225. LA CUEVA DE LA MORA ENCANTADA
(SIGLO XII. TARAZONA)
En la tarde de una primavera temprana,
un grupo de muchachos musulmanes —habitantes de una Tarazona
dominada hacía ya algunos años por los cristianos— se hallaba
paseando por las inmediaciones de la cueva que estaba próxima a los
baños árabes, cuando se vieron sorprendidos por la fantástica
aparición de la figura blanca y deslumbrante de una hermosa joven,
vestida al modo oriental, enjoyada y envuelta en sedas.
Tras detenerse silenciosa unos
instantes ante ellos, la fantasmal y atractiva figura, con la mirada
absolutamente perdida en el horizonte, como si no hubiera visto a los
muchachos, se adentró de nuevo en la cueva que le servía de cobijo,
un antro que sus padres les habían descrito tantas veces como lugar
maléfico y siniestro. Todos quedaron preocupados, buscando sentido a
aquel episodio, aunque para ninguno de ellos lo tenía.
Intrigados como estaban por lo
sucedido, volvieron los muchachos en varias ocasiones más al mismo
lugar, repitiéndose idéntica escena tantas cuantas veces fueron al
paraje, sin mediar nunca palabra alguna.
Un día, sorprendiendo a todos los
demás, uno de los chicos se separó del resto, se acercó decidido a
la joven y la abrazó con mucha fuerza. Luego, se tomaron ambos de la
mano, y se fueron alejando lentamente y en silencio por la vereda que
llevaba a la entrada de la cueva. Una vez allí, se adentraron en
ella y desaparecieron. Después, se hizo el silencio más absoluto,
sin que el muchacho volviera a dar señales de vida. Tanto por el
barrio moro como por el resto de la ciudad cristiana, se corrió la
noticia, coincidiendo todos en que la cueva estaba habitada por una
mora encantada.
Sólo se sabe que, transcurridos
algunos años, en un intrincado escarpe de los aledaños fue
encontrada, descolorida y rota, una elegante escarpela carmesí,
dentro de la cual se halló una pequeña cruz de plata…
[Pérez Urtubia, Teófilo, «La cueva
Bayona», Heraldo de Aragón, 10-X-1978.]