113. APARICIÓN DE UN FALSO ALFONSO I
(SIGLO XII. ZARAGOZA)
Corrían tiempos en los que el reino de
Aragón se hallaba inmerso en una pacífica minoría de edad de su
rey Alfonso II, tutelado por su madre doña Petronila —la hija del
rey monje—, cuando un hecho verdaderamente singular vino a turbar
ese sosiego sobre todo entre el pueblo, por otra parte bastante
crédulo y ávido de noticias sobre los componentes de la monarquía,
institución siempre algo distante e inaccesible.
Lo cierto es que poco a poco se fue
corriendo la desconcertante noticia de que Alfonso I el Batallador
—que para todo el mundo había fallecido tras la triste derrota de
Fraga ante los musulmanes— no sólo estaba vivo sino que había
sido visto en público en repetidas ocasiones y en lugares diversos.
En efecto, un hombre desconocido comenzó a aparecer a los ojos de
todos diciendo que era el mismísimo Batallador.
Entre el pueblo hubo quienes, por
razones e intereses muy diversos, quisieron dar crédito a un
personaje que, con ciertos artificios, logró algunos adeptos. Como
la memoria del añorado Batallador era todavía venerada entre los
aragoneses, sobre todo entre los más ancianos, todos quisieron ver
en él a aquel que decía ser, máxime cuando era capaz de hablar de
hechos concretos y hazañas que los oyentes recordaban perfectamente
e incluso dar razones convincentes de ciertos linajes y familias.
Sin embargo, entre los seniores y ricos
hombres nadie creía que aquel anciano pudiera ser el mismo
Batallador, por mucho que quisiera justificar su ausencia del reino
por haber marchado a Asia como peregrino, interviniendo allí en
múltiples batallas contra los turcos. Buena parte de esta nobleza,
sobre todo la que estaba más próxima al palacio real, instó a que
doña Petronila pusiera fin a aquella situación, propicia para
quienes deseaban nuevas alteraciones de las que sacar provecho.
Habiéndose llegado a originar ya
algunos disturbios, y hallándose en Zaragoza doña Petronila y su
hijo, que pronto sería Alfonso II, ciudad donde el eco era mayor, se
ordenó prender al impostor, que acabó siendo ahorcado, con lo cual
de nuevo llegó el sosiego necesario.
lacito amarillo |
[Zurita, Jerónimo, Anales de la Corona
de Aragón, libro II, págs. 71-73.
Ubieto, Antonio, «La aparición del
falso Alfonso I...»,
Argensola, 33 (1958), 29-33.
Balaguer, Federico, «Alusiones de los trovadores al pseudo Alfonso el Batallador», Argensola, 33 (1959), 39-47.]
Argensola, 33 (1958), 29-33.
Balaguer, Federico, «Alusiones de los trovadores al pseudo Alfonso el Batallador», Argensola, 33 (1959), 39-47.]