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jueves, 23 de mayo de 2019

LOS DAROCENSES EN LA RECONQUISTA DE VALENCIA


2.79. LOS DAROCENSES EN LA RECONQUISTA DE VALENCIA
(SIGLO XIII. DAROCA)

2.79. LOS DAROCENSES EN LA RECONQUISTA DE VALENCIA  (SIGLO XIII. DAROCA)


Jaime I preparaba el ataque definitivo a Valencia. Necesitaba para ello un gran ejército, pues la empresa era de enorme envergadura, de modo que muchos caballeros aragoneses acudieron a su llamada. Uno de ellos fue el darocense Hernando Díez de Aux, que partió a la lucha contento por poder servir a su rey, pero inmensamente triste, pues dejaba en Daroca a su amada, Martina, que le vio partir con gran dolor, dando comienzo a una larga espera.
El avance de las tropas cristianas era lento, hasta que, finalmente, se estableció a las puertas de Valencia un gran campamento desde donde, en el momento oportuno, se iniciaría el ataque definitivo. Las escaramuzas entre ambos ejércitos eran frecuentes y sangrientas, muriendo muchos guerreros por ambas partes. A Daroca llegaban noticias tanto de las grandes hazañas de algunos caballeros como de la triste suerte de otros que morían por su rey. Pero nadie podía informar a Martina sobre la suerte de su Hernando.
Tal fue su desesperación que, vencida por la impaciencia, tomó la resolución de disfrazarse de caballero, para lo que se apropió de las armas de su padre, don Juan Moreno, y se unió a las huestes del obispo de Narbona, que pasaba por Daroca rumbo a Valencia, hasta cuyas puertas llegó.
Una vez en el campamento cristiano, los esfuerzos de la joven disfrazada por encontrar a su amado fueron vanos: nadie sabía de él ni lo había visto. El tiempo transcurrió en la búsqueda y un día, sin previo aviso, sonaron las trompetas en señal de ataque. Rápidamente se organizó todo el ejército para tratar de entrar en la ciudad. Martina se aprestó también.

Los guerreros cristianos intentaban sobrepasar el muro, pero los musulmanes se defendían con denuedo. En un momento de la batalla, Martina creyó ver a Hernando enarbolando una bandera aragonesa y luchando con varios moros a la vez. Su alegría se tornó rápidamente en desesperación cuando uno de los infieles lo hirió, cercenándole el brazo. Corrió Martina en su ayuda para gran sorpresa del joven, quien se dejó socorrer muy gustosamente por su amada.
Jaime I entró en Valencia y concedió a los darocenses dos banderas que todavía se conservan en Daroca, por haber sido los primeros en levantar su pendón en la Valencia reconquistada.
[Beltrán, José, Tradiciones y leyendas de Daroca, págs. 89-94.
Esteban Abad, Rafael, Estudio histórico-político..., págs. 71-72.]



sábado, 11 de mayo de 2019

UN INTENTO DE RECUPERACIÓN MORA DE DAROCA


2.58. UN INTENTO DE RECUPERACIÓN MORA DE DAROCA
(SIGLO XII. DAROCA)

Después de haber reconquistado Zaragoza, Alfonso I el Batallador tuvo que hacer frente a un importante ejército musulmán en Cutanda, donde venció. Aquella victoria significó la posibilidad de conquistar Daroca, principal enclave murado a la vera del río Jiloca, plaza que, en efecto, pasó a sus manos en 1122. Aunque una parte importante de los moros darocenses decidió quedarse en sus casas, otros optaron por el exilio, refugiándose en tierras de Molina, Cuenca o Valencia, en espera de una reacción que nunca llegó. Algunos, por fin, merodearon por la comarca formando grupos de bandoleros que dificultaban el tránsito por sus caminos. Ello hizo que Alfonso I, como medida de precaución, ordenara una vigilancia permanente de Daroca.
Entre los moros que se hallaban al acecho estaba, capitaneando un importante grupo de hombres de guerra, el jerife Omar ben Ahmed, hijo de Ahmed ben Ibrain, derrotado por Alfonso I en Cutanda. Cuando se consideró con fuerzas suficientes, se propuso la recuperación de Daroca procurándose como aliados a los moros y judíos darocenses.
Envió a Daroca a un alfaquí llamado Jahy ben Jaldum con instrucciones para, una vez en Kal’at Darawka, soliviantar a sus correligionarios, a los que conocía por haber vivido en ella durante buena parte de su vida, conviniendo en la fecha en la que Omar ben Ahmed atacaría las murallas darocenses. Pero Jahy ben Jaldum fue interceptado vestido de cristiano por una partida de jinetes darocenses quienes, tras reconocerle, lo confinaron en la zuda, de modo que no pudo llevar a cabo una parte del plan urdido por Omar ben Ahmed, desconocedor de lo que había ocurrido. Por eso, éste siguió con sus planes y, amparado en la oscuridad de la noche, cabalgó por los llanos de Gallocanta con la intención de asaltar los muros de Daroca aquella misma noche.

UN INTENTO DE RECUPERACIÓN MORA DE DAROCA  (SIGLO XII. DAROCA)

En la villa darocense, los centinelas se habían dormido. Pero quiso la fortuna que, ante el estruendo de las cabalgaduras moras, las ocas levantaran el vuelo asustadas, despertando con sus graznidos a los centinelas. Dada la alerta, los jinetes musulmanes —que no pudieron contar tampoco con la esperada ayuda de sus correligionarios— fueron vencidos y hechos prisioneros, descubriéndose además la misión de Jahy ben Jaldum, que fue ahorcado en la plaza. En reconocimiento a su inesperada y providencial ayuda, los darocenses incorporaron a su escudo seis ocas, en sustitución de otros tantos lirios.

ocas, Daroca, Gallocanta


[Beltrán, José, Tradiciones y leyendas de Daroca, págs. 63-66.]



  • Anser anser domesticus - todas las variedades de ocas domésticas procedentes de Eurasia.

  • la oca del Ampurdán - ave procedente de la cría selectiva del ganso común salvaje en el norte de Cataluña. Se caracteriza por ser blanca y poseer un característico copete sobre la cabeza.

      domingo, 28 de abril de 2019

      LA CONQUISTA MUSULMANA DE AGIRIA (DAROCA)


      9. LA CONQUISTA MUSULMANA DE AGIRIA (DAROCA) (SIGLO VIII. DAROCA)

      Las huestes musulmanas de Tarik avanzaban hacia Cesaraugusta. Tras su paso, todo era desolación y rencor; por delante, temor y huidas precipitadas. En Agiria (luego Daroca), ante las noticias de que los moros estaban ya en las fuentes del Tajo, unos huían temerosos y otros se aprestaban a la lucha. En medio de este cuadro dantesco, llegó a Daroca, sobre un agotado caballo, un joven, desconocido en principio por el lamentable estado en el que encontraba, aunque era darocense. Pronto se le reconoció como a Juan de Luna.
      Narró Juan lo ocurrido en Guadalete, donde estuvo en la infausta jornada de la derrota cristiana; después relató las calamidades de su cautiverio en Córdoba y Toledo. Por fin, refirió las penalidades de su huida durante más de quince días hasta llegar a Daroca. Muchos, los que venían eran muchos y buenos jinetes sobre caballos inimaginables, fieros e indómitos. Tras descansar mientras narraba lo sucedido, Juan de Luna fue a buscar a Matilde, su joven amada, quien ya le había dado por muerto cuando supo lo de Guadalete y le lloraba. El sol se ocultó en el horizonte mientras el amor renacía.
      Al día siguiente, ante las noticias que llegaban de las torres de señales, los darocenses y las gentes que acudían de las aldeas cercanas prepararon la resistencia. Por fin, los moros se presentaron ante sus muros exigiendo la rendición. Embistieron hasta diez veces antes de abrir brecha, pero al final todo acabó. No obstante, a pesar de haber caído el castillo y toda la población, los agarenos se encontraron con la resistencia inusitada que desde una de las torres ofrecía Juan de Luna con un puñado de hombres. El jefe moro, que pretendía proseguir la marcha hacia Zaragoza, dejó una guarnición con orden expresa de atacar al «Jaque» (al valiente) hasta que se rindiera.
      Pero Juan de Luna, el Jaque, resistió y abatió a varios adversarios. Éstos, ante el peligro que suponía aproximarse a la torre, decidieron cercarla, dejando que la falta de alimentos hiciera mella entre sus defensores. Pasaron los días y en la torre cesó todo movimiento. Así es que decidieron derribar la puerta y entrar. En el centro de la estancia yacía el cadáver de Juan de Luna, muerto de hambre. Su cabeza fue expuesta en el muro, mientras su cuerpo era arrojado a un barranco. Matilde cayó muerta cuando se enteró de la trágica noticia. Hoy, la torre de Jaque es testigo mudo de tan grande gesta.
      [Beltrán, José, Tradiciones..., págs. 43-47.]


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