Mucho más lentamente de lo que los
mozárabes que habitaban en ellas esperaban, los ejércitos
cristianos aragoneses fueron reconquistando una tras otra las poblaciones hasta entonces moras del Bajo Aragón. Como en casi todas
ellas una buena parte de la población musulmana optó por permanecer
en sus casas y por seguir cultivando los campos de siempre, había
que organizar y asegurar la defensa de las plazas recién
reconquistadas, así como la administración de su territorio. Así
es como el rey confió los distintos castillos a hombres de su
confianza, los llamados tenentes o seniores.
En el caso de Fabara, fue nombrado para
regirla un comendador perteneciente a una orden religioso-militar, al
que se le conocía con el nombre del «señor». Este personaje, en
lugar de granjearse el respeto y el cariño de sus subordinados,
gobernó de manera tiránica, llegando su despotismo al grado sumo de
imponer la costumbre de poseer a las muchachas recién casadas,
mofándose sarcásticamente de aquellas que eran menos agraciadas
físicamente. Como es natural, la tensión alcanzó cotas
insospechadas de deseos de venganza entre los habitantes del pueblo.
Así es que el vecindario en pleno,
ante la persistencia de tan vejatoria y tiránica actitud, se
aglutinó para defenderse costara lo que costara. No obstante, antes
de adoptar una actitud más beligerante, encomendaron al alcaide que
fuera a hablar con el «señor» para trasladarle sus quejas. Pero
éste, en lugar de escucharle como cabía esperar, lo mandó asesinar
vilmente e hizo que su cadáver fuera llevado por una mula desde el
castillo a la plaza de la iglesia, donde esperaban anhelantes los
vecinos.
Con su alcaide muerto, sus peticiones
desoídas y airados por todo lo que acababan de vivir, todos los
pobladores cristianos de Fabara —apoyados por la comprensión de
los mudéjares— decidieron hacer frente al comendador de modo que,
pertrechados con todo tipo de armas y objetos contundentes, asediaron el castillo. El «señor»,
al verse perdido, huyó por un pasadizo secreto y nunca más se
volvió a saber nada de él.
[Aldea Gimeno, Santiago, «Cuentos...»,
C.E.C., VII (1982), pág. 58.]
Testigo de la romanización de la península ibérica, la localidad conserva uno de los mejores ejemplos de arquitectura funeraria del Imperio romano, el mausoleo de Lucio Emilio Lupo, o mausoleo de Fabara, declarado monumento nacional en 1931, y más conocido en el pueblo como "caseta dels moros".
A pesar de la presencia poblacional continua, el nombre de Fabara revela raíces bereberes (tribu de los hawara), apareciendo constancia de él por primera vez en el siglo XIII, lo que hace pensar que el asentamiento actual tuvo su origen en la llegada de los musulmanes a la península ibérica a partir del año 711.
Con la reconquista por parte del Reino de Aragón, la localidad pasaría la mayor parte del tiempo, hasta 1428, en manos de los Caballeros Calatravos de Alcañiz.
Yacimiento arqueológico de Roquizal del Rullo (Lo Roquissal del Rullo): restos de un poblado ibérico. Ubicado a 4 km del casco urbano, en el cruce de La Vall dels Tolls con el río Algars.
Mausoleo romano de Lucio Emilio Lupo
Ayuntamiento de Fabara, alzado sobre parte del palacio de la Princesa de Belmonte.
Iglesia Parroquial de San Juan Bautista: s.XIII-XIV, estilo gótico mediterráneo.
Ermita de Santa Bárbara.
Folklore autóctono: Danza del Polinario y la Jota de Fabara.
Semana Santa del Bajo Aragón: procesiones y rompida de la hora con bombos y tambores.
Fiesta de Quintos y su Hoguera característica el primer fin de semana de marzo.
Museo de Pintura Virgilio Albiac, dedicado a este pintor fabarol, contiene unas 40 de sus obras.
Espacio Expositivo del Mausoleo Romano.
Biblioteca pública y hemeroteca.
Cine municipal.