203. LA MORA ENCANTADA DE BASTARÁS
(SIGLO XIV. BASTARÁS)
No es normal hallar leyendas o noticias
de moras encantadas de cuya presencia se derivaran efectos malignos,
pues todas suelen narrar historias benignas o, al menos, inocuas,
siendo casi siempre aceptadas con cariño por los cristianos que las
observan. Sin embargo, no es este el caso de la mora de Bastarás.
Nuestra mora encantada, que vivía en
la cueva de Chaves, tenía atemorizados a todos los pastores que
apacentaban sus rebaños por aquellos montes, puesto que se veían
obligados a alimentarla y procurar que no se enojara.
Un día tras otro, el pastor al que le
correspondía por turno riguroso, debía acercarse a la oquedad y
dejar, sobre una bandeja de mimbre, una hogaza grande de pan tierno
y, al lado, un cántaro de agua cristalina. Al marcharse, debía
retirar la bandeja y el cántaro vacíos del día anterior.
Si algún día, por causas imprevistas,
faltaba en la cueva la pitanza, cabía esperar cualquier maldad de la
encantada mora: ora el lobo mataba varias ovejas, ora se quebraba la
pata del perro pastor y amigo. Así es que procuraban no faltar a la
cita diaria.
Creyeron algunos, sobre todo
forasteros, que no era mora sino animal y grande quien comía y bebía
el pan y el agua. Estaban equivocados, pues la mora, que no se dejaba
ver en todo el año —y de ahí la duda—, tomaba presencia
corporal cada mañana del día de san Juan. Entonces, si algún
descreído varón llegaba a su alcance lo hechizaba y lo metía en la
cueva, donde lo desposaba, para acabar muriendo al cabo de tres
meses, como sucediera en alguna ocasión.
Por eso, todos los días los pastores
cumplían con el tributo.
[Beltrán, Antonio, Leyendas
aragonesas, págs. 102-103.]