194. EL TORO DE ORO QUE ESPERA OCULTO
(SIGLO XI. AYERBE)
Avanzado ya el siglo XI, el empuje de
los ejércitos cristianos, apoyado en los cercanos e inexpugnables
castillos de Marcuello y de Loarre, obligó a los musulmanes a
abandonar su tradicional fortaleza de Ayerbe, que había servido
durante tres siglos de vigía frente al paso natural que el río
Gállego abre hacia el corazón del viejo Aragón.
Como el empeoramiento de la situación
fue progresiva, la preparación de la huida o de la rendición (pues
muchos musulmanes optaron por quedarse) no fue precipitada. Se
discutió entre todos qué hacer y, entre las decisiones adoptadas
antes de emigrar, una llama poderosamente la atención: la de fundir
todos los tesoros y objetos que llevaran oro y modelar un hermoso y
grande toro dorado, que decidieron ocultar en uno de los pasadizos
subterráneos del castillo ayerbense, en espera de que, una vez que
mejorara la situación, volverían a recuperarlo.
Lo cierto es que el castillo moro de
Ayerbe pasó unos meses después a manos de los cristianos para
siempre y el paradero del toro de oro celosamente escondido se convirtió en un
secreto. Su existencia estaba fuera de toda duda, y la noticia
despertó la codicia de los nuevos señores cristianos, que
contrataron a varios adivinos para que les indicaran el lugar exacto
de su ubicación, pues los moros que permanecieron en la villa jamás
dieron pista alguna sobre el paradero exacto del toro dorado.
Se contrataron, asimismo, jornaleros
para que excavaran por turnos en el aljibe donde habían vaticinado
los augures que se hallaba la res dorada.
Y aparecieron armas, utensilios varios y bellos vasos de cerámica, pero del toro de oro no había ni rastro, y eso que se había profundizado más de treinta metros. Tras varias semanas de ahondar en la tierra, se abandonó al fin la búsqueda con la burla de todos y la satisfacción íntima de los nuevos mudéjares ayerbenses.
Y aparecieron armas, utensilios varios y bellos vasos de cerámica, pero del toro de oro no había ni rastro, y eso que se había profundizado más de treinta metros. Tras varias semanas de ahondar en la tierra, se abandonó al fin la búsqueda con la burla de todos y la satisfacción íntima de los nuevos mudéjares ayerbenses.
El caso es que todavía en la
actualidad, de cuando en cuando, surge alguien que trata de huronear
en torno al derruido castillo que fuera de los moros, buscando un
toro de oro que los musulmanes ayerbenses enterraron en espera de
tiempos mejores.
[Proporcionada por Anusca Aylagas,
Manuel Bosque y Juncal Mallén, del Colegio Nacional «Ramón yCajal». Ayerbe.]