333. LA FUNDACIÓN DE SALINAS DE HOZ
(SIGLO XIV. SALINAS DE HOZ)
Corría uno de los últimos años del
siglo XIV, el de las grandes epidemias de peste, de tan infausto
recuerdo para toda Europa, para la Península Ibérica y para Aragón.
De momento, todo era calma. Entre
extensos campos de mies tostados por el sol abrasador del estío,
rodeada de árboles y flores, se levantaba Villa, un pequeño
pueblecito de escasos habitantes, que vivían casi exclusivamente de
la agricultura y del pastoreo de las cabras y ovejas. Todos los
indicios hacían presagiar que la cosecha de aquel año permitiría
pasar un buen invierno, con el granero y la despensa llenos.
Pero de repente, una tarde aciaga del
mes de agosto, cuando todos los habitantes de Villa recogían las
mieses, hizo su aparición el cólera, contra el que no existía más
remedio que la purificación por medio del fuego. Para cortar de raíz
el mal, casas, campos, pajares, graneros y carros ardieron en una
sola llama. El humo se elevaba hasta el cielo, formando nubes
inmensas que desaparecían por encima de las colinas circundantes.
Los animales, totalmente asustados, huían sin rumbo de un lado para
otro; los niños lloraban, las mujeres gritaban, todo el mundo
gritaba.
Cuando renació la tranquilidad, los
campos ya no eran de oro, sino negros y cenicientos. Maltrechos en el
cuerpo y en el alma, sólo quedaron con vida cuatro o cinco
supervivientes, que decidieron abandonar lo poco que quedaba en pie
de Villa con el ánimo de formar un nuevo pueblo en otro lugar. Así
es que anduvieron buscando un emplazamiento adecuado, hasta que
decidieron levantar sus nuevas casas de adobe y cañas al pie de una
montaña, junto a un manadero de sal, de cuya explotación pensaron
vivir. Por eso llamaron a su nuevo pueblo Salinas de Hoz.
Poco a poco, con la aportación de
otras gentes tan desgraciadas como ellos, se restableció la vida en
Salinas, el nuevo pueblo, y sus habitantes, que no podían olvidar su
origen, aún tuvieron arrestos para reconstruir la antigua iglesia de
Villa, ahora convertida en ermita, a la que cada año iban y van para
recordar sus raíces.
[Datos proporcionados por Silvia María
Alas Bistuer.]