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lunes, 22 de junio de 2020

237. LAS TRES DONCELLAS ENCANTADAS


237. LAS TRES DONCELLAS ENCANTADAS (SIGLOS XIV-XV. SABIÑÁN)

237. LAS TRES DONCELLAS ENCANTADAS (SIGLOS XIV-XV. SABIÑÁN)


En tantos y tantos pueblos de nuestro Aragón, el tiempo ha ido poco a poco construyendo con teselas de leyendas fantásticas y hermosas nuestras muchas ruinas o dotando de misteriosas explicaciones a las caprichosas formas modeladas por la erosión y por el abandono. Este es el caso del torreón del viejo castillo de Sabiñán, otrora pujante y hoy ruina.

Hay quienes afirman todavía, y quizás haya que creerles, que, en algunas noches claras y sin nubes en el cielo, cuando la luna está llena en lo alto, se puede divisar todavía hoy a tres palomas blancas revoloteando en torno al viejo torreón, que ayer fue cárcel, en un incansable ir y venir de aleteos interminables. Quienes tienen la suerte de poderlas observar porque tienen la fe requerida saben muy bien que no son tales palomas, sino las almas errantes de tres hermosas y jóvenes moricas, que estuvieron presas en el torreón del castillo por atreverse a amar a tres jóvenes e intrépidos caballeros cristianos, que pagaron también su osadía con el castigo del destierro.

Para las tres enamoradas y jóvenes amigas moras —algunos dicen que eran princesas—, las jornadas de prisión se hacían penosas e interminables. Sus jóvenes enamorados desconocían la suerte corrida por las doncellas, creyendo incluso que estaban muertas. Pero ocurrió que un día, compadecida por tanto dolor junto producido por la intransigencia, un hada de las buenas se apiadó de las tres muchachas y, no pudiendo liberarlas, como sin duda hubiera deseado, las convirtió en tres ágiles palomas de alas blancas para remontar el vuelo y surcar los aires libremente.

Sin atadura alguna que las retuviera, volaron tan lejos como pudieron en busca de sus galanes las tres palomas de alas blancas y, al no encontrarlos, vuelven de cuando en cuando, en noches de luna llena, esperando el regreso de quienes, siendo caballeros cristianos, cometieron la felonía de enamorarse de tres doncellas moras y ellas les correspondieron.

[Proporcionada por la Agrupación Escolar Mixta «Benedicto XIII». Sabiñán. Domínguez Lasierra, Juan, «Las doncellas de Sabiñán», en Aragón Legendario, II, págs. 98-100.]

sábado, 29 de junio de 2019

EL EXILIO SORIANO DE DOÑA URRACA


100. EL EXILIO SORIANO DE DOÑA URRACA (SIGLO XII. SORIA)

EL EXILIO SORIANO DE DOÑA URRACA, SIGLO XII. SORIA, torreón


El matrimonio de Alfonso I el Batallador y Urraca de Castilla había hecho crisis una vez más, y el rey aragonés, que ya confinara anteriormente a su mujer en El Castellar, lo hizo ahora en la recién reconquistada plaza de Soria, cabeza de la nueva «extremadura», en un palacio del que todavía queda hoy el torreón conocido como de «doña Urraca».

// Palacio de los Beteta o Sorovega  
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Si el monarca pudo dar origen a ciertos rumores acerca de sus inclinaciones sexuales, la reina adquirió fama por sus constantes devaneos amorosos, uno de los cuales debió desarrollarse, según la leyenda, en su destierro soriano. El caso es que, en una de las estancias del palacio, vemos a doña Urraca tendida en un escaño de nogal, a cuyos pies reposa Pedro, un doncel, un trovador, un apuesto muchacho del que se ha prendado la dama. Entre trova y trova, la reina compromete con la actitud y con sus palabras al joven que manifiesta sentir solamente admiración por la reina, quien no entiende la falta de deseo del joven por ella, lo cual le solivianta.

La escena íntima entre la reina y el trovador había llegado a un punto crucial cuando, de repente, sonó hiriente el sonido de un cuerno que anunciaba la llegada de gente armada al palacio. Transcurren unos instantes y hace acto de presencia en la estancia don Ato Garcés, señor de Barbastro y alférez mayor del reino, y, a la sazón, padre del doncel Pedro.

Ato Garcés había sido enviado por Alfonso I el Batallador a tierras de Tarazona, Ágreda, Soria y Almazán para reclutar caballeros y peones con los que enfrentarse con garantías de éxito a los moros de Fraga, Morella y Tortosa y, con su llegada a Soria, pretendía que su hijo Pedro fuera armado caballero para ir a cumplir con su señor, como hacían los jóvenes de su edad.

Doña Urraca, todavía disgustada y acalorada por la escena que acababa de vivir con el joven Pedro, sin decir palabra se lo entregó a Ato, despidiéndose desdeñosamente con un gesto. Una vez sola, la reina cayó sobre la alfombra presa de un ataque de histerismo seguido de llanto, mientras el ruido de los caballos que se alejaban iban perdiendo intensidad.

[Zamora Lucas, Florentino, Leyendas de Soria, págs. 197-202.]