Mostrando entradas con la etiqueta milagro. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta milagro. Mostrar todas las entradas

sábado, 20 de junio de 2020

209. EL TESORO DE EL CASTELLAR


209. EL TESORO DE EL CASTELLAR (SIGLO XV. CASTEJÓN DE VALDEJASA)

209. EL TESORO DE EL CASTELLAR (SIGLO XV. CASTEJÓN DE VALDEJASA)


Si todavía lo es hoy en algunos aspectos, antaño el curso del río Ebro constituyó un obstáculo difícil de salvar dados los medios técnicos existentes. Pasar de la orilla izquierda a la derecha con garantías de éxito era el principal reto planteado a los ejércitos cristianos, problema que no se solventó hasta que pudo ser reconquistada Zaragoza, ya en el siglo XII.

Lo que sí hicieron los reyes pamploneses y aragoneses fue levantar fortificaciones vigía en la orilla izquierda, como las de Milagro («mirador»), Valtierra, Arguedas, El Castellar o Juslibol («deus lo vol»), que se convirtieron en puntos estratégicos dentro del sistema ofensivo-defensivo.

El Castellar, además de su alto valor estratégico, tenía el añadido de su sal, tan importante hasta el siglo XIX, de modo que aun dentro del mundo cristiano originó disputas su pertenencia, como la protagonizada por el obispo pamplonés por tenerlo dentro de sus límites diocesanos.

Es en este contexto estratégico donde se debe ubicar, según la leyenda, la huida hacia el éxodo de los moros que no aceptaron la conversión propugnada por Fernando II de Aragón, (el católico) como ocurriera en Castilla, de modo que abandonaron sus casas de manera precipitada, dirigiéndose desde la morería de El Castellar hacia los montes de Castejón de Valdejasa, aprovechando las dificultades del terreno y la vegetación.

En su apresurada huida —pensando en la llegada de mejores tiempos y, por lo tanto, en la posibilidad de volver a sus casas algún día—, por temor a que les fueran confiscados, escondieron varias arquetas repletas de morabetinos. E idearon un sistema cabalístico que sólo ellos conocían para esconder su tesoro y poderlo recuperar el día del regreso.

Pero la vuelta no tuvo lugar nunca y, aunque se ha encontrado alguna moneda suelta, el tesoro de El Castellar sigue oculto. Quizás las encinas y los quejigos más viejos tengan la clave; quizás esté en alguna pared derruida de ladrillo y teja árabe.
[Datos proporcionados por Xavier Abadía Sanz, de la Universidad de Zaragoza.]

jueves, 9 de enero de 2020

Leyenda, Orihuela del Tremedal, milagro

Leyenda de Orihuela del Tremedal (Teruel)
La ermita del Tremedal, se construyó en ese monte porque según cuenta la leyenda Nuestra Señora la Virgen del Tremedal se apareció a un sencillo pastor manco que cuidaba de su rebaño, la Virgen dice al pastorcillo que tiene hambre, instándole para que comparta con ella la comida que lleva en el zurrón.
El pastor, ante la sonrisa de la Señora. Comprende lo que quiere y se dispone a satisfacer aquel deseo. Y cuando maniobra con su mano única para sacar de la bolsa su torta, la Virgen le detiene con una mirada, diciéndole, con esa mano no, con la otra. El pastor le dice “cuanto diera yo por tener la otra, que ahora me falta”, pero la Virgen insiste, decidido mete su muñeca derecha en el zurrón y al sacarla de nuevo está la mano en su lugar, rendido de gozo y de emoción se postra a los pies de la Señora para darle las gracias por el bien recibido y pedirle cuenta de cuanto desee, que él lo realizará en el momento.
La Señora le dijo: “Baja a Orihuela y publica el favor que te he hecho y hazles saber de mi parte que yo he tomado asiento en esta sierra, que gusto de ser en ella venerada para consuelo y beneficio de sus vecinos”.

Orihuela, Tremedal, Teruel

Nuestra Señora la Virgen del Tremedal

Orihuela, Tremedal, Teruel 2

Orihuela, Tremedal, Teruel 3

Orihuela, Tremedal, Teruel 4

Foto de Ramón Guimerá Lorente tomada en la zona de la ermita. Mi madre, Ángeles Lorente Sánchez nació en Alustante, muy cerca de Orihuela del Tremedal.


Tremedal, Moncho, Ramón Guimerá Lorente



sábado, 27 de julio de 2019

PEDRO FERNÁNDEZ DE AZAGRA, MILAGROSAMENTE ILESO


145. PEDRO FERNÁNDEZ DE AZAGRA, MILAGROSAMENTE ILESO
(SIGLO XIII. PIEDRA)

PEDRO FERNÁNDEZ DE AZAGRA, MILAGROSAMENTE ILESO  (SIGLO XIII. PIEDRA)
Imagen de Traveler (cascada del ángel)


Un monje estaba arrebujado en el camastro de su celda y rezaba por quienes pudieran estar a la intemperie. Era una noche oscura y el ruido en el exterior era infernal, fruto de la tormenta que se había desatado al caer la tarde, al que se sumaba el rumor de las cascadas del río Piedra. Mientras, el señor de Albarracín, don Pedro Fernández de Azagra, que iba desde Molina camino de Calatayud, se hallaba perdido en el fondo de un barranco. El caballero daba voces para localizar a sus escuderos, pero todo era en vano: ni Diego, ni Beltrán ni Garci-Pérez le contestaban. Estaba completamente solo en medio de la tempestad.

Azuzó don Pedro al asustado caballo en los ijares y el bruto respondió. En medio de grandes relámpagos y truenos, subió por la ladera de una loma hasta llegar a la cumbre. Desde allí pudo oír el ruido tumultuoso de un torrente, aunque no lo veía, a pesar de los destellos continuos. Cabalgó perdido por el monte durante mucho rato, quizás horas, hasta que oyó el tañido de una campana que debía tocar a maitines, lo que le situó hacia las dos de la mañana. Guiado por sus sones, dirigió hacia allí a su montura, mas hubo un momento en el que el caballo se negó a caminar en aquella dirección, dando una vuelta en redondo.

De repente, se encendió delante de él una trémula luz. Estaba tan cerca de ella que casi parecía que la podía tocar con la mano, pero el caballo se negaba a andar en aquella dirección. Ante la actitud de su montura, se guareció al calor de una oquedad y decidió esperar al alba. Cuando despertó de su inquieto sueño despuntaban ya las primeras luces y pudo situarse: estaba en el monte de la Lastra, que conocía bien, con el monasterio de Piedra en frente, pero separado de él por un profundo valle y las aguas tumultuosas del río Piedra crecido por la tormenta.

Acarició agradecido al animal que le había salvado la vida y rezó fervoroso a la Virgen en el convento, pues sin duda había intercedido por él, decidiendo que cuando muriera lo enterraran allí.
El monje que rezaba en el camastro de su celda por los caminantes se sintió reconfortado.

[Juan Federico Muntadas, El monasterio de Piedra.]