97. LA ESCOLTA CHESA DE ALFONSO I
(SIGLO XI. ECHO)
Aunque nacido en Echo, el que luego
sería Alfonso I el Batallador fue educado en el monasterio de San
Pedro de Siresa no sólo en el dominio de las letras, sino también
en el arte de la caza. Desde allí, con apenas doce años, decidió
un día salir de caza, encaminando sus pasos hacia los roquedos de la
Boca del Infierno, desfiladero que había recorrido en varias
ocasiones. Pero aquella mañana a punto estuvo de morir.
Aunque atentos, el joven Alfonso y sus
acompañantes iban confiados cuando un enorme oso (onso) les cortó el paso
con gesto amenazador. Los servidores, aterrados, retrocedieron
dejando solo al infante, quien, con serenidad impropia de su corta
edad, apuntó con el arco al animal hiriéndole con una flecha y
logrando detenerle en un primer instante.
La herida no fue suficiente y el oso,
recuperado, se abalanzó sobre don Alfonso, que retrocedió unos
pasos para defenderse, hasta caer de espaldas por el precipicio,
aunque pudo asirse milagrosamente a un boj, mientras una piedra lanzada desde lejos abatía a la fiera. A la vez, un fornido mozo,
que no formaba parte de la expedición, pudo coger al infante por la
cintura y lo elevó al camino, mientras los integrantes de la
comitiva estaban todavía ocultos.
Preguntó Alfonso quiénes eran su
salvador y los otros jóvenes que le acompañaban, resultando ser
pastores que habían visto la escena desde el otro lado del río,
decidiendo intervenir. También el mocetón preguntó al joven
cazador quién era, quedando sorprendido cuando le dijo que era el
hijo del rey.
Don Alfonso, gratamente sorprendido por
el arrojo de sus salvadores, pidió al mayoral que entraran a su
servicio, pero éste, antes de dar una contestación, le preguntó
que en calidad de qué se les requería. Y el infante, sin dudarlo ni
un momento, les dijo que como monteros reales, y, como tales, le
acompañarían siempre no sólo en la caza sino también en las
campañas militares que sin duda habría de emprender.
Decidió formar así una escolta
personal de monteros reales compuesta por chesos, a los que la
historia recuerda como valerosos y abnegados, siempre al servicio del
Batallador.
[Celma, Enrique, «Los monteros
reales...», en Aragón, 229 (1953), 8-9.]
Nadie le tema a la fiera que la fiera ya murió que al revolver de una esquina un valiente la mató ...
Jota en cheso, s´ha feito de nuei (nuey), noche, nit.