3. EL MUNDO CRISTIANO
3.1. LOS REYES
88. LA DONACIÓN DE ABETITO A SAN JUAN
DE LA PEÑA
(SIGLO X. SAN JUAN DE LA PEÑA)
Durante el largo reinado de don García
Sánchez II (934-970), en cierta ocasión visitó y permaneció
durante varias jornadas en el monasterio de San Juan de la Peña el
conde de Aragón Fortún Jiménez, siendo muy bien recibido y acogido
por la congregación de frailes que entonces encabezaba con
reconocido acierto el abad Jimeno.
Sin duda alguna —por las naturales
dificultades que para el desarrollo de la agricultura presentaba el
terreno en el que estaba asentado—, la base en la que sustentaba
su economía el cenobio pinatense era eminentemente ganadera, lo cual
significaba, sin duda alguna, una cierta colisión de intereses con
los rebaños del cercano poblado de Atarés, de modo que el abad
Jimeno debió convencer al conde para que tratara de delimitar con
claridad y legalmente los términos donde podían pacer sin
impedimentos los ganados de su subsistencia y evitar así
enfrentamientos que no deseaban.
Poco tiempo después de aquella visita,
comunicó el conde Fortún Jiménez al rey el proyecto y, acompañados
por el obispo jaqués Fortún, decidieron trasladarse ambos al
monasterio no sólo para redactar y firmar el documento de
delimitación, sino también para recortar al conde de Atarés
algunas de sus importantes prerrogativas y donar al cenobio
quinientos siclos de plata, una antigua moneda bíblica. Además, el
monarca decidió confirmar a los monjes la licencia para llevar a
pacer sus ganados y cortar leña en el monte Abetito.
Años después, ya en 959, según la
tradición, regresó en cierta ocasión a San Juan de la Peña el rey
García Sánchez II y, viendo que, a pesar de sus órdenes concretas,
los monjes se sentían completamente inermes ante el poderoso señor
de Atarés, ordenó que los términos pinatenses no pudiesen ser
atravesados por nadie a no ser con el permiso expreso del abad o, en
caso contrario, los monjes tenían potestad desde aquel momento para
matar vacas, puercos y carneros sin que ello pudiera dar origen a
ningún tipo de pleito real. Desde aquel instante, el monasterio de
San Juan de la Peña comenzaba a cimentar así el que sería con el
tiempo su importante señorío.
[Risco, P., España Sagrada, 30, págs.
409-413.
Ubieto, Antonio, Historia de Aragón:
Literatura medieval, I, págs. 45-46.]