279. LOS PREDICADORES GREGORIO Y
DOMINGO, EN BESIÁNS
(SIGLO XIV. BESIÁNS)
Entre los años 1300 y 1348, años
repletos de dificultades, fueron a misionar por tierras ribagorzanas
los beatos Gregorio y Domingo, ambos de la Orden de Predicadores. Sus
conocimientos y su celo, puestos de manifiesto en fervorosos
sermones, fueron muy apreciados por los habitantes de estas altas
tierras, que encontraban en ellos sosiego.
Salieron una tarde ambos de Besiáns,
donde habían predicado y confesado a sus vecinos el día anterior,
camino de un pueblo cercano, cuando se desató una terrible
tempestad, lo que les obligó a guarecerse en la cavidad de una peña
(hoy llamada de San Clemente), en el término de Perarrúa. Quizás
por los efectos de un rayo, ambos religiosos murieron en la soledad.
Cuando amainó el temporal, comenzaron
a tañer, sin que impulso humano las volteara, las campanas de
Besiáns, Perarrúa y la Puebla de Fantova. Tan extraordinario suceso
llenó de admiración a aquellas gentes, que no acertaban a
explicarse qué ocurría. Salieron de la duda cuando un vecino de
Fantova, que pasó tras la tormenta por un barranco cercano a la peña
de San Clemente, percibiendo una especial fragancia, siguió su
rastro hasta dar con los cuerpos sin vida de los religiosos.
Tras dar el aviso a los tres pueblos,
mientras las campanas seguían tañendo, fueron todos en procesión
al lugar para llevarse los cuerpos sin vida a sus respectivos
pueblos. Se entabló una larga disputa sobre dónde irían a parar y,
como no había acuerdo, determinaron cargarlos sobre sendas mulas y
que fueran ellas quienes, sin guía alguna, determinaran el lugar.
Fueron los mulos hacia Perarrúa y
dieron vuelta por todas sus calles sin detenerse en ninguna; dejaron
este lugar y, dirigiéndose a Besiáns, subieron la larga y empinada
cuesta, para ir a parar a la iglesia, ante la que se arrodillaron, a
la vez que, de manera repentina, se les saltaron los ojos y quedaron
inmóviles. Sin duda, aquella era señal inequívoca de que era allí
donde el cielo quería que fueran sepultados, como así se hizo.
Desde ese momento, ambos predicadores, beatificados muchos siglos
después, fueron venerados por todos los pueblos de la comarca.
[López Novoa, Saturnino, Historia de
la... ciudad de Barbastro, págs. 228-231.]