118. LA PRIMERA ESPADA DE JAIME I
(SIGLO XIII. MONZÓN)
El padre del rey Jaime I el
Conquistador, Pedro II de Aragón, vivió los últimos días de su
vida ensombrecidos por las insidias y la traición de sus propios
hermanos, hasta que lograron matarlo junto con su mujer, la reina.
No contentos con ello, quisieron y planearon acabar, asimismo, con todos sus descendientes, pero uno de sus hijos, que todavía era muy pequeño, logró huir camuflado entre los carromatos de unos mercaderes, que lo dejaron en el castillo de Monzón, al cuidado de los templarios.
No contentos con ello, quisieron y planearon acabar, asimismo, con todos sus descendientes, pero uno de sus hijos, que todavía era muy pequeño, logró huir camuflado entre los carromatos de unos mercaderes, que lo dejaron en el castillo de Monzón, al cuidado de los templarios.
Estos monjes guerreros trataron de
educar al joven infante, que estaba llamado a ser rey de Aragón como
hijo del monarca fallecido, pero no sabiendo a ciencia cierta cuál
podría ser su verdadera vocación, intentaron favorecer por igual su
contacto tanto con el mundo de las letras y el religioso y como con
el castrense. Fueron observando atentamente las inclinaciones
naturales y los progresos del muchacho y pronto descubrieron la
pasión del pequeño Jaime por las armas cuando jugaba con otros
niños de su edad, de modo que acabaron procurándole una espada con
la que ejercitarse.
El infante Jaime había ido aprendiendo
los movimientos correctos de la mano y del cuerpo con la espada
empuñada. Así es que un día, cuando pretendía acostumbrarse a la
nueva arma que acababan de entregarle, yendo camino de la fuente delSaso, en las afueras de Monzón, se encontró con un peregrino.
No conocía de nada a aquel hombre,
pero se detuvo con él para charlar, a la vez que seguía haciendo
ejercicios con su espada nueva. El peregrino, que no dejaba de
mirarle, le dijo al infante: «Jaime, lava tu espada en este agua y
tus batallas serán ganadas en todos los lugares que desees
conquistar». El niño paró en su juego y, haciendo caso a
invitación tan sugestiva, sumergió el arma en las aguas cristalinas
del manadero, acto que repitió en varias ocasiones antes de regresar
al castillo para seguir recibiendo lecciones.
El agua de la fuente, al conjuro del
desconocido peregrino, dio a Jaime energía para ser un buen guerrero
y sabiduría para gobernar con justicia.
[Datos proporcionados por Mª Paz
Aurusa y Olga Guallarte, Cº de «Santa Ana». Monzón.]