222. LOS AMORES DE RODERICO DE MUR Y
ZULIMA (SIGLO XI. GRAUS)
Caía la tarde cuando el caballero
grausino Roderico de Mur, acompañado por sus guerreros cristianos,
volvía victorioso e iba a entrar en la villa de Graus por la puerta
de Chinchín. Regresaban de luchar en la Puebla de Castro. Los
hombres que capitaneaba Roderico habían peleado bravamente y vencido
a los moros, dejando tras sí la desolación y la ruina, además del
cadáver de Alhor Ben-Alí, alcaide de la Puebla.
Cuando salían ya de la población
vencida, oyeron los llantos de una mujer: era Zulima que lloraba la
muerte de su padre, el alcaide. Roderico entró en la casa y quedó
compungido por el dolor de la muchacha, a la que intentó consolar.
Y, para tratar de paliar el dolor, el guerrero cristiano ofreció su
casa y hacienda a Zulima, de la que se enamoró nada más verla,
sentimiento compartido por la mora, a pesar de las circunstancias.
Zulima quedó confusa, pero ante el
ofrecimiento sincero de Roderico de Mur, aceptó seguirle hasta Graus
una vez que fuera enterrado su padre, aunque con una condición: que
sería devuelta a la Puebla si el entendimiento y el amor no cuajaba
entre ambos. Así se pactó, y ahora Zulima estaba a punto de entrar
por la puerta de Chinchín en Graus, junto a Roderico y sus hombres.
La hermosa mora se habituó a vivir en
Graus y recibió con el bautismo el nombre de María, a la par que
crecía el amor por Roderico de Mur, de modo que se fijó el día de
la boda.
Todo estaba preparado cuando, una
mañana en la que Roderico había salido de caza, tres jinetes
encapuchados llegaron a Graus, preguntando por el palacio de éste.
Una vez allí, se hicieron conducir ante María, quien rápidamente
reconoció en ellos a tres presos traidores que su padre tenía
encarcelados. No hubo tiempo para defenderse. Murieron la doncella
que la acompañaba, varios sirvientes y la misma María.
Cuando Roderico regresó, sólo pudo
enterrar el cuerpo sin vida de su amada, enfermando gravemente de
pena. Y, para que quedara constancia del gran amor que sintiera por
María, mandó grabar en una piedra esta inscripción: «Roderico ama
a Mariíca», piedra que colocó bajo la ventana de su palacio y cuyo
testimonio todavía puede leerse hoy.
[Dueso Lascorz, Nieves-Lucía, Leyenda
de Roderico de Mur y María (Graus). «Programa de Fiestas». Graus,
1985.]