289. VICENTE FERRER APLACA UNA
TEMPESTAD
(SIGLO XV. BARBASTRO)
Es conocido que el fraile dominico
Vicente Ferrer se hallaba en el mes de junio de 1415 en Barbastro,
donde había llegado para profundizar en la palabra de Dios ante los
feligreses, pero, fundamentalmente, para —como hiciera en tantos
otros lugares— tratar de atraerse a los judíos de la aljama
barbastrense, reacios a abandonar su religión.
Llegó el día de la festividad de san
Pedro y san Pablo y la catedral barbastrense se abarrotó de fieles
para asistir a la celebración de la misa, tal como solía ocurrir
cuando se anunciaba la presencia del santo valenciano.
Cuando había
comenzado el oficio, las nubes que habían cubierto a Barbastro
durante la noche dieron paso a una tremenda tempestad de truenos y
rayos, como no recordaba ninguno de los allí presentes. El miedo se
apoderó de todos, temiendo incluso que se hundiera la techumbre de
la iglesia.
Se percató Vicente Ferrer del miedo
colectivo que se había apoderado de quienes habían acudido a oír
sus palabras e interrumpió momentáneamente la celebración de la
misa. Se encaró a los fieles, les dirigió palabras de tranquilidad
y tras hacer la señal de la cruz con su mano derecha, a la vez que
salpicaba con agua bendita al aire, el temporal amainó en el acto.
Cuando llegó el momento del sermón,
con el susto todavía metido en el cuerpo de todos, comunicó el
fraile a los fieles que san Pedro y san Pablo habían mediado por su
intercesión para que aquella tempestad no acabase con los árboles y
los frutos de su subsistencia, y que, si no fuera por ellos, el
castigo por los pecados cometidos por la comunidad barbastrense no
hubiera sido sólo de piedra y granizo, sino de piedra y fuego.
Antes de finalizar el sermón, predijo
ante los todavía asustados y temerosos fieles cómo antes de
transcurrido un año vivirían otra tempestad semejante si no
enderezaban sus vidas, advertencia que no debió surtir demasiado
efecto a la larga, pues parece ser que una tormenta infernal se
desató a los once meses justos.
[Vidal y Micó, Francisco, Historia de
la portentosa vida..., pág. 231.]