2.77. EL FRACASO DE LA RECONQUISTA DE
IBIZA (SIGLO XIII. TORLA Y BROTO)
Jaime I fue tutelado de niño por los
Templarios en el castillo de Monzón, compartiendo educación y
juegos con un muchacho de su edad, Íñigo Zaidín, descendiente de
infanzones sobrarbenses. Cuando Jaime I dejó Monzón y accedió al
trono, Íñigo marchó con él siendo nombrado alférez real.
Pasó el tiempo y, tras reconquistar Valencia, Jaime I planeó la toma de Mallorca y se lanzó al
Mediterráneo. Con él se embarcó Iñigo Zaidín, que participó en
la lucha y tomó con sus hombres la torre del homenaje del castillo
mallorquín. El rey incorporó Mallorca, e Íñigo ganó fama, una
grave herida y a la princesa Zoraida, hija del rey moro destronado,
de la que se enamoró perdidamente y a la que debió la vida merced a
los cuidados que le dispensara.
Meses después, el reyezuelo moro de
Ibiza desafió a Jaime I al negarse a pagar el tributo que debía al
rey aragonés, quien enojado decidió tomar la isla. Para ello
—asuntos urgentes le requerían en tierras valencianas— encomendó
la expedición a Íñigo Zaidín, ya repuesto de sus heridas.
Tras preparar la acción bélica, el
ejército aragonés atacó, esperando para ello la oscuridad absoluta
que proporciona siempre la luna nueva. Pero una vez comenzado el
asalto, de repente, el cielo se iluminó con miles de antorchas, a la
vez que enormes cubos de aceite caían sobre los soldados cristianos,
que a duras penas pudieron huir hacia sus barcos. El ataque fue un
total fracaso y del alférez Iñigo Zaidín jamás se supo nada, pues
desapareció.
Meses más tarde, en Monte Perdido,
guarecido en una rústica choza, apareció un eremita solitario,
pronto conocido en la comarca tanto por el autocastigo que se
aplicaba como por sus ayes lastimeros pidiendo perdón por una
traición cometida en el pasado. Así vivió durante más de veinte
años, hasta que una mañana un pastor lo encontró muerto. Pero
también halló, escrita con su propia sangre en la piel blanca de un
cordero, esta frase:
«Don Jaime, perdóname. Yo os traicioné y a mis compañeros también en la conquista de Ibiza».
«Don Jaime, perdóname. Yo os traicioné y a mis compañeros también en la conquista de Ibiza».
Enterado el rey de la muerte de su
amigo lloró por él, y construyó en su memoria una ermita en Monte
Perdido, mientras todavía se pueden oír hoy los ecos de voces
quedas pidiendo perdón por una traición que nadie reconoce.
[De Salas, Javier, «La leyenda de
Monte Perdido», Folletón Altoaragón, 50, pág. XV.]