Un rey moro del altiplano hoy
turolense, sin duda de Albarracín, tenía una joven y bella hija que
se había enamorado perdidamente de un caballero cristiano, que
algunos aseguran que no era otro que el mismísimo Cid Campeador, tan
asiduo visitante de estas tierras que le encaminaban a Valencia. No
obstante, entre ambos jamás había mediado palabra alguna, puesto
que nunca se habían visto, aunque la muchacha estaba resuelta a
verle y declararle sus sentimientos.
Un día —enterada de que el caballero
cristiano merodeaba por las tierras de su padre y que pretendía
hostigar al rey islamita— la bella mora, conocedora del terreno,
decidió acudir a un paraje en el que manaba una fuente por la que,
sin duda, tendrían que pasar los cristianos. Allí esperaría la
llegada de su enamorado y hablaría con él.
Se enteró el rey de la ausencia de su
hija y, en un intento desesperado de evitar que cayera en manos del
cristiano y aun a trueque de perderla, invocó a un mago para que la
convirtiera en estrella. El hechicero procedió al encantamiento,
pero en el último momento, apenado por el triste futuro que se le
imponía, introdujo una variación en la fórmula ritual, pues la
clarividencia connatural a estos nigromantes le hizo ver tiempos
mejores y más felices para la bella dama.
Así ocurrió y desde entonces todas
las noches se asoma en forma de estrella a los reinos de su padre
para contemplarlos desde el cielo. Cada cien años toma de nuevo la
forma de una hermosa doncella y, sentada junto a la fuente donde
fuera encantada, peina sus cabellos pausadamente con un peine de oro
macizo y piedras preciosas.
Se cuenta que un pastor coincidió con
una de esas apariciones y, acercándose a la joven, oyó que ésta le
preguntaba a quién prefería, si a ella o al peine. El pastor,
tentado por la codicia, prefirió el peine de oro y pedrería, así
que ella se lo arrojó y desapareció. Pero el peine se convirtió en
astilla de pino y la princesa, que sigue brillando en el cielo como
estrella, hace ya tiempo que le perdonó y sólo
espera el día de volver a la fuente por si aparece el caballero al
que sigue amando.
[Beltrán, Antonio, Introducción al
folklore aragonés (I), págs. 108-109.]