226. EL AMOR PUDO A LA RELIGIÓN (SIGLO
XII. GALLUR)
La batalla frente al castillo musulmán
de Gallur había sido muy reñida. Realmente no hubo vencedores ni
vencidos, pero ese día fue hecho prisionero de los moros un bravo
caballero cristiano, vencedor en innumerables gestas militares, quien
fue a dar con sus huesos en las mazmorras de la fortaleza, donde
estuvo a punto de perder la vida, aunque al fin sanó de manera casi
milagrosa. Al poco tiempo, fue rescatado por sus hombres a cambio de
una fuerte cantidad de oro.
Regresó el caballero a su hogar con
gran alegría por parte de amigos y familiares, pero su alma se sumió
en una gran melancolía. La causa no era otra que el recuerdo de la
hija del alcaide moro, una hermosa muchacha, de la que se había
enamorado en sus días de cautiverio. Durante meses, el cristiano
estuvo proyectando cómo acercarse a la joven agarena, hasta que un
día reunió a sus hombres y puso rumbo al castillo con ánimo de
tomarlo al asalto.
Todos creyeron que intentaba vengarse de los malos
tratos recibidos en la prisión, no de una aventura amorosa. Pero el
caso es que tomaron el castillo y desalojaron a los moros, excepto a
la bella muchacha que decidió quedarse junto al guerrero cristiano,
de quien también se había enamorado.
Los musulmanes expulsados buscaron y
hallaron ayuda, de manera que volvieron al castillo al que sitiaron.
Los cristianos aguantaron diez embestidas antes de entablarse la
definitiva, en la que se luchó cuerpo a cuerpo, y mientras el
alcaide moro moría en la lucha, el caballero cristiano caía herido.
En su dolor, comenzó a pedir agua. La
muchacha cogió el casco y se dirigió por un pasadizo a la orilla de
un pequeño arroyo, a sabiendas de que sería descubierta por los
moros. Así fue, y una flecha la hirió de muerte. No obstante,
arrastrándose como pudo, llegó hasta su amado y le dio de beber.
Inmediatamente, se desvaneció. Pudo, sin embargo, preguntarle el
caballero cristiano si quería convertirse a su fe y la mora asintió.
Era la hora del crepúsculo.
A la mañana siguiente, el soldado que
había disparado la saeta contra la muchacha vio un reguero de sangre
en la orilla del riachuelo y siguió el rastro que le condujo hasta
una cueva. En su interior, dos cadáveres yacían juntos: eran los
del caballero cristiano y la dama mora.
[Datos proporcionados por Rosario
Rodrigo, Instituto de Bachillerato de Borja.]