204. LA MORA ENCANTADA DE SALLAÓN
(SIGLO XIV. EL GRADO)
El agua del actual embalse de El Grado
esconde un fondo bastante rugoso y accidentado. Entre los collados y
alcores que hoy están ocultos a los ojos, existía uno llamado
«Sallaón» cuyo significado explicaba la gente como deformación de
la frase «¿en sale aún?», porque en tiempos, cuando el río Cinca
y sus arroyuelos afluentes se secaban con el estío, los varios
manaderos existentes en este paraje daban agua a todos los pueblos de
los alrededores, que acudían allí con sus cántaros en permanente
procesión. Dado el rigor de la canícula, quienes llegaban al paraje
temerosos de que el agua hubiera dejado de manar preguntaban a los
que regresaban o estaban aún llenando sus cántaros: «¿en sale
aún?», o sea, «salaón», es decir,
«Sallaón».
Pues bien, en Sallaón, además de los
pozos de agua clara y fresca que daban de beber a los pueblos del
contorno, abrían sus fauces varias cuevas, entre las cuales
destacaba una que, aunque no tenía la boca o entrada muy grande, era
profunda, muy oscura y ramificada por dentro. En esta cueva
misteriosa, vivía una mora encantada que, conservándose siempre eternamente joven, permanecía allí a pesar de que sus
correligionarios habían abandonado el lugar bastantes lustros antes.
En torno a la mora encantada, en la que
jamás dejaba huella alguna el paso del tiempo, correteaban
juguetones siete traviesos moricos, tal vez hijos de aquel hombre
cristiano que un día pasó por delante de la cueva buscando unos
hatos de leña y no regresó nunca con los suyos, enamorado y
encantado por la agarena. Madre e hijos se escondían siempre de la
luz del día, y sólo se les podía ver, mejor intuir, desde lejos,
cuando, en cada ocaso, las sombras de los picachos circundantes
descendían lentamente por la ladera de Sallaón.
Lo cierto es que cada nuevo amanecer,
los pozos siempre estaban limpios y arreglados sus accesos. Sin duda
alguna, el padre cristiano de los moricos traviesos, enamorado eternamente
de la hermosa mora, decidió quedarse con ella y regalar, a su vez, a
las gentes cristianas y sencillas del contorno el cuidado de los
manaderos.
[Datos proporcionados por Rosario
Tobeña Arasanz, de El Grado. Colegio «San Vicente de Paúl».Barbastro.]