7.3. LOS SANTOS
270. EL VATICINIO DE SAN VALERO (SIGLO
IV. CASTELNOU)
Es bien conocido por la historia cómo
san Valero, enfrentado con las autoridades civiles valencianas, se
vio conminado a abandonar la ciudad del Turia y la región levantina,
para ser confinado durante el resto de sus días en un pueblecito
llamado Anento, perdido en medio del Pirineo, donde debería
sobrellevar su ostracismo.
Conminado por las autoridades, preparó
el religioso a toda prisa sus escasas pertenencias para iniciar el
viaje al que se veía obligado, poniéndose en camino con una
limitada comitiva dispuesta para ayudarle a sobrellevar tan largo,
incómodo y peligroso desplazamiento. Naturalmente, el viaje
constituyó toda una odisea, provocada por la sucesión de numerosas
etapas debidas a la enorme distancia y a la lentitud de los medios de
transporte de la época.
Una de esas múltiples y agotadoras
etapas finalizó en el pueblecito actualmente turolense de Castelnou,
donde fue recibido y atendido con cariño por sus habitantes,
pesarosos por el destierro que se veía obligado a cumplir el
religioso. No se detuvo en Castelnou nada más que el tiempo preciso
para descansar hombres y caballerías, pero, no obstante, se ganó la
comprensión y el afecto de todos sus habitantes.
Cuando la comitiva estuvo preparada y a
punto de despedirse y partir para cubrir la etapa siguiente, Valero,
en la puerta de la iglesia y mirando al cielo, profetizó —hablaba sin
duda con carácter general— que en Castelnou no habría jamás
infieles, teniendo en cuenta, sin duda, las firmes convicciones
religiosas de los habitantes de aquel momento, firmeza que con toda
seguridad transmitirían a las generaciones venideras.
La leyenda acaba asegurando que, en
virtud de este vaticinio y de la protección especial que san Valero
siempre le dispensó, el pueblo de Castelnou no fue ocupado nunca por
los musulmanes, a pesar de haberse extendido éstos por toda la
Península, como es bien sabido.
[Bernal, José, Tradiciones..., págs.
179-180.]