profanada su propia mansión, decidió dejar el temploprofanado y
fue a buscar cobijo en una humilde cabaña propiedad de un moro de
Langa llamado Tocón, un hombre de recta e intachable conducta aunque
su Dios fuera otro que el de los cristianos que se mataban de manera
tan ignominiosa.
Los cristianos de Langa, ahora
dominadores, no podían consentir que la imagen continuara en poder
de Tocón, un moro en definitiva, y arrebatándosela la depositaron
en la nueva iglesia del pueblo, mientras levantaban una ermita en el
lugar donde la Virgen había elegido. El moro Tocón, sintiéndose
llamado por aquella señal del cielo, se convirtió al cristianismo y
se hizo bautizar, y la Virgen que le distinguiera con su elección
recibió desde entonces el nombre de Nuestra Señora de Tocón,
denominación por la que todavía se le conoce.
[Faci, Roque A., Aragón..., II, págs.
35-37. Bernal, José, Tradiciones..., págs. 152-153.
Sánchez Pérez, José A., El culto
mariano en España, pág. 405.]
Mucho más lentamente de lo que los
mozárabes que habitaban en ellas esperaban, los ejércitos
cristianos aragoneses fueron reconquistandouna tras otra las poblaciones hasta entonces moras del Bajo Aragón. Como en casi todas
ellas una buena parte de la población musulmana optó por permanecer
en sus casas y por seguir cultivando los campos de siempre, había
que organizar y asegurar la defensa de las plazas recién
reconquistadas, así como la administración de su territorio. Así
es como el rey confió los distintos castillos a hombres de su
confianza, los llamados tenentes o seniores.
En el caso de Fabara, fue nombrado para
regirla un comendador perteneciente a una orden religioso-militar, al
que se le conocía con el nombre del «señor». Este personaje, en
lugar de granjearse el respeto y el cariño de sus subordinados,
gobernó de manera tiránica, llegando su despotismo al grado sumo de
imponer la costumbre de poseer a las muchachas recién casadas,
mofándose sarcásticamente de aquellas que eran menos agraciadas
físicamente. Como es natural, la tensión alcanzó cotas
insospechadas de deseos de venganza entre los habitantes del pueblo.
Así es que el vecindario en pleno,
ante la persistencia de tan vejatoria y tiránica actitud, se
aglutinó para defenderse costara lo que costara. No obstante, antes
de adoptar una actitud más beligerante, encomendaron al alcaide que
fuera a hablar con el «señor» para trasladarle sus quejas. Pero
éste, en lugar de escucharle como cabía esperar, lo mandó asesinar
vilmente e hizo que su cadáver fuera llevado por una mula desde el
castillo a la plaza de la iglesia, donde esperaban anhelantes los
vecinos.
Con su alcaide muerto, sus peticiones
desoídas y airados por todo lo que acababan de vivir, todos los
pobladores cristianos de Fabara —apoyados por la comprensión de
los mudéjares— decidieron hacer frente al comendador de modo que,
pertrechados con todo tipo de armas y objetos contundentes, asediaron el castillo. El «señor»,
al verse perdido, huyó por un pasadizo secreto y nunca más se
volvió a saber nada de él.
Hay constancia de asentamientos de población epipaleolíticos desde el año 5000 a. C. El Roquizal del Rullo, dentro del término municipal de Fabara, es considerado el yacimiento de la Edad de Hierro más importante de Aragón.
Testigo de la romanización de la península ibérica, la localidad conserva uno de los mejores ejemplos de arquitectura funeraria del Imperio romano, el mausoleo de Lucio Emilio Lupo, o mausoleo de Fabara, declarado monumento nacional en 1931, y más conocido en el pueblo como "caseta dels moros". A pesar de la presencia poblacional continua, el nombre de Fabara revela raíces bereberes (tribu de los hawara), apareciendo constancia de él por primera vez en el siglo XIII, lo que hace pensar que el asentamiento actual tuvo su origen en la llegada de los musulmanes a la península ibérica a partir del año 711. Con la reconquista por parte del Reino de Aragón, la localidad pasaría la mayor parte del tiempo, hasta 1428, en manos de los Caballeros Calatravosde Alcañiz. Yacimiento arqueológico de Roquizal del Rullo (Lo Roquissal del Rullo): restos de un poblado ibérico. Ubicado a 4 km del casco urbano, en el cruce de La Vall dels Tolls con el río Algars. Mausoleo romano de Lucio Emilio Lupo Ayuntamiento de Fabara, alzado sobre parte del palacio de la Princesa de Belmonte. Iglesia Parroquial de San Juan Bautista: s.XIII-XIV, estilo gótico mediterráneo. Ermita de Santa Bárbara. Folklore autóctono: Danza del Polinario y la Jota de Fabara. Semana Santa del Bajo Aragón: procesiones y rompida de la hora con bombos y tambores. Fiesta de Quintos y su Hoguera característica el primer fin de semana de marzo. Museo de Pintura Virgilio Albiac, dedicado a este pintor fabarol, contiene unas 40 de sus obras. Espacio Expositivo del Mausoleo Romano. Biblioteca pública y hemeroteca. Cine municipal.
136. EL NACIMIENTO DE LA NOBLEZA
ARAGONESA (SIGLO IX. SAN JUAN DE LA PEÑA)
Corría el año 832, cuando el cuarto
rey de Sobrarbe, don Sancho García, fue muerto en batalla campal
contra los musulmanes, cayendo también junto a él García Aznar,
quinto conde de Aragón. El desastre personal, material y moral en
las filas cristianas fue considerable, pero unos seiscientos de los
supervivientes cristianos, amparados por lo escabroso del terreno, se
refugiaron en el monasterio de San Juan de la Peña, desde donde
hostigaron cuanto les fue posible a sus enemigos.
Vivieron al calor del monasterio
pinatense en torno a diez años sin que se produjera avance alguno en
ningún sentido, ni militar, ni económico, ni organizativo. Así es
que creyeron llegado el momento de cambiar el rumbo de los
acontecimientos, por lo que determinaron, como primera medida, elegir
de entre ellos a doce barones, en quienes recayó el gobierno del
territorio y dieron origen a los «seniores», poco después llamados
«ricoshombres de natura», germen de la nobleza aragonesa.
Estos doce seniores eligieron al nuevo
rey sobrarbensey le dieron lo poco que habían ganado a los moros,
mas a cambio le obligaron a jurar que los mantendría siempre en
derecho, que procuraría mejorar los fueros, y que no podría reunir
cortes ni juzgar sin consejo de ellos, como tampoco mover paz,
guerra, tregua ni negocio importante sin acuerdo de los doce ricos-hombres allí constituidos. La
monarquía cuya andadura se revitalizaba estaría, por lo tanto,
mediatizada en adelante.
Era tan grande la autoridad que
concentraban en sus manos estos doce ricos-hombres que el rey no
podía actuar ni tomar determinación alguna sin su consejo y
parecer, de modo que ante el monarca parecían ser sus iguales, con
quienes repartía las rentas de los lugares que se iban ganando, lo
que les servía para mantener caballeros y vasallos a su servicio.
[Fuente, Vicente de la, Estudios
críticos..., t. 2, págs. 189-171.
Olivera, Gonzalo, «Reyes de Sobrarbe»,
Linajes de Aragón, I (1910), 146.]
El rey Jaime I de Aragón recorrió
frecuentemente con sus huestes y séquito de seniores las quebradas y
altas tierras del actual sur turolense, pues no en vano pasaban y
pasan por ellas varios de los caminos que conducen a las feraces
vegas de la franja litoral levantina, cuya principal ciudad musulmana
y centro natural de la región, Valencia, acabó por conquistar para
convertirla en capital de un nuevo reino.
La tradición nos cuenta y da como
cierto que Jaime I, en permanente caminar guerrero —no en vano se
le denominó el «Conquistador»—, se vio obligado, como cualquier
otro ser humano, a buscar momentos, motivos y lugares para el ocio y
el descanso, de modo que se hizo construir uno de sus palacios
dedicados al reposo veraniego en la todavía entonces aldea de
Mosqueruela, buscando el frescorde sus casi mil quinientos metros de
altitud y la proximidad a las tierras recién conquistadas.
La aldea de Mosqueruela se convertía
así, aunque sólo lo fuera de manera esporádica y transitoria, en
capital del reino de Aragón y, aparte del rey, toda una pléyade de
caballeros, nobles, infanzones, soldados y servidores daban con su
presencia durante una temporada vida y colorido a la aldea.
Naturalmente, dentro de los límites
del recinto murado de este lugar de realengo, perteneciente a la
Comunidad de Teruel, no sólo se construyó un palacio real digno
sino que surgieron también una capilla y unas cuantas casas ubicadas
en torno al palacio para acomodar a los señores y nobles que le
acompañaban, así como a los servidores.
La mayoría de las mansiones que se
construyeron para acomodar a los miembros de la comitiva real se
dispusieron a todo lo largo de una nueva calle a la que daban sus
fachadas de piedra con sus blasones labrados como signo distintivo de
su dueño. Era una rúa importante e inmediatamente los habitantes de
Mosqueruela dieron en denominarla rúa o carrer de los «Ricos
hombres», tal como todavía se le conoce aún, aunque hayan pasado
siete siglos desde entonces.
Mosqueruela es una localidad y municipio español de la provincia de Teruel, en la comunidad autónoma de Aragón. Perteneciente a la comarca Gúdar-Javalambre, el término municipal tiene un área de 265 km² y una población de 558 habitantes (INE 2017). Durante la Edad Media y todo el Antiguo régimen, hasta la división provincial de 1833, fue tierra de realengo, quedando encuadrada dentro de la comunidad de aldeas de Teruel en la sesma del Campo de Monteagudo.
Mosqueruela se encuentra a 1471 msnm —es uno de los municipios de Aragón situado a mayor altitud— en la vertiente oriental de la sierra de Gúdar, próxima al límite con la provincia de Castellón. Está a unos 100 km de la capital provincial, a 84 km de Castellón de la Plana y a 54 km de Mora de Rubielos, la capital comarcal.
La temperatura media anual en Mosqueruela es de 8,3 °C. Las fechas de las primeras y últimas heladas varían entre las partes más altas y las más bajas del municipio; suelen estar entre septiembre-octubre para las primeras y mayo-junio para las últimas. Por el contrario, en verano las temperaturas suelen ser elevadas y las tormentas frecuentes.
La precipitación anual media es de 800 mm, si bien las precipitaciones se distribuyen de forma irregular a lo largo de año. A finales del invierno y comienzo de la primavera son frecuentes las nevadas. La influencia de la vegetación ofrece una sensación de frescor en verano, acompañada de una notable humedad ambiental.
Se piensa que el topónimo Mosqueruela procede del término mosquera, «descansadero de ganado trashumante, punto de parada para descansar, abrevar y refugiarse del calor». Las mosqueras habitualmente son áreas arboladas con una fuente, y se localizan en el trazado de las vías pecuarias, por ejemplo las cañadas reales, utilizadas para el desplazamiento. Todas estas condiciones se cumplen en la ubicación actual del municipio, y los pastizales de verano a donde se trasladaban los rebaños trashumantes se localizan a media jornada del mismo.
En el término municipal, los yacimientos arqueológicos más antiguos corresponden a los denominados «talleres de sílex», fechados habitualmente en la Edad del Cobre. Sin embargo, la primera ocupación estable se da durante la Edad de Bronce (yacimientos de Osicerda en sus niveles inferiores, Mas de Simón y Castillo del Mallo).
REF: C011 As de OSICERDA. Microfusión a partir de un original. Réplica de El Periódico de Aragón realizada por el equipo Arqueódromo. Esta misma réplica se vendía en la exposición sobre los Celtíberos, Palacio de Sástago, Zaragoza 1988, y posiblemente en tiendas de Museos y fiestas de recreación histórica.
En la época ibérica tiene lugar una ocupación intensa del territorio, con yacimientos de importancia en San Antonio, Mas Rayo, Torre Agustín y el ya comentado de Osicerda. Curiosamente, la época romana es menos conocida, pues sólo se han podido constatar restos arqueológicos en Torre Agustín, Mas de la Torre Quemada y en las laderas del cerro de San Antonio.
De acuerdo al historiador Jerónimo Zurita, Mosqueruela fue reconquistada a los musulmanes por Alfonso II el Casto en 1181. Debido a su posición fronteriza, la localidad fue utilizada por Jaime I el Conquistador como bastión inicial para la conquista del Reino de Valencia. En sus inmediaciones se alzó el castillo de Mallo o Majo, que estuvo en poder musulmán hasta 1234, año en el que los vecinos de Mosqueruela consiguieron apoderarse de él. En 1333, reinando Alfonso III, se consiguió la adhesión de dicho castillo a Mosqueruela, después de una dura pugna con la vecina Villafranca del Cid.
En la Edad Media, Mosqueruela desarrolló una intensa actividad relacionada con la ganadería y el comercio de la lana. A lo largo del siglo XIII y primeras décadas del XIV, fue frecuente la presencia de la villa en la documentación de la Cancillería Real Aragonesa, debido a los conflictos de pastos que tuvo con la poderosa Casa de Ganaderos de Zaragoza. Estos conflictos fueron frecuentes durante casi todo el siglo XIV, sobre todo los generados entre la Sesma del Campo de Monteagudo —a la que pertenecía Mosqueruela— y las villas de Castellón y Villarreal. Esta situación llegó a su término en 1390 con la sentencia arbitral de Villahermosa, que gestó las normas que regirían la ganadería extensiva de la región.
A finales del siglo XIV, cuando estalló la Guerra de los dos Pedros enfrentando a Aragón y Castilla, Mosqueruela no llegó a ser ocupada. Como premio recibió el título de Villa (1366) y el privilegio de celebrar ferias y mercados; además, la Comunidad de Teruel pasó a denominarse Comunidad de Teruel y Villa de Mosqueruela, siendo esta última cabecera de 65 aldeas dependientes. Desde ese momento, Mosqueruela tuvo jurisdicción civil y criminal propia, formó parte de la red de aduanas del Reino y como villa de realengo gozó de representación en las Cortes.
Mosqueruela mantuvo su importancia hasta el siglo XIX, cuando la prosperidad de la villa se vio truncada por las Guerras Carlistas, que azotaron severamente la región, y por la crisis de la ganadería. En julio de 1837, la villa fue visitada por Carlos María Isidro de Borbón, al frente de la Expedición Real.
En el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar de Pascual Madoz se comenta que «los carlistas hicieron en las murallas de esta villa algunos reparos cerrándola en 1838 con 7 puertas para poner á cubierto de un golpe de mano las oficinas de la administración de rentas, factorías y el juzgado o alcaldía mayor del partido que se establecieron en este punto». Se describe a Mosqueruela, en 1845, como una «población murada con cuatro puertas en los cuatro puntos cardinales... las casas son de mediana construcción, repartidas en calles llanas y rectas, aunque mal empedradas».
En el siglo XX, la Guerra Civil produjo grandes daños en el patrimonio cultural de la localidad, al tiempo que el «maquis» y la represión mermaron su población. Uno de los jefes del maquis, conocido como «Petrol», actuaba en Mosqueruela y encontró la muerte en su término municipal, quizás asesinado por otro guerrillero. Igualmente, cerca de Mosqueruela actuó Doroteo Ibáñez Alconchel, cuyo nombre de guerra, «Maño», sirvió para denominar a todo un grupo («Los Maños»). Las acciones más relevantes del maquis en la comarca de Gúdar-Javalambre tuvieron lugar a lo largo de 1947. Por ello, al estarse convirtiendo el conflicto en un peligroso elemento de desequilibrio, el gobierno no reparó en medios, nombrando al general Manuel Pizarro Cenjor gobernador civil de Teruel. Éste declaró el territorio afectado «zona de guerra», lo que supuso que la vida en la zona se viera alterada por completo y, a medida que trascendían los actos de violencia, el miedo siguiera extendiéndose entre los habitantes. Frecuentemente fue el numeroso grupo masovero el que sufrió las agresiones. El resultado de la ofensiva de las fuerzas gubernamentales conllevó que antes de que concluyera 1948, la actividad ya hubiera descendido de intensidad, aunque aún se produjeron enfrentamientos como el acaecido el 7 de marzo de 1949 en Mosqueruela entre un destacamento de la Guardia Civil y un grupo de guerrilleros. La decisión definitiva por parte del maquis de abandonar la lucha y regresar a Francia no se tomó hasta 1951.
En el término municipal de Mosqueruela se encuentran una serie de pinturas rupestres levantinas, incluidas dentro del Patrimonio mundial de la Unesco, además de restos de poblamientos de la Edad de Bronce o de la época ibérica.
La Cueva de la Estrella presenta grabados rupestres en tres paneles, representando cazoletas unidas por canalillo y una figura circular con cazoletas, siendo en total cuatro figuras.
Mosqueruela presenta uno de los mejores ejemplos de trazado ortogonal medieval amurallado que se conserva en las sierras de Teruel. Su casco urbano, declarado Conjunto Histórico-Artístico en 1982, gira en torno a la calle Mayor, bello eje completamente porticado.
En la plaza Mayor se sitúan, frente a frente, la Iglesia parroquial y el Ayuntamiento. La iglesia parroquial de la Asunción es una construcción de compleja evolución. El edificio actual es de 1722, conservando restos del templo primitivo de los siglos XIV y XV. Consta de tres naves de cinco tramos, estando la nave central y la cabecera cubiertas con bóveda de medio cañón con lunetos, y las laterales con bóvedas de arista. Destaca la torre de tres cuerpos de cantería, cuyos dos últimos cuerpos son octogonales. Al exterior, quizás lo más sobresaliente sea la portada gótica situada en el costado sur. Originalmente estuvo protegida por un porche o portegado, probablemente de madera. En el interior, se puede apreciar la capilla gótica del Salvador, junto al coro, que contiene restos de un interesante retablo gótico en piedra. Se conserva aquí una pila bautismal monolítica también medieval.
Encima de la sacristía de la iglesia se localiza el Archivo de la Comunidad de Teruel, cuya constitución fue autorizada por el arzobispo de Zaragoza en 1441.
Otro edificio de interés es la antigua Ermita de Santa Engracia, actual Casa de la Cultura, que alberga el Museo de Documentos Históricos. Este espacio conserva una colección archivística de gran importancia sobre la historia de la «Comunidad de Aldeas de Teruel».
Algo más alejadas del casco urbano están las ermitas de Loreto, de San Antonio y de San Lamberto, así como las ruinas del priorato de Santa Ana.
El Ayuntamiento es una edificación del siglo XVIII asentada sobre una lonja de nueve arcos en cuyo interior hay importantes dependencias como la cárcel, la sala del concejo y el archivo municipal. Del mismo siglo data la casa del rector, también situada en esta plaza.
De especial interés son los restos amurallados de la villa, unos de las mejor conservados en la provincia. El Portal de San Roque es la entrada principal de la muralla, estando realizado en mampostería, con arco apuntado al exterior y rebajado intramuros, y entre éstos bóveda de medio cañón. Su torre es esbelta, con sillares en su parte baja y piedra irregular en la alta con sillares reforzando las esquinas. Todavía se conservan otros de sus siete portales originales, como el de Vistorre, el del Postigo y el de Teruel; este último es un sencillo vano abierto en el lienzo de muralla y al lado de una torre a la que se le añadió una vivienda, que es conocida como Casa Fuerte.
Cabe mencionar la arquitectura de la calle Ricos Hombres, cuyos edificios destacan por sus aleros de madera; uno de ellos contiene una decoración barroca de más de cien rosetas. En la calle Isabel Blesa se emplaza el Palacio Gil de Palomar, también llamado Palacio del Rey Don Jaime, de mampostería y con cornisa de madera. Esta calle finaliza en el Portal del Hospital, junto al que se levanta el edificio del Hospital cuya fecha de construcción, 1557, consta en una inscripción conmemorativa.
Por otra parte, existe una exposición al aire libre de esculturas abstractas conocidas como «Casetas de Cabezón».
Los orígenes de la Estrella se remontan al siglo XIV y se relacionan con el Castillo de Mallo o Majo, cuando, tras su desmantelación, se pobló un pequeño villar en la margen izquierda del río Monleón. Allí se emplaza el Santuario de la Virgen de la Estrella, reconstruido entre 1720 y 1731. El templo actual tiene una planta de tres naves, estando la nave principal cubierta con bóvedas de cañón con lunetos. Además del santuario, todavía se conservan los restos de una interesante zona residencial, situada hacia la ladera, que fue afectada por una inundación en 1883.
De interés geológico son los poljés que se hallan dentro del término municipal. Estos son grandes depresiones kársticas, endorreicas y de fondo aplanado, generalmente rellenas de materiales residuales de la disolución de rocas como las calizas. El más importante en Mosqueruela, por su tamaño, es el recorrido actualmente por el río Monleón —en el límite provincial—, con una longitud de 27 km.
De la celebración de San Antonio —en enero—, se conserva la tradición de las hogueras.
El 29 de abril tiene lugar la festividad de San Pedro Mártir, patrón de Mosqueruela.
La celebración más importante de la localidad tiene lugar el último domingo de mayo en honor a la Virgen de la Estrella. El viernes se dan cita en el horno las mujeres del pueblo para elaborar los «rollos de la Caridad», que serán bendecidos al día siguiente en el Ayuntamiento. La madrugada del domingo es el momento solemne para presenciar el «rosario de la Aurora». Tras la solemne misa mayor, al mediodía, los vecinos del pueblo se dirigen en procesión hasta la aldea y santuario de la Estrella, haciendo noche en el santuario.
A mediados de junio, para San Lamberto, tiene lugar la fiesta de los quintos.
El último fin de semana de julio se celebra la fiesta de los pastores.
La feria de Mosqueruela se desarrolla el primer domingo del mes de septiembre y aúna lo lúdico con lo comercial. Originalmente se celebraba para la Virgen de agosto, a partir de un privilegio otorgado en 1366 por el rey Pedro IV. Actualmente la feria tiene como temática principal la ganadería, pero la acompañan una variedad de actos festivos como los tradicionales «toros embolados», las vaquillas o las verbenas.
Fray Luis de Aliaga (1565-1626): religioso dominico que llegó a confesor real de Felipe III. Se cree que por inspiración suya se volvió en 1609 a poner en vigor el edicto de 1526 que obligaba a los moriscos a bautizarse o a abandonar el reino.
Luis de Aliaga Martínez, también citado como Fray Luis de Aliaga o Padre Aliaga, (Mosqueruela, 1560 - Zaragoza, 1626) fue un religioso dominico español, que llegó a confesor real e Inquisidor general (1619-1621).
Era hijo de un hidalgo que, a pesar de su condición, tenía un comercio de paños. Tras quedar huérfano, entró en el convento de Santo Domingo de Zaragoza, protegido por el prior Jerónimo Xavierre (1582). Llegó a enseñar teología en la Universidad de Zaragoza, pero renunció a su puesto para ocupar el cargo de prior del nuevo convento dominico que se abrió en la ciudad con el nombre de Convento de San Ildefonso (1605).
En 1606 se trasladó a Madrid como asistente del Padre Xavierre, y fue nombrado confesor del Duque de Lerma, valido del rey Felipe III (6 de diciembre de 1608). Al poco tiempo, Lerma consiguió que fuera nombrado confesor real, cargo que hasta entonces venía siendo cubierto por los franciscanos (el último, Diego Mardones, fue nombrado obispo de Córdoba y alejado de la Corte), en lo que se interpreta como un movimiento para aumentar su propio control sobre la figura del rey, dado que Aliaga no era ni un teólogo reputado ni un miembro prominente del clero.
Desde su puesto de confesor, los consejos de Aliagacontribuyeron en gran medida a la decisión de expulsar de España a los moriscos (1609). El rey le ofreció el arzobispado de Toledo, pero se negó, aceptando no obstante ser nombrado archimandrita de Sicilia y consejero de Estado.
A pesar de su inicial cercanía a Lerma, figuró entre los responsables de su caída (1618), tras la que el nuevo valido, el duque de Uceda, consiguió que le nombraran, en 1619, Inquisidor General.
Al subir al trono Felipe IV (1621) se vio forzado a abandonar la Corte y su cargo de Inquisidor General, siendo desterrado al monasterio de Santo Domingo de Huete y posteriormente a Aragón, donde murió, en 1626.
Era muy activo redactando todo tipo de escritos de tipo burocrático y cartas. Entre sus obras se encuentran Varios Opúsculos sobre asuntos graves de la Monarquía española y de su General Inquisición, Pareceres sobre la causa que se hizo al P. Mariana y Representación sobre los excesos de Felipe III.
Cervantes y el autor del falso Quijote, José Nieto
Ibáñez González, Javier (coord.) (2009). Las Hoces del Mijares y los Caminos del Agua. Qualcina. Arqueología, Cultura y Patrimonio. ISBN 978-84-937190-0-5.
Ibáñez González, Javier & Casabona Sebastián, José F. (2013). Castillos, murallas y torres. La arquitectura fortificada de la Comarca de Gúdar-Javalambre. Qualcina. Arqueología, Cultura y Patrimonio. ISBN 978-84-937190-5-0.
110. EL ESCARMIENTO DE LOS NOBLES EN
HUESCA (SIGLO XII. HUESCA)
La muerte de Alfonso I el Batallador
tras el desastre sufrido en Fraga dio origen a una grave crisis
política e institucional de consecuencias variadas, entre ellas la
de su propia sucesión como rey. En esta faceta, la solución fue la
entronización de su hermano Ramiro II que era monje.
Con su coronación como rey de Aragón,
no finalizaron todos los problemas planteados, siendo uno de los más
importantes el descontento entre una buena parte de los seniores o
tenentes del reino, quienes habían defendido otra solución
dinástica.
Ramiro II el Monje, sin embargo, estaba
más que resuelto a restablecer el orden y pacificar el reino para
poder atender a los demás problemas, aunque no tenía opinión
formada sobre cómo hacerlo, por lo que quiso conocer el parecer del abad de San Ponce
de Tomeras, monasterio francés al que Ramiro había estado ligado
como monje. Para ello envió al cenobio francés un mensajero,
encargándole que le pidiese consejo acerca de lo que procedía hacer
en aquellas condiciones.
El abad, cuidándose de dar el consejo
por escrito, entró con el emisario en la huerta del monasterio y, en
presencia del mensajero, fue cortando una a una las cabezas de las
plantas que más sobresalían y eran más lozanas. Y una vez que hubo
hecho esto le dijo que regresara a Huesca y relatara a don Ramiro II
lo que acababa de ver.
Entendió el rey el mensaje y se
dispuso a ponerlo en práctica. Así es que convocó en Huesca a los
ricos hombres y procuradores de las ciudades y villas del reino para
celebrar cortes, haciendo correr la voz de que, con tal motivo,
pretendía fundir una campanaque se oyese en todo su reino.
Se congregaron en Huesca todos los
convocados y, llegado el momento, hizo entrar uno a uno a los nobles
a la cámara donde iba a mostrar la campana, haciendo pasar primero a
aquellos a los que quería escarmentar. Los quince elegidos fueron
decapitados uno tras otro, haciendo pender sus cabezasde la soga que
unía al badajo. Cuando los demás nobles vieron la escena,
comprendieron el mensaje y la advertencia, acatando a Ramiro II como
su soberano.
El hecho de que Ramiro II hubiera
profesado como fraile con anterioridad a su coronación como rey de
los aragoneses dio origen a no pocas controversias de todo tipo,
sobre todo por parte de sus detractores, que aprovecharon cuantas
ocasiones tuvieron para satirizarlo y ridiculizarlo, hasta que el escarmiento de Huesca, cuando
quiso fabricar una campanaque se oyera en todo el reino, acalló
cualquier otro intento.
En cierta ocasión, cuando se hallaba
con sus huestes dispuesto a entrar en batalla contra los moros, hizo
que le entregaran las armas para ponerse al frente de los suyos, pero
si la operación entrañaba, sin duda, algunas dificultades incluso
para los más avezados guerreros, cuanto más para él puesto que,
siendo hombre de iglesia como era, parece que apenas conocía los
distintos componentes del traje guerrero y menos cómo moverse con
ellos encima.
Cuando se hubo montado sobre un hermoso
caballo bayo, sus ayudantes le pusieron el escudoen su mano
izquierda, como era costumbre, y la espadaen la derecha. Una vez
cogidos ambos como le indicaron, aunque sin mucha desenvoltura por
cierto, preguntó entonces el monarca dónde debería llevar la
rienda de la montura que había quedado colgada. Como le dijeran que
en la mano izquierda, que ya tenía ocupada naturalmente con el
escudo, pidió que se la pusieran en la boca.
Ante aquella situación tan grotesca, y
más tratándose del propio rey, provocó entre las filas del campo
cristiano, incluidos los propios seniores, risas más o menos
contenidas y burlas disimuladas, aunque no tanto como para que don
Ramiro no se percatara de ello, cosa que no le gustó en absoluto.
Así es que se hizo el propósito de idear el escarmiento adecuado a
aquella falta de respeto, sobre todo entre sus seniores y ricos
hombres. Fue así como se fue fraguando en su mente una broma
auténticamente digna de un rey, lo cual parece que desembocó en la
conocida «Campana de Huesca».
Octubre del año 1171. Los cristianos,
acaudillados por Alfonso II, llegaron a Cella y prosiguieron su
marcha hasta acampar en las cercanías de lo que hoy se llama Villa
Vieja, en Teruel. Era tarde y el monarca decidió esperar al nuevo
día. Mas cuando se hallaban descansando de la dura jornada, llegó
al campamento un mensajero. Según sus noticias, se requería con
urgencia al rey en otros lugares del Reino, de modo que éste ordenó
replegarse a sus tropas para que esperaran su regreso, negando a
varios de los seniores la posibilidad de continuar ellos solos la
expedición.
Sin embargo, acabó atendiendo la
propuesta de dos caballeros —Blasco Garcés de Marcilla y Sancho
Sánchez Muñoz— quienes proponían la fundación de una villa a la
que el rey concedería el fuero que estimara conveniente, de manera
que su autoridad sobre ella no quedara menguada.
Accedió Alfonso II
y avió monturas y pertrechos para regresar Reino adentro.
Entre los señores y adalides que iban
a acometer lo convenido con el rey surgieron las dudas acerca de
dónde ubicar la villa nueva. Como no lograban ponerse de acuerdo, al
final decidieron que el emplazamiento se ubicaría allí donde alguna
señal de la providencia les marcara.
Hallándose en estas disquisiciones,
supieron de la emboscada que les preparaban las tropas moras que
merodeaban por los contornos y decidieron hacerles frente. Los
musulmanes habían reunido una gran cantidad de toros a los que les
colocaron en las astas y en el testuz materias inflamables (como en el actual toro embolado) y los
lanzaron contra el ejército cristiano, al que creían descuidado.
Pero no fue así, y lanceros, arqueros, ballesteros e infantes se
parapetaron en trincheras. Más lejos esperaba para actuar la
caballería.
Los toros fueron dispersados y los
moros acosados y perseguidos hasta vencerles, de manera que las
muelas, cerros y llanos de la margen izquierda del río quedaron
libres de enemigos. Fue entonces, al amanecer, cuando, sorprendidos,
los cristianos vieron en lo alto de la Muela un magnífico toro
superviviente de la manada. Entre su cornamenta, lucía una
lucecilla, restos, sin duda, de la materia inflamada que encendieron
los moros, pero que desde lejos parecía una estrella. Era la señal
que esperaban. Aquel sería el lugar del asentamiento de la nueva
villa, la de Teruel. (Terol, Turolio)
[Caruana, Jaime de, «Alfonso II y la
conquista de Teruel», Teruel, 7 (1952), 97-140.]
Teruel es una ciudad española situada en el sur de Aragón, en la zona centro-oriental de la península ibérica. Es la capital de la provincia homónima y posee un importante patrimonio artístico mudéjar (parte del cual ha sido reconocido por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad). Con 35 484 habitantes (INE 2017), es la capital de provincia menos poblada del país. Se encuentra en la confluencia de los ríos Alfambray Guadalaviar, aguas abajo de la ciudad conocido como Turia. Situada a una altitud de 915 msnm, su clima se caracteriza por presentar inviernos fríos y veranos cálidos y secos.
Entre sus atractivos turísticos se encuentran sus edificaciones mudéjares, el mausoleo de los Amantes de Teruel, El Torico y el centro paleontológico Dinópolis. Los monumentos mudéjares más destacados son la iglesia de Santa María, catedral de la diócesis de Teruel, y las torres de El Salvador, San Martín y San Pedro, a cuyos pies se encuentra la iglesia que recibe el mismo nombre, también de arte mudéjar.
Para los fenicios su nombre era Thorbat o Thorbet, palabra que podía proceder del hebreo Thor y bat, que significa Domus tauri (señor dios toro).
Para los celtíberos era Turba, y para los latinos Túrbula; así la llamaba Ptolomeo.
Teruel estuvo poblada desde los tiempos de los celtíberos, los cuales llamaban al lugar Turboleta. El topónimo Turboleta podría venir del término vasco-íbero itur + olu + eta (lugar de fuente, manadero), según la teoría del vascoiberismo. Hay restos en el yacimiento del Alto Chacón. La zona fue ocupada posteriormente por los romanos, quedando restos en poblaciones cercanas, como los de Cella.
Algunos autores aseguran que en el mismo emplazamiento de la actual ciudad de Teruel (concretamente en el barrio de la Judería), se asentaba Tirwal, nombre que procedería del árabe, con el significado de "torre", enclave musulmán citado en el año 935. Sin embargo, aunque se ha detectado arqueológicamente la presencia de ocupación islámica de este espacio, los restos localizados no pertenecen a un núcleo de población, sino más bien a una construcción defensiva.
El 1 de octubre de 1171 el rey aragonés Alfonso II tomó Tirwal con la intención de reforzar la frontera meridional de su reino, que consideraba amenazada por la toma de la ciudad de Valencia por los almohades. Y en ese mismo año fundó la ciudad de Teruel, dotándola de fueros y privilegios para facilitar de este modo la repoblación de la zona.
Hay que destacar por su importancia histórica que, en el torreón del Cubo, junto a la desaparecida puerta de Zaragoza, se encuentran las más antiguas barras de Aragón que se conservan, significando así Alfonso II el Casto, al esculpir sus cuatro barras de gules en piedra al amurallar Teruel, que era una villa de realengo.
La fundación de Teruel supone un cambio sin precedentes en la estructura política y territorial del sur de Aragón, ya que el predominio del Albarracín y la Alfambra de época musulmana será sustituido por el de la nueva fundación, Teruel en especial, en detrimento de Alfambra, que quedará en un segundo plano bajo la fórmula jurídica de señorío.
Según una leyenda, para fundar la nueva ciudad los sabios y las gentes principales de la villa se reunieron y buscaron diversas señales y presagios, encontrando favorable el que un toro mugiera desde un alto (que se correspondería con la plaza principal actual, la del Torico) y que sobre el toro brillara una estrella. De este encuentro toma, según algunos autores, su nombre la ciudad, ya que provendría de juntar en una palabra el vocablo "toro" y el nombre de la estrella, "Actuel", formando de este modo la palabra "Toroel", y después "Toruel". De este fortuito encuentro procedería también el símbolo del toro y de la estrella, que se puede observar tanto en la bandera como en el escudo de la ciudad, además de en el monumento de la Vaquilla (en el que se observa a un vaquillero enfrentándose a un toro y a un ángel situándole la estrella al toro).
Tras su fundación y repoblación, se constituyó la comunidad de Teruel, conjunto de aldeas del entorno de la localidad.
Los habitantes de Teruel intervinieron en la conquista de Valencia, que estaba en poder de los musulmanes, y en la guerra de los Dos Pedros contra Castilla, siéndole otorgada a la población el título de ciudad en 1347 por Pedro IV de Aragón, por su colaboración en las guerras de la Unión. Hay que destacar la considerable importancia que alcanzaron las comunidades judía y mudéjar dentro de la vida social y económica de la ciudad, desde que se consolidaran sus aljamas hacia finales del siglo xiii. Es notable el caso de la Judería de Teruel, que conserva todavía su topónimo, y de la que se han localizado abundantes restos arqueológicos.
Uno de los hechos más relevantes de su historia se produjo en las llamadas Alteraciones de Teruel y Albarracín. Durante el reinado de Felipe II, el Tribunal de la Inquisición cometía constantes contrafueros, por lo que no fue aceptado por estas poblaciones, provocando frecuentes algaradas populares, a veces con violencia hacia los inquisidores. En el año 1572 se produjeron tales altercados que el rey, ejerciendo su autoridad, mandó un ejército castellano al mando del duque de Segorbe a invadir Teruel. Hubo combates durante varios días al estar la ciudad fortificada, pero finalmente la plaza se rindió el Jueves Santo de aquel año. Durante una semana se ajustició a los cabecillas en los jardines del Barón de Escriche, actual plaza de San Juan. Este hecho desacreditó enormemente la foralidad aragonesa.
En el municipio de Teruel se encuentran, además de la capital provincial, las localidades de Aldehuela, El Campillo, Castralvo, Caudé, Concud, San Blas, Tortajada, Valdecebro, Villalba Baja y Villaspesa.