206. LA LOSA MORA (SIGLO XIV)
Quienes defienden la teoría de que en
las altas tierras pirenaicas apenas si hubo moros están en un craso
error, aunque, por descontado, su influencia fue mucho menor allí
que en el llano ibérico en el que había grandes ciudades habitadas
por musulmanes. Lo cierto es que los ejemplos de la estancia de moros
en las tierras altas, de quebrados y bellos parajes, son abundantes y
algunos de sus recuerdos son ciertamente poéticos y bellos, cual
pudiera ser el caso de la mora de Saravillo y sus alrededores.
En una ocasión, ocurrió, y así lo
recuerdan todavía los cristianos viejos de estas tierras, que una
mora, todavía joven y con capacidad para amar, lloraba de manera
desoladora la presumida muerte del hombre al que quería, pues hacía
tiempo que no sabía absolutamente nada de él después de haber
salido a hacer la guerra.
Desconsolada y temerosa ante aquella
duda que le atormentaba noche y día, la mora dejó su casa y cuanto
en ella tenía y decidió caminar sin rumbo fijo en busca de su
hombre moro. Iba vagando de valle en valle, procurando no ser vista
por nadie. Llevaba una pesada losa sobre su cabeza, mientras hilaba
hebras de lino para poder tejer suaves camisas y desgranaba múltiples
oraciones dedicadas a su Dios en busca de consuelo.
Un día no más feliz que otros, en un
paraje apartado y lleno de silencios, halló los restos mortales del
hombre al que buscaba, que estaban todavía envueltos en la chilaba
que ella le tejiera ante el trepidar de la leña que ardía en el
hogar. Descargó con mimo y sumo cuidado, como si de una pluma de ave
se tratara, la losa pesada que transportaba en la cabeza y cubrió
con ella para siempre al moro de sus sueños. Allí se conserva
todavía y puede verse la «losa mora» para dar testimonio de lo
sucedido a cuantos guardan un ápice de sensibilidad en su espíritu
aunque recen a otro Dios.
[Andolz, Rafael, «Dichos y hechos del
Altoaragón. Mascún misterioso», Folletón del Altoaragón, 22
(1981), pág. VIII.]
Dolmen situado entre los pueblos de Nasarre y Otín, en la sierra de Guara. Se accede a él desde Rodellar, siguiendo el camino que lleva a la primera de éstas poblaciones por los incomparables parajes del barranco del Mascún. Su datación corresponde al eneolítico (III-II milenio a.d.C.). Su excavación en 1934-35 dio ajuar común a estas construcciones consistente en cerámica lisa, dos puntas de flecha, ocho cuchillos y un raspador todos ellos de sílex. Además aportó dos hachas de piedra pulimentada y un punzón de bronce.
Cuenta la leyenda, a él asociada, que un rey moro quedó prendado de la belleza de una joven cristiana habitante de esos contornos. Ella le correspondía pero no así sus familiares que veían imposible el amor entre dos personas que rezaban a dioses diferentes. Una mañana, pensaron en huir a otro lugar donde poder vivir su amor sin que nadie los conociera ni los juzgara. Muy temprano, quedaron en el fondo del barranco de Mascún, con la esperanza de que nadie viera su escapada. Sin embargo no fue así. Caballeros cristianos vieron a la feliz pareja enfilar el camino del norte e iniciaron una implacable persecución. Los caballos de guerra, mucho más rápidos, poco tardaron en alcanzar a la pareja mientras que sus jinetes disparaban una lluvia flechas. En un quiebro del camino, los enamorados pusieron pié a tierra y se escondieron entre grandes arbustos. Los caballeros pasaron veloces y el ruido de los cascos de sus monturas se perdió en la lejanía. El rey moro, feliz porque creía que había logrado despistarlos, volvió la cabeza a su amada en el momento en que ésta, mirándolo con ojos lánguidos, exhaló su último aliento. Una de las flechas había alcanzado a la joven en el corazón. Loco de dolor, dejó a su amada en el suelo, justo en el lugar donde había fallecido y amontonó grandes piedras para que las alimañas no profanaran su cadáver. Cuando los caballeros cristianos volvían con las manos vacías, él salió a su encuentro y se dejó matar para permanecer por siempre al lado de su amada. Los cristianos, al ver tamaña prueba de amor, lo sepultaron en la misma tumba que había construido y que, desde entonces, se llama Losa Mora.
Otra leyenda, sin embargo, asegura que el dolmen fue construido por una filadera gigante que caminaba hilando por el camino que va de Rodellar a Otín. Llevaba en la cabeza una gran piedra en equilibrio mientras andaba. Cuando terminó su labor y se sentó, lo hizo en medio de dos grandes piedras que surgían verticales del suelo. Allí quedó depositada la piedra que llevaba sobre su cabeza y allí continúa, formando el dolmen.
Lugar mágico para las gentes de todo el contorno, también se contaba la historia de un tendero de Rodellar que, cada vez que pasaba junto al megalito, aparecía misteriosamente una figura, mujer unas veces, hombre otras, que se montaba en el burro que llevaba y lo molían a palos.
Por último, otra creencia en torno a este monumento indica que se trata de la tumba de un soldado de las guerras carlistas.
Acceso
Autovía A-22, desvío hacia Bierge y Rodellar.
Una vez llegados a esta última población, cogeremos el precioso, marcado y concurrido sendero que nos lleva al cauce del barranco del Mascún. Pasaremos por la surgencia conocida como “Fuente del Mascún”, y enseguida nos desviaremos a la izquierda por el barranco de Andrebot.
Dejado definitivamente el cauce del barranco, la senda se convertirá en pista que nos llevará a los altos de Nasarre donde, indicado y ligeramente desplazado a la derecha de la pista, encontraremos el dolmen.
Entorno
El interfluvio entre el barranco del Mascún y el Alcanadre es una altiplanicie caliza, completamente deforestada por la presión antrópica secular. Sin embargo, el paisaje, el entorno geológico y la rala vegetación que nos acompaña nos hablarán de vidas austeras, de economía de subsistencia y de los pueblos que pasaron por estos parajes agrestes y poco propicios para la vida humana.
Estado de conservación
Información adicional
Datos de la ficha: José Miguel Navarro