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jueves, 14 de marzo de 2019

Libro segundo

LIBRO SEGUNDO DE LA HISTORIA DEL REY DON IAYME DE ARAGÓN, PRIMERO DE
ESTE NOMBRE, LLAMADO EL CONQUISTADOR 

Capítulo I. Que
muerto el Rey, los de su ejército determinaron alzar por Rey a su
hijo el Infante don Iayme, y lo que hicieron por sacarle de manos del
Conde Monfort.

Muerto el Rey los principales de su
ejército, vueltos al Real, entregaron su cuerpo a los caballeros de
sant Iuan del Hospital, a cuya orden había hecho muchas mercedes, y
dado villas y castillos, para que con toda pompa y ceremonias reales
le sepultasen, como lo hicieron, llevándole sobre sus hombros al
monasterio de Xixena, a donde su madre la Reyna doña Sancha, después
de haber hecho profesión de religiosa, poco antes había muerto. Y
en fin le sepultaron en un magnífico y bien labrado sepulcro,
haciéndole sus obsequias reales, y acostumbrada novena, con grande
suntuosidad y llantos. Pues como por haber muerto el Rey sin hacer
testamento, quedasen las cosas de los Reynos confusas, y muy
turbadas, a causa de no haber sucesor nombrado, don Nuño Sánchez
primo hermano del Rey, e hijo del Conde don Sancho, y don Guillen de
Moncada, y don Guillen de Cardona (a los cuales no quiso aguardar el
Rey, y llegaron ya muerto él al ejército) con otros principales de
los dos reynos, se juntaron, y determinaron, que por los movimientos
que por faltar el Rey se podían seguir en los pueblos, y por evitar
bandos y divisiones entre los Reynos, se diese con toda presteza la
sucesión, y declarase Rey el Infante don Iayme, hijo único del
muerto, antes que saliesen de través otros que le pusiesen en
cuentos el reyno, con el obstáculo de la legitimidad.
Pues
aunque la separación, o divorcio, que el Rey había hecho con la
Reina su mujer madre de Don Jaime: con la sentencia del Pontífice
había sido dado por mal hecho, y declarado por legítimo el
matrimonio entre los dos: pero todavía, como el Rey no había
obedecido la sentencia, quedaban muchos dudosos, y aun fáciles para
creer lo contrario. Demás de esto les movió para hacer esta
diligencia, ver que no habiendo el Rey nombrado sucesor, don Sancho
padre de don Nuño y hermano menor del Rey don Alonso padre de don
Pedro, intitulándose Conde de Rosellón, pretendía la sucesión de
los reynos, por haber sido llamado a ella en el testamento del
Príncipe don Ramón su padre, faltando don Alonso su hermano, y
también don Fernando hermano de don Pedro, el cual con la esperanza
de reinar estaba determinado de renunciar el hábito de monje que
había tomado. Y con esto cada uno por si comenzaban a maquinar
(machinar) secretamente, y llevar adelante su intento. Para esto
tenían ya ganadas las voluntades de algunos ricos hombres de Aragón.
Y por esta causa don Nuño y don Guillen con todos los demás se
conformaron en lo determinado, y juntaron más compañías de
soldados: pues los demás del estado de Mompeller, y del principado
de Cataluña, venían en ello, para formar campo contra el Conde
Monfort, que siempre estaba con su ejército entero. Lo cual hacían
no tanto para vengar la muerte del Rey, cuanto por haber a su mano el
Infante don Jaime, al cual el Conde, por orden del Rey y mandamiento
del Pontífice, como está dicho, había tomado a su cargo para
criarlo. Fue cosa memorable la que hizo don Nuño, que siendo hijo
del Conde don Sancho, a quien, si saliera con el Reyno, había de
suceder, no quiso seguir la parcialidad de su padre, sino guardar
toda fidelidad al verdadero sucesor Don Jaime. Pues como el Conde
Monfort sintió todo esto, con el orgullo de la victoria pasada,
juntó mayor ejército, a fin de defenderse del real, y alzarse con
don Jaime, para con la persona de él sacar muy buenos partidos de
los reynos.












Capítulo
II. Que por sacar a don Jaime de las manos del Conde, se hizo
embajada al Pontífice, y de su respuesta.

Como los del campo
real vieron que el Conde se ponía de veras en defensa, acrecentando
su ejército cada día, no quisieron poner en ejecución lo que
habían determinado contra él, sino entretenerle hasta ver, si
enviando embajadores a Roma al Pontífice, alcanzarían con su favor
que el Conde les entregase al Príncipe don Jaime, y así concordaron
en hacer embajada, la cual emprendieron don Guillen Cervera, y don
Pedro Ahones, capitanes valerosos, juntamente con don Guillen
Monredon vicario del maestre del Temple en los dos reynos de Aragón
y Cataluña
, con poderes bastantísimos y particular orden, para que
si el Conde rehusase de entregar al Infante, mandándoselo el
Pontífice, le denunciasen de nuevo la guerra a fuego y sangre, en
nombre de los dos reynos: y que don Pedro Ahones uno de los
embajadores, le enviase a desafiar de persona a persona, retándole
de traidor y fementido, por no restituir a don Jaime a los suyos. Los
que más procuraron y solicitaron esta embajada (según dice la
historia) fueron don Español Obispo de Albarracín (Aluarrazin), y
don Pedro Azagra señor de la misma ciudad, para que juntamente, con
dar calor a la restitución del Príncipe don Iayme, fuesen a la
mano a don Sancho y don Fernando, por las diligencias que cada uno de
ellos hacía por si. Y aun escriben algunos, que el mismo Obispo fue
en persona por este negocio a Roma. Puestos en Camino los
embajadores, al cabo (acabo) de muchos días llegaron a Roma con
grande acompañamiento de gente y criados, y muy cubiertos de luto
hicieron su entrada: donde como se acostumbra con los embajadores
fueron con grande honra recibidos del pueblo Romano, que se acordaba
muy bien de la liberalidad que con él hizo el Rey muerto, el día de
su coronación. Lo primero que los embajadores hicieron, fue ir a
besar las manos a su señora y Reyna doña María, con la reverencia
y acatamiento que como súbditos y vasallos debían. Y declarando la
causa de su embajada, contáronle del Rey su marido cosas de grande
lástima: y del Príncipe su hijo de mucha prosperidad, pues quedaba
vivo y sano: en lo demás, las grandes diferencias y distensiones en
que los reynos andaban, divididos en parcialidades, y para perderse
del todo, si el Conde Monfort no les restituía al Príncipe su Señor
para alzarle por Rey. Oído esto por la Reyna que tan hecha estaba a
oír, y ver trabajos y calamidades de los suyos, dio gracias a
nuestro Señor por todo, dejándolo a su divina disposición y
voluntad: y suplicó al Pontífice mandase luego dar audiencia a los
embajadores. Los cuales muy cubiertos de luto, y con semblante triste
y lloroso llegaron a besar al pie a su Santidad y dada facultad para
declarar su embajada, el vicario del temple Monredon que era hombre
elocuente, y ya de antes conocido del Pontífice, dijo de esta
manera. Beatísimo Padre, contar agora muy en particular a vuestra
Santidad la triste y lamentable muerte del valerosísimo e
invictísimo Rey nuestro, y crueldad con él usada, ni lo sufre
nuestros sollozos y lágrimas: ni es bien, a quien tiene ya entendida
y muy de veras sentida tan miserable muerte, renovar su dolor con
repetirla. Basta que brevemente se entienda, como aquel Conde Simón
Monfort, a quien vuestra Santidad, por intercesión y ruegos del
mismo Rey hizo tantas mercedes, como todos sabemos, y fue tan amado
suyo, que le encomendó su único hijo nuestro Príncipe don Jaime:
el mismo convertido de muy amigo y privado en enemigo cruelísimo,
salió al campo con ejército formado, y no solo osó acometer al
ejército real, pero con desenfrenado furor mató al mismo Rey
nuestro, de quien poco antes Vuestra Santidad, había coronado de
corona Real, y con esas sacrosantas manos consagrado por Rey. Por
cuya muerte súbita, y de otros principales señores que con él
murieron, quedan las cosas de la corona de Aragón tan confusas, y
tan
divisos
entre si los reynos, que si con brevedad no se atajan tantos
inconvenientes, sin duda vendrán (vernan) a total perdición y
ruina. Ansí por la gran parcialidad que por si hacen don Sancho tío
del Rey, y don Fernando el hermano, que pretenden la sucesión: como
por los principales capitanes de los reynos, que con el poder del
ejército real, y con la mayor parte de los pueblos, les contradicen.
Los cuales para más quietud de todos, piden al Príncipe don Jaime
por Rey, porque lo tienen por legítimo Señor y verdadero sucesor
ab
intestato
. Pues la separación y
divorcio que el Rey hizo con la Reyna nuestra señora, que la otra
parcialidad alega para anular el matrimonio, y legítima sucesión
del Príncipe, ya por sentencia dada por vuestra Santidad fue
condenada, y dado el matrimonio y sucesión por buenos. Y así la
suma de nuestra embajada es, suplicar a vuestra Santidad mande al
Conde Monfort restituya luego al Príncipe don Jaime a los generales
del ejército real, para jurarle por Rey, antes que el mismo Conde,
temiéndose que los nuestros le han de perseguir, más por vengar la
muerte del Rey, que por cobrar al Príncipe, se junte con don Sancho,
y don Fernando, para arruinar al dicho Príncipe: pues sabemos está
el Conde tan obligado a esta Santa Sede Apostólica que no dudamos
hará luego lo que por vuestra Santidad le fuere mandado: donde no,
la resolución de los del ejército es, no solo hacerle cruel guerra
en todos sus estados, pero tenemos expresa comisión, para que
capitán don Pedro Ahones nuestro colega, que aquí está presente,
le desafíe, y repte de rebelde y fementido. Mas porque consideramos,
que llegar a estos términos rigurosos, sería dar en mayores
inconvenientes, para total perdición de los reynos, y mayor daño de
nuestro Príncipe, suplicamos a vuestra Santidad por la obligación
en que Iesu Christo le ha puesto en su lugar para mantener en todo
amor y concordia su pueblo Christiano, mande se nos restituya en paz
el Príncipe: para que por tan gran beneficio y merced, los reynos y
todos quedemos obligados no solo a rogar a nuestro Señor por la vida
y continua felicidad de vuestra Santidad, pero aun para mejor
conservarnos en la firme y perpetua obediencia que a esta santa Sede
debemos.
Acabada de explicar con lágrimas la embajada, el sumo
Pontífice
consoló benignamente a los embajadores, encareciendo, lo
mucho que había sentido la primera nueva que tuvo de la muerte del
Rey, Príncipe tan valeroso y esforzado, pues hallándose tan
perseguido de sus enemigos, y no siendo socorrido de los suyos en la
batalla, quiso más hacer rostro, y morir, que con mengua de su honra
volver las espaldas, puesto que no dejara de atribuirle alguna culpa:
y dar por causa de sus infortunios y males, el haberse apartado y
hecho divorcio con la Reyna doña María: y no menos por no haber
obedecido su sentencia. Mas que no por eso dejaría de hacer toda
honra al muerto, a quien si fuera viudo, por ventura no la hiciera. Y
que tendría muy especial cuidado en hacer restituir al ejército y
Reynos a don Iayme su Príncipe para jurarle por Rey. Demás desto
alabó mucho a los grandes y capitanes del ejército Real, por la
fiel obediencia y afición con que pedían a su Príncipe. Y para
esto les mandaba reuniesen buen ánimo, y perseverasen en su
fidelidad, porque no dejaría de darles todo favor y ayuda con gente
y dineros hasta que le pusiesen en posesión de todos los reynos y
señoríos de su padre. Finalmente, después de haber tenido en mucho
la obediencia dada por los reynos a la sede Apostólica, y alabado a
los embajadores por el trabajo y paciencia de tan largo y fatigoso
camino, mandoles se detuviesen algún tiempo en Roma, hasta que les
diese su bendición, y respuesta.




Capítulo
III. Que por el Concilio provincial que tuvo el legado en Mompeller,
fue investido el Condado de Tolosa al Conde Monfort, y entregó al
Príncipe don Iayme al Legado.

En este medio que fue la rota
y muerte del Rey, Bernardo Cardenal Benaventano, era venido legado de
la sede Apostólica a la provincia de Guiayna, por remediar tantos
movimientos y aparatos de armas que en ella se hacían, para total
destrucción de la provincia: los cuales nacían de la guerra que
poco antes había hecho el Conde Monfort, general del ejército de la
iglesia, contra los herejes y
fautores
de la herejía que se levantó en la ciudad de Albi de la misma
provincia, según que en el precedente libro se ha dicho. Para esto
convocó el Legado concilio provincial en la ciudad de Mompeller, en
el cual se congregaron los Arzobispos de Narbona, Aux, Arles, Ebrun,
y de Acs, con xxviij. Obispos, y otros muchos Abades, y Priores de
toda la provincia. Por los cuales fue condenada la herejía de Albi,
y determinado que la ciudad de Tolosa fuese adjudicada a la iglesia
con todo el condado, por haber sido la condenación hecha contra el
Conde en este concilio poco después confirmada por el concilio
Lateranense. Y así, por la buena diligencia que el Conde Monfort
había usado en proseguir la guerra contra los de Albi, el concilio
provincial le concedía la conquista y aprehensión de Tolosa, la
cual con el condado prometían darle en perpetuo feudo, haciendo
decreto sobre ello, con tal que la santa sede Apostólica, y sumo
Pontífice lo aprobasen, y confirmasen. Por lo cual partió luego
para Roma el Arzobispo de Ebrun, enviado por el legado y concilio: y
como llegó allá, y entendió el Papa lo que contenía el decreto,
luego lo aprobó y confirmó, con tal pacto y condición que el
concilio mandase al Conde, ante toda cosa, que pusiese en libertad al
Príncipe don Iayme hijo del Rey don Pedro a quien tenía en su
poder, y lo entregase a los generales del ejército real de Aragón y
Cataluña, para que le alzasen por Rey. Como esto lo prometiese
cumplir, y diese por hecho el Arzobispo, el Pontífice mandó llamar
a los embajadores del ejército, y certificándoles como el Conde
Monfort restituiría al Príncipe, les dio su bendición y mandó se
volviesen con el Arzobispo. El cual llegado a Mompeller, como
propusiese ante el concilio la confirmación del decreto, con la
condición impuesta (apuesta) por el Pontífice, el Conde la aceptó.
Luego el Cardenal Legado, concluido el concilio, se partió con el
Conde para la ciudad de Carcassona, donde hacía (había) ya dos años
que tenía muy bien guardado, en compañía de muy buenos ayos y
maestros al Príncipe don Iayme: al cual holgó en extremo ver el
Legado, por lo que el niño, con muy evidentes muestras y señales de
valor, descubría lo que había de ser. Y luego acompañado de la
gente de guarda del Conde se pasaron a la ciudad de Narbona, a donde
ya eran llegados muchos señores principales de Cataluña con los
síndicos de las ciudades y villas Reales, quien el Legado después
de haberles tomado juramento de homenaje y fidelidad por el Príncipe,
que tenía poco más de seis años, se les entregó. Estaba entonces
en compañía del Príncipe su primo hermano don Ramón Berenguer,
hijo y heredero universal del Conde don Alonso de la Provenza, y de
aquella mujer de Marsella con quien se casó por amores, según en el
precedente libro está dicho, y muerto el Conde y la madre, como don
Ramón quedase pubillo, los gobernadores del condado le enviaron a
Carcassona donde estaba el Príncipe don Iayme su primo, para que se
criase con él, y le trajesen (truxesen) a Cataluña, por lo mucho
que los dos, siendo casi de un mismo tiempo y edad, y criados juntos,
entre si se amaban. De manera que habiendo entrado el Príncipe con
el Legado en Cataluña, y andado por las villas y ciudades con mucha
alegría y aplauso de todos: despachando de paso, con la autoridad y
consejo del mesmo Legado muchos negocios que tenían necesidad de
asiento, llegaron a Barcelona, ciudad grande y antigua, cabeza del
Principado de Cataluña, tierra
bien abastecida de todas cosas, y
con los cumplimientos que adelante se contarán de ella: en la cual
fue recibido con muy grande magnificencia de los ciudadanos. Y porque
luego acudieron muchos negocios de todo el Principado, señaladamente
de algunos pueblos de la montaña que se habían alzado con algunas
libertades contra la corona Real, fue necesario parar allí un poco
tiempo, y con el consejo del Legado volver muchas cosas a su lugar y
asiento.




Capítulo
IIII (IV). De las Cortes que se comenzaron en Lérida, donde fue el
Príncipe jurado por Rey, y por su tierna edad encomendado al
Comendador Monredon en la fortaleza de Monzón.

Pareció al
Legado y grandes de los Reynos que por haber venido y venir de cada
día, de las últimas partes de Aragón muchas gentes con deseo de
ver al Príncipe, que por mayor comodidad de los dos reynos, se
convocasen cortes generales en Lérida, por ser ciudad de las más
antiguas y principales de Cataluña puesta en los confines de Aragón
a la ribera del río Segre, y muy abastada de todas cosas,
señaladamente de pan, por estar junto al campo de Urgel que es de
los fertilísimos del mundo. Llega después el plazo de las cortes,
el Príncipe con el Legado entraron en Lérida; donde fueron del
pueblo principalmente recibidos. Lo primero que por orden de las
corres se hizo fue deshacer los Sellos del predecesor (como lo
acostumbran los que comienzan a reynar) y usar de los que ya a la
entrada de Cataluña de nuevo se hicieron. Comenzaron a tenerse las
cortes con la asistencia del Legado, y de don Aspargo Arzobispo de
Tarragona, cercano (
propinquo)
pariente del Príncipe, y del antiquísimo linaje de la Barcha, con
los demás Prelados y grandes de los dos reynos por su orden, y con
los síndicos de las ciudades y villas reales, cuyos poderes
bastantísimos se leyeron.
Solo faltaron don Sancho, y don
Fernando, porque toda su esperanza de poder reynar ponían en las
distensiones y discordias que ellos habían sembrado, pensando
nacerían de las cortes ocasiones para más engrandecer su
parcialidad. Pero el señor del mundo que lo rige todo, proveyó en
que no hubiese cortes que con más unión y conformidad se celebraren
que aquellas, para todo beneficio del Príncipe. Y así acabo el
Legado con todos, que sin dificultad jurasen al Príncipe por Rey, y
que la obediencia y juramento de homenaje se diese en voz alta,
alzando muchas veces las manos diestras, mientras el juramento se
leyese, como lo hicieron: teniendo todo aquel tiempo el Arzobispo don
Aspargo al Príncipe en sus brazos para que lo viesen todos: y se
hizo ley que el juramento de homenaje de allí adelante se prestase a
los Reyes, con aquellos usos y ceremonias, siempre que tomasen la
posesión de sus reynos.
De ay,
considerando la tierna edad del Rey, ser inhábil para regir,
determinose con la buena industria del Legado, que para mayor guarda
y seguridad de la persona y vida del Rey, fuese encomendado a algún
hombre grave y de confianza, que le tuviese en guarda por algún
tiempo, y le criase e instituyese con la disciplina y buena educación
a tan alto Príncipe se requería, en tanto que las cosas del reyno
se asentaban para lo cual no se halló otra persona más conveniente,
que don Guillen Monredon caballero Catalán natural de Osona, y
vicario del gran Maestre del Hospital en los reynos de la corona de
Aragón. El cual poco antes (como está dicho) había hecho con los
demás la embajada al sumo Pontífice, y era persona de muy gran
valor y confianza, de mucha experiencia y destreza en armas. Demás
de ser hombre de letras, para que mejor pudiese instruir al Rey en
cosas de paz y guerra, con las demás reales virtudes, sobre todo
para encaminarlo en los ejercicios de la milicia, por estar en
aquellos tiempos todo el ser y fuerza de los Reyes puestos en la
tutela y amparo de las armas, de las cuales el Rey tanto se valió.
Fueron los que más pretendieron este cargo, don Sancho y don
Fernando, como más propinquos parientes del Rey, y con grande
instancia procuraron haberlo para si, pero no se les concedió, por
la contradicción que el Legado y principales de los Reynos les
hicieron. Por esta causa se confirmaron en la elección hecha de la
persona de Monredon (
Monredó),
a quien el Legado encargó mucho guardase sobre todo la persona del
Rey de las acechanzas (asechanças) de don Sancho, y don Fernando:
porque de verse excluidos de su pretensión armaban, contra la
persona Real muy a la descubierta. Y así hecho el juramento por
Monredon, le fue luego entregado el Rey para tenerlo en la fortaleza
y castillo de Monzón (Monçó) que era muy fuerte y capaz, con buena
guarnición de gente de guarda. Encerrose juntamente con él su primo
don Ramón que era de edad de nueve años, entrando el Rey entonces
en los ocho. Con todo esto se determinó, que durante el tiempo que
el Rey estuviese en guarda, por su poca edad, el Conde don Sancho por
su autoridad y años, fuese gobernador general de los dos reinos.



Capítulo V. Que la reina doña María murió en Roma, y
del testamento que hizo, y cuan encomendado dejó al Príncipe su
hijo al Pontífice, el cual le tomó debajo su amparo.


Por
este tiempo la Reyna doña María que dejamos en Roma, cansada de
tantos trabajos, que padeció con las persecuciones del Rey su marido
y de sus hermanos, aunque con su buena justicia y razón (como está
dicho) al fin triunfó de todos, adoleció de una muy grave dolencia,
de que murió: acabando sus días santísimamente, en tiempo de
Honorio III Pontífice, al cual encomendó mucho a su hijo el
Príncipe don Iayme, rogándole lo recibiese debajo su protección, y
de la santa sede Apostólica: por cuyo consejo hizo testamento, y
dejó al Príncipe su hijo heredero universal, con la señoría de
Mompeller y su estado. Con tal que si moría fin hacer testamento,
sustituya con iguales partes a Matilda y a Petronia hijas suyas, y
del Conde de Comenge, sin hacer mención alguna de los hermanos
bastardos. Lo cual, así como por su gran bondad y santidad de vida,
fue siempre por los Pontífices muy estimada en vida y tratada como
Reyna, así también después de muerta, se le hicieron las exequias
y honras reales con aquella suntuosidad que a Reyna y madre de tan
principal Rey se debían. Fue su cuerpo sepultado en el Vaticano, en
la iglesia de sant Pedro, al lado del Sepulcro de santa Petronila,
como la historia del Rey lo afirma. Hecho esto, el sumo Pontífice
por cumplir la voluntad de la Reyna, tomó debajo su protección
y de la sede Apostólica, al Príncipe don Iayme y a sus Reynos de
Aragón y Cataluña
, con el Principado de Mompeller, y los demás
reynos y señoríos que en lo porvenir se recreciesen a la corona de
Aragón
, Sobre ello escribió al mismo Bernardo Cardenal Legado, de
quien hemos hablado, mandando que a don Iayme, a quien por ruegos de
la Reyna su madre había tomado debajo su protección, y de la sede
Apostólica, y a todos sus reynos y señoríos, le defendiese y
favoreciese en toda ocasión. Y así el legado nombró por
principales consejeros del Rey niño, y como tutores, para siempre,
que saliese de la fortaleza de Monzón, a don Aspargo Arzobispo, a
don Ximeno Cornel, a don Guillen Cervera, y a don Pedro Ahones,
hombres principales los dos reynos, y de gran gobierno. Con esto el
Legado, dejando por acá muy gran fama de sabio y prudentísimo, se
volvió a Roma.




Capítulo
VI. Como andaban los reinos en perdición por el mal gobierno, y que
se otorgó el tributo del bouage, y trató de sacar al Rey del
castillo, de donde se salió antes el Conde don Ramón.


Como
el Rey estuviese en poder de Monredó en la fortaleza de Monzón, se
seguían cada día grandes novedades y divisiones en los dos reynos,
por la inquietud de don Sancho, y don Fernando, que nunca perdían
sus intentos de reinar, y por su respecto todo era parcialidades, y
bandos entre la gente vulgar, la cual con esta ocasión vivía muy
disoluta. Demás que las
alcaualas
y rentas reales habían venido tan al bajo, y era tan poco el tesoro
del Rey, que apenas había para mantener su persona y guarda.
Causábanle esto don Sancho y don Fernando, que el uno como
gobernador, y el otro como tan propinquo del Rey, se aprovechaban de
las rentas reales, sin haber quien les fuese a la mano. También tuvo
principio este daño de los desmadrados (demasrados) y excesivos
gastos que el Rey don Pedro hizo con sus jornadas y empresas hasta
empeñar el patrimonio Real: en tanto que por la mayor parte las
rentas reales estaban consignadas a los Iudios y mercaderes, cuyos
logros las consumían. Por manera que aun no había para pagar los
estipendios y salarios a los oficiales reales, ni a los gobernadores
y ministros de la justicia: y por esto defraudados de sus salarios,
tomaban dádivas y presentes, y comenzaban a hacerse cohechos,
poniendo en venta la justicia y judicaturas. Lo cual considerado por
los prelados, y principales hombres de Cataluña, junto con los
grandes escándalos y rebeliones que de esto se podían seguir,
determinaron de advertir de ello a los pueblos, y que no había otro
remedio para tantos males, sino conceder al Rey el tributo del
Bouage, que (como está dicho) era un tanto que se pagaba por cada
junta de Bueyes, y cada cabeza de ganado mayor y menor, y por los
bienes muebles cierta suma, la cual se fue variando conforme a los
tiempos. Este tributo había sido tres veces concedido al Rey don
Pedro. La primera para los gastos de la guerra que hizo en compañía
del Rey de Castilla contra los moros del reyno de Toledo, cuando se
cobró Cuenca; la segunda cuando se ganó la batalla de Vbeda contra
doscientos mil moros; la tercera para ayuda del dote de tres hermanas
que el Rey casó. Mas viose manifiestamente que todas aquellas
necesidades pasadas no igualaban con la presente; que se había de
emplear en sacar de extrema necesidad la persona del Rey, por cuyo
encerramiento padecía el Reyno todo mal gobierno. Entendido esto por
los pueblos de Cataluña, no contradijeron a la demanda, sino que con
grande diligencia reunieron (colligieron) el tributo y lo pagaron:
así por sacar al Rey de necesidad, como por atajar la rebelión y
tiranía que ya se entreoía. Porque el mismo don Sancho, cuyo ánimo
siempre fue de acumular gran thesoro para sacar al niño Rey de la
vida; tomaba por principal medio de su designo, traer al reyno a toda
necesidad y estrechura de dinero. Pues con el largo encerramiento del
Rey, y la mucha autoridad y crédito que con el cargo de gobernador
había ganado: además de las mercedes que a unos y a otros había
hecho por granjear a muchos: también porque don Fernando tiraba a lo
mismo: llegó el negocio a tanto, que la mayor parte de los
principales del Reyno de Aragón ya eran casi de un acuerdo con
ellos. Aunque con todo eso no saltaron otras personas principales del
mismo reyno, temerosas de Dios, y de muy gran valor y estado, que
tomaron por propria la querella del Rey, y se pusieron a defender su
persona y derechos. Porque confiados del buen socorro de dinero que
al Rey se había hecho con el servicio del Bouage para su
mantenimiento y refuerzo de guardia, se pusieron en armas, con
público apellido de servir al Rey. Señaladamente don Pedro Cornel,
y don Valles Antillon Aragoneses, mozos de grande valor y prendas,
por ser en linaje y armas muy ennoblecidos. A los cuales como don
Ximen Cornel pariente de ellos, hombre anciano y muy aventajado en
consejo y estado, viese también intencionados y determinados al
servicio del Rey, de nuevo los exhortó y confirmó en su buen
propósito, para que animosamente saliesen a la defensa del Rey y
Reyno, contra la soberbia y tiranía que ya se les entraba por casa.
Porque de los efectos, y modos de gobernar de don Sancho, y del trato
de don Fernando, fácilmente se podía conjeturar, como por cualquier
de ellos que llegase a reinar, le había de seguir una intolerable y
cruel tiranía para todos: que por eso convenía mucho que el Rey
saliese de su fortaleza, antes que alguna de las parcialidades se
adelantase a sacarle de allí, para privarle del reyno, y de la vida,
lo cual ya secretamente maquinaba la de don Sancho. Y que sin duda,
salido el Rey afuera a vista de los pueblos, y teniendo a ellos dos a
su lado, las parcialidades se desharían y desaparecerían, como
suele deshacerse la niebla con la presencia del Sol. Y sería de esta
salida lo mismo que poco antes había sido del Conde don Ramón, el
cual saliéndose de la misma fortaleza para ir a la Provenza, que
toda estaba en armas, y medio rebelada contra él, luego que entró
en ella, y le vieron los suyos, se apaciguó toda, y cesó el motín.
Mas porque sin quebrar el hilo de la historia, digamos lo que cerca
de esto pasó. Fue así, que por ese tiempo estando alterada la
Provenza, un principal caballero de ella escribió al Conde don
Ramón, cómo las cosas de su condado andaban tan revueltas y
alborotadas, que si no se daba prisa a venir a remediarlas con su
presencia, llegarían a total ruina. Por tanto le encargaba que en
recibiendo sus cartas se saliese de la fortaleza, y siguiendo al
mensajero, se fuese derecho para Tarragona, donde hallaría ya en el
puerto de Salou un bajel (
vaxel)
bien armado, que le pondría (pornia) muy en breve en Marsella. Con
esta nueva se alegró mucho el Conde, porque le sabía mal tan larga
clausura, y mostró las cartas al Rey, pidiéndole parecer y consejo
sobre su ida. El Rey que no tenía menos deseo que él de salirse,
comenzole mucho a animar
y a consejar
que tentase la salida, pues por el beneficio y reparo de su estado y
república, tenía obligación de aventurar su persona y vida. Y
aunque sentía mucho quedar sin su compañía, lo tomaría en
paciencia, porque asegurase sus cosas. De manera que siguiendo el
parecer del Rey, don Ramón, mudado de hábito, dos meses antes que
el Rey se saliese de la fortaleza, de noche, sin ser visto de las
guardas, y puestos él y Pedro Auger su maestro en sendos caballos,
se fueron guiados por el Provenzal que trajo (truxo) las cartas, y
sabía muy bien los pasos de la tierra . Caminando pues toda la
noche, al alba, pasaron por Lérida, y de ahí la noche siguiente
llegaron al puerto de Tarragona, donde hallaron la galera que les
aguardaba. Embarcados en ella con próspero viento, a remo y a vela,
por horas llegaron al puerto de Marsella: y con la nueva que luego se
divulgó de su llegada, la tierra se quietó, y quedó don Ramón
pacífico posesor de todo el Condado.




Capítulo
VII. Como los de la parte del Rey le sacaron de la fortaleza, y a
pesar de la gente de don
Sancho, pasó a Huesca, y de allí a
Zaragoza, y se apoderó del Reyno.

Fue grande la alteración
que el Conde don Sancho recibió cuando supo de la salida del Conde
don Ramón, porque entendió que el Rey haría luego lo mismo, y así
a mucha prisa hizo un buen escuadrón de gente de a caballo, y lo
puso casi a la vista de Monzón. En este medio don Ximen Cornel, con
los dichos don Pedro, y Valles Antillon, que fueron los que más se
señalaban contra
don Sancho por parte del Rey, ayudados por la
mayor parte de los que seguían el bando de don Fernando, que
enfadados de la soberbia de los que seguían a don Sancho, poco a
poco se iban allegando a la parte del Rey: todos juntos con el
Arzobispo de Tarragona, y don Guillen Obispo de Tarazona, don Pedro
Azagra señor de Albarracín, y don Guillé de Mócada, prometieron
amparar
al Rey, y fueron de propósito a hablar a Monredon a
Monzón: al cual significaron los grandes daños y trabajos que de
cada día padecían los reynos por el mal gobierno que tenían, a
causa que el Conde don Sancho se lo usurpaba todo, y no atendía
fino a engrandecerse y formar ejército, a efecto de matar al Rey y
alzarse con todo. Y como este mal no se podía atajar por otro mejor
medio, que con manifestar la persona del Rey a los pueblos, convenía
en todo caso sacarle de la fortaleza: pues tenía a punto muy gran
golpe de gente de a caballo con sus personas, que bastaban no solo
para muy bien defenderle, mas aun para pasarle por medio de sus
enemigos, hasta ponerle
en salvo
en Huesca y Zaragoza: a donde los pueblos cansados del yugo y mal
gobierno de don Sancho, viendo al Rey, fácilmente convertirían a su
devoción y obediencia. Oído esto por Monredon, y referido al Rey,
respondió con grande ánimo, que estaba muy aparejado para seguir
todo aquello que por los principales de su bando le sería ordenado.
Con esto fue luego sacado de la fortaleza, donde había estado
encerrado treinta meses continuos, con haber pasado toda su niñez
sin ningún regalo, antes con trabajos y paciencia. Como entendió el
Conde don Sancho que con el favor de algunos principales de los dos
reynos, y del bando de don Fernando, que por hacerle tiro, se había
juntado con ellos, habían sacado al Rey de la fortaleza y le
defendían, se determinó clara y descubiertamente mostrarse enemigo
formado de él y perseguirlo. Y así movido de cólera, en presencia
de los que con él se hallaban, dijo del Rey, y de los que le seguían
con palabras orgullosas y de mucha confianza. Entiendo que el Rey se
ha salido de la fortaleza a mi despecho, y con el favor de los de su
bando, quiere pasar a Cinca, y entrar en Aragón: doy mi palabra, de
cubrir de escarlata toda la tierra que él y los que con él vinieren
hollaran
de acá de Cinca. Señalando la gran carnicería y derramamiento de
sangre que había de hacer de todos. No faltó quien estas palabras
relató ante el Rey y los suyos, al tiempo que salía de Monzón, y
quería pasar la puente: y más, que el Conde le aguardaba con gente
y mano armada en Selga pueblo junto a Monzón. De esto tomó el Rey
tanta cólera, no siendo de diez años cumplidos, aunque harto mayor
de cuerpo de lo que la edad requería, que en la hora saltó del
caballo, y tomó de un caballero una cota de malla ligera, y con
tanta presteza y ánimo se preparó para la pelea, que a todos puso
espanto: y sin más consulta, mandó pasasen adelante, y él subido
en su caballo se puso de los primeros, para encontrar con los
enemigos. Mas el Conde, o movido de Dios, o refrenado por la
reverencia real, súbitamente se apartó de su mal propósito, y
quitó su gente del paso, dejando ir al Rey con su compañía fin
ningún estorbo. De suerte que pasando el Rey por la villa de
Beruegal, llegó a Huesca principal ciudad del Reyno como adelante
diremos: a donde fue recibido con grandísima alegría y contento de
todo el pueblo, admirados de su tan hermoso aspecto y formada
proporción de cuerpo, debajo tan tierna edad. Detúvose poco allí,
y porque así convenía, pasó a Zaragoza, donde le aguardaban ya de
concierto los Prelados de las iglesias, y ricos hombres, con
otros muchos
caualleros
del Reyno, y síndicos de algunas ciudades que secretamente seguían
el bando del Rey: pero las más se tenían al
de don Sancho. Y
como es aquella ciudad cabeza de todo el reyno, grande y llana, y
bien provista (proueyda) de toda cosa por lo cual mereció el nombre
de harta, además de ser muy adornada de suntuosos y bien labrados
edificios entre todas las de España (como adelante diremos) mostró
bien su grandeza y poder en la nueva entrada del Rey: la cual se hizo
muy espléndidamente, con juegos y espectáculos conformes a la edad
del Rey, para que gustase de ellos.


Capítulo VIII. Que
el rey se hizo luego a los negocios del gobierno, y como repartía el
tiempo y de la recompensa que se dio a don Sancho y don Fernando, y
de la facultad para batir la moneda jaquesa (Iaquesa).

Andaban
las cosas de Aragón por este tiempo, en lo que tocaba al gobierno
muy estragadas: porque el Conde don Sancho con la autoridad del
cargo, y fin de reinar, lo había todo perturbado: y ni para el
provecho del Rey ni para el gobierno del reyno había cosa en su
lugar. Por eso fue avisado el Rey que ante todas cosas entendiese a
reformar, y restituir la autoridad y poder real en su ser antiguo,
arrancando poco a poco las malas raíces que las parcialidades habían
echado de rebelión y bandos por todo el Reyno. Y así con el buen
consejo de los prelados y consejeros que el legado dio al Rey, se
aplicaba muy de veras a los negocios del asiento y pacificación del
reino. Porque con la buena institución y orden de vivir que de
Monredon había tomado en el repartir del tiempo, parte en ejercicio
de armas, parte en el estudio de letras, parte en informarle y saber
las cosas que en sus reinos pasaba, salió hábil para toda cosa. Con
esto, informado de los bandos y diferencias que entre algunos barones
y caballeros del reyno había, no paró hasta que con el consejo de
los Prelados los apaciguó y redujo a su devoción y obediencia. Y
así de entonces comenzó a tomar a su cargo, no solo el gobierno de
la Repub. Mediante buenos ministros, pero las cosas de la guerra: por
entender gustaba mucho los pueblos de su gobierno, y bien reguladas
intenciones. Asentadas las cosas de Aragón, determinó ir a
Cataluña, y pasando por la villa de Alcañiz, llegó a Tarragona
ciudad antiquísima, marítima, donde determinadas algunas
diferencias, dio vuelta para Lérida, por dar salida a las
pretensiones y demandas de don Sancho, y don Fernando, para lo cual
había mandado convocar cortes para Aragón y Cataluña. A las cuales
vinieron los dos, cada uno por si muy acompañado de los de su bando.
El uno por ser confirmado en el cargo de general gobernador, durante
la menor edad del Rey, y los dos por pedir recompensa del derecho que
pretendían tener a los reinos. A los cuales después de oídas, y
vistas sus demandas se respondió, que renunciando primeramente el
Conde a la gobernación general en manos del Rey, y también cediendo
libremente a todo y cualquier derecho que pretendiese tener a los
reinos, en favor del mismo Rey, se le diesen y entregasen por vía de
merced, y en honor, según fuero de Aragón, en el término de
Zaragoza y Huesca, el Castillo y villas de Alfamét, Almodeuar,
Almuniét, Pertusa, Lagunarrota. Que todo el provecho de ellas apenas
llegaría a 800.ducados de renta
cada un
año. Mas le asignaron quinientos ducados perpetuos sobre las rentas
reales de Barcelona, y Villafranca, que todo no llegaba a 1500.
ducados de renta, y no replicó más
sobre
ello
. Porque se entienda la rica
pobreza de aquellos tiempos: pues bastó esta recompensa, para hacer
que don Sancho cediese todos sus derechos y acciones que tenía a los
reinos de la corona de Aragón: siendo así que muriendo el Rey sin
hijos, lo heredaba todo. También don Fernando por su hábito
Eclesiástico fue nombrado Abad del monasterio de Montearagón, en el
territorio de Huesca: y para que se tratase más decentemente, como
quien era, se aplicaron muchos lugares comarcanos quedando hecho
collegio de Canónigos, reglares de la orden de S. Agustín, de los
más principales y bien dotados de Aragón. Con esto acabó en ellos
su demanda, y a
actió
a los Reynos de Aragón y Cataluña, aunque su apetito de reinar,
como adelante veremos, fue siempre creciendo. Finalmente se concluyó
en estas cortes, se batiese moneda de nuevo, y que la moneda jaquesa
que había primero batido el Rey don Pedro, la confirmase el Rey, y
diese por buena: y que se obligase a hacerla siempre valer debajo de
una ley y peso. 







Montearagón
Castillo de Montearagón











Capítulo
VIIII (IX). De la Religión y orden de nuestra Señora de la Merced
para la redención de cautiuos Christianos.

Concluidas las
cortes, el Rey volvió a Barcelona, adonde entendió en fundar e
instituir la religión y orden de nuestra Señora de la Merced, cuyo
apellido tiene hoy en día, y su regla es debajo la de S.
Augustin,
con cargo y obligación de rescatar cautivos Cristianos de manos y
poder de los infieles moros: no solo aquellos que por la mar fuesen
cautivados por los corsarios, pero también los que por tierra
eran salteados y presos por los moros del reyno de Valencia, con las
ordinarias entradas y cabalgadas que hacían en los reinos de Aragón
y Cataluña sus vecinos. Y esto, porque los cristianos presos
atemorizados con los tormentos y miserable servidumbre que padecían,
no renegasen la fé cristiana. El primer convento y casa de esta
religión fue fundada en la ciudad de Barcelona, donde quiso
estuviese la cabeza y asiento de la religión por ser marítima y
puesta a la lengua del agua, para más presto saber de los que eran
cautivos, y aparejar el rescate de ellos. De allí se extendió luego
por los dos Reinos, y mandó el rey edificar muchos conventos y
casas, y dotarlas de posesiones y rentas, con que las casas y
religiosos se sustentasen suficientemente, y de lo que sobrase, con
lo que se recogiese de limosnas (que se cogerían muchas) se hiciese
la redención. Y más que de los mismos religiosos cada año se
eligiesen algunos que llamasen Redentores, con fin que habido
salvoconducto de los moros, pasasen a Berbería en la África, donde
los más pobres y necesitados cautivos fuesen primero redimidos. Y
porque más pía y cristianamente mirasen por ellos: además de los
tres votos de castidad, pobreza y obediencia, que votan como las
otras religiones, a esta se le añadió el cuarto de seguridad o
fianza, es a saber, que si andando redimiendo, faltase el dinero para
algún cautivo muy necesitado, de quien se podía creer, que no
saliendo luego, renegaría la fé, este fuese el primero que se
redimiese, y se pusiese en salvo: y si para este faltase el dinero,
quedase el frayle redentor en rehenes por él hasta que por los de la
religión fuese
proueydo
del dinero. Dióseles a estos religiosos el hábito con el escudo de
las divisas reales, que fueron las armas antiguas de los Condes de
Barcelona
, una Cruz de plata en campo roxo, que también es la
insignia que trae la iglesia catedral de Barcelona. El hábito fue
conforme a las otras órdenes, de Cogulla por saco de penitencia,
vestiduras blancas, así para hacer limpia y cándida vida, como para
que en lo que tocase al trato de la redención usasen de puridad, y
llevasen su conciencia limpia de toda ambición y avaricia. Fue esta
religión intitulada de la Merced (la cual voz en lengua Española no
significa, como en la Latina, premio o precio, o paga de jornal, sino
lo mismo que especial don, o gracia) porque así como el extremo de
las miserias es la cautividad y servidumbre, señaladamente la que se
pasa
enatahona y
con hierros: así a este tal como esclavo aherrojado, y privado de la
libertad de cuerpo y espíritu, por estar entre infieles, no se le
puede dar mayor don y merced que redimir su persona, y restituirle su
libertad de espíritu, que es como salvar cuerpo y alma todo junto.
De esta libertad careció en alguna manera el Rey en su tierna edad,
estando como preso, por más de cuarenta meses, no sin muy evidente
peligro de su vida, así en Carcassona en poder del Conde Monfort,
del cual se podía creer, que pensaría no pocas veces en matarlo,
porque salido de su poder, no procurase de vengar la muerte del Rey
su padre con perseguir al matador: como también en la fortaleza de
Monzón en poder de Móredon, cercado de la mala voluntad y ánimo de
don Sancho, y don Fernando, sus tíos, que por reinar ellos le
maquinaron muchas veces la muerte. Y por librarse de tantos peligros
se había encomendado a la gloriosísima madre de Dios, y realmente
votado siempre que fuese restituyendo en su libertad, fundaría esta
orden para redimir cautivos, no menos necesitaría en la yglesia de
Dios, que la contemplación, como de la acción que en esta vida son
necesarios. Tiene fé por cierto que un insigne varón natural de
Francia llamado Pedro Nolasco, muy conocido del Rey cuando niño, le
indujo a fundar esta religión, y dio la traza para ello, y fue el
primero que tomó el hábito de ella por manos de Fray Raymundo
Peñafort
de la orden de Predicadores: porque también esta orden,
con la de los menores, pocos años antes fueron instituidas. Mas por
haber sido las dos tan favorecidas del Rey hablaremos de ellas en el
capítulo siguiente.








Capítulo X. Que por el mismo tiempo se fundaron las religiones de
Sant Francisco y Sant Domingo, en Italia, y como el Rey las introdujo
en sus reinos y les edificó conventos.



Algunos
años antes que se instituyese la orden de la Merced, por gracia de
nuestro señor, se instituyeron y fundaron otras dos compañías y
órdenes de religiosos, llamadas la una de frayles Menores, la otra
de Predicadores, con el apellido de sus patriarcas y fundadores,
Domingo de España, y Francisco de Italia, ambos varones santísimos,
y grandes imitadores de los sagrados Apóstoles y discípulos de
Cristo nuestro señor. Fueron las dos órdenes con sus reglas, por
los sumos Pontífices no solo aprobadas y confirmadas, pero aun
canonizados por santos los autores y fundadores de ellas. Estas se
instituyeron en tiempo que el pueblo Cristiano, ya que no era
perseguido de tan crueles y con condenadas herejías, como por
nuestros pecados lo está en estos tiempos, se hallaba tan cubierto,
y rodeado de tantas y tan malas yerbas de superstición, avaricia,
soberbia, y disolución de vida, que parecía andaba la verdadera
religión cristiana tan deslustrada, y el vivir de la gente tan
suelto, que causaba muy grande lástima y escándalo a los buenos.
Por esta causa la bondad y providencia divina, que siempre acude a
las mayores necesidades, y como sumo médico sana las dolencias más
incurables de su pueblo Cristiano, envió por celestial don al mundo,
dos santos varones, como dos esclarecidas lumbreras, para que con su
resplandor no solo alumbrasen al pueblo ciego, pero aun con su divino
calor consumiesen sus pestilenciales humores de avaricia y soberbia,
y de ignorancia y glotonería: porque de esto anduvieron por entonces
las almas muy enfermas e inficionadas. Y así los dos movidos por el
espíritu santo, repartieron entre si el reparo del mundo de esta
manera. Que el excelente y modesto doctor sant Domingo, tomó a su
cargo sanar con la medicina de su regla y orden, la ignorancia y
glotonería: la primera, que es madre de todos los errores, con el
estudio y continua lección (licion) y predicación del santo
Evangelio: la segunda, que siempre mueve la carne contra el espíritu,
con la perpetua abstinencia, e instituto de no comer carne. Por otra
parte S. Francisco se aplicó todo a la cura de las dos obras no
menos pestilenciales dolencias soberbia y avaricia. A la primera,
porque no habiendo cosa más odiosa a Dios, ni contra quien con más
furia parece que desenvaina la espada de furia (fuyra), que contra
los soberbios: acudió con su ejemplo de grande humildad è inocencia
de vida: la otra, que es la raíz de todos los males, sano con
menospreciar por Dios, y dar de mano a todas las riquezas, y
herencias del mundo. A estas dos religiones sobrevino la que el Rey
fundó de nuestra señora de la Merced (como hemos dicho), para
medicina y preservación de las almas, contra la más cruel y más
desesperada enfermedad que haber puede en un alma Cristiana, como es
renegar la fé santa de Christo en la cautividad de infieles. Por
donde merece esta religión con muy justo título, y loor de este tan
pío y católico Rey, ser contada entre las otras cosas por muy igual
a todas, pues tiene la misma aprobación y confirmación apostólica,
y con su cuarto voto remedia y socorre a lo más contrario de la
salvación humana. Fue pues para el Rey muy gran triunfo que esta
religión acertase a salir en un mismo tiempo, y concurrir con las
dos primeras de santo Domingo, y sant Francisco: de las cuales fue
tan devoto, que a sus primeros generales venidos de Italia a sus
reynos, les hizo tan gran recogimiento, que luego por su mandato, no
solo en las dos principales ciudades de Barcelona y Zaragoza, pero en
los demás pueblos grandes de la corona de Aragón, se les edificaran
conventos y casas suntuosísimas, y de ahí discurrieron por toda
España, adonde han fructificado tanto para la iglesia de Dios, que
por haber perseverado con la misma religión, ejemplo de vida, y
católica doctrina que comenzaron, son de las muy aventajadas
religiones de todas.








Capítulo XI. Que por los alborotos que se levantaron en los reynos
de Sobrarbe y Ribagorza, llamó el Rey a cortes en Huesca, y pasó a
ellos, y los apaciguó con su presencia.

Apenas eran pasados
seis meses después de concluidas las cortes de Lérida, cuando fue
luego necesario convocar otras en la ciudad de Huesca que está
cercana a dos reynos antiguos de Aragón, los primeros que por los
Cristianos fueron conquistados de los moros, y se llaman Sobrarbe y
Ribagorça, con el val de Aspe. Los cuales como están muy conjuntos
a Francia y provincia de Guiayna, metidos en lugares muy ásperos y
barrancosos, así conforme a ellos se crían allí los hombres
agrestes y fieros contra sus enemigos, por estar en la frontera de
Franceses, y que de las diferencias que suele haber entre los Reyes,
vienen también los vasallos a tenerlas entre si muy grandes. Lo que
es argumento de mayor fidelidad para con sus Reyes. Fueron estos
reynos poco antes de la muerte del Rey don Pedro empeñados por el
mismo a don Pedro Ahones, ayo del Rey, por cierta suma de dinero que
le prestó, reservándose la jurisdicción criminal hasta que de las
rentas de ellos fuese pagada la deuda. Y como deseaste volver al Rey
y sobre esto, a causa de las dos parcialidades del Conde don Sancho,
y don Fernando, estuviesen entre si divisos y alborotados,
apasionándose hasta perder la vida, por quien no conocía: tomose
por el pidiente que el Rey mismo en persona fuese a apaciguarlos,
pues según costumbre de apasionados, era cierto que todos juntos se
habían de holgar más de ver el Reyno en poder de un tercero, que en
una de las dos parcialidades. Y así partió el Rey para ellos
acompañado del Obispo de Huesca, con otros principales, sin don
Pedro Ahones, por no estar con él bien los pueblos: y mandó
convocar los síndicos de cada villa, en un pueblo comarcano a los
dos reynos. Los cuales ajuntados como vieron el rostro de su Rey, y
su graciosa y apacible presencia, y más su afabilidad, se le
aficionaron todos de manera que sellaron los alborotos desde aquel
punto, y para lo demás, oídas sus pretensiones y agravios, con el
parecer del Prelado y los de su consejo lo asentó el Rey, y allanó
todos de suerte que dejó a todos muy contentos. De esta manera
comenzó el Rey sabia y prudentemente a proseguir en su Reynado,
tomando por fundamento la justicial, con la cual vino y pudo domar
estas fieras de la montaña. Porque así como está en razón que el
médico vaya a ver al enfermo para mejor sanarle: de la misma manera
conviene do quiere que estuviere turbada y como enferma la Rep. vaya
luego al Rey en persona a curarla, para que con su autorizada
presencia, quite el odio y rencilla que por alguna falta de justicia
queda entre los ciudadanos, y refrene los súbitos movimientos de sus
pueblos, antes que de poco vengan a más. Porque acudir la los
principios, y remediar con tiempo los malos, no es menos oficio de
buen Rey, que de experto y diligente médico. Pues teniendo los Reyes
cortes muy a menudo, su autoridad y majestad Real mucho más se
estima y engrandece, y puede con su presencia y afabilidad de tal
manera conquistar los ánimos de sus súbditos y vasallos, que llegue
a gozar de la principal prerrogativa de príncipes, que es no ser
menos amados que temidos.





Capítulo
XII. De la primera guerra que emprendió el Rey, y fue contra don
Rodrigo de Liçana, y como le tomó sus tierras, y libró a don Lope
de Alberu, a quien don Rodrigo tenía preso.

Luego que el Rey
acabó de concertar y asentar las diferencias que había en los dos
reynos de Sobrarbe y Ribagorza ya que descendía de la montaña
para Zaragoza, se le ofreció nueva ocasión, para que a los diez
años de su edad comenzase a gustar los trabajos de la guerra. Y fue
la primera que emprendió por su persona contra un Barón principal
del reyno llamado don Rodrigo de Lizana. La ocasión de esta guerra,
fue sobre una diferencia que tuvo este con otro Barón llamado don
Lope de Alberu, sobre haber sido este muy ultrajado de don Rodrigo.
El cual de hecho, sin llamarle a jvicio ni desafiarle como era uso y
costumbre entre caballeros, fue con mano armada improvisamente sobre
don Lope, y le prendió, y le puso con cadena en su fortaleza de la
misma villa de Lizana, y le tomó la villa y fortaleza de Alberu,
dando a saco las casas de Moros y Christianos, en muy grande desacato
del Rey, y de su corte. El cual como lo entendió por la queja que
sobre ello dio don Peregrin Atrosillo, que era yerno de don Lope, y
don Gil Atrosillo su hermano,
mandó
ayuntar consejo de los principales caballeros que le seguían, y fue
común voto de todos, se hiciese rigurosa guerra contra don Rodrigo,
y todo su estado, hasta que sacase de prisión a don Lope, y mandase
hacerle cumplida recompensa de todos los daños a él causados. Con
esta resolución mandó el Rey hacer gente, siguiendo en todo el
consejo de sus fidelísimos capitanes, que le quedaron del ejército
de su padre. A los cuales pareció entre otras cosas, que era
necesario para tomar esta guerra de propósito enviar por un muy
grande instrumento de guerra, como Trabuco, que estaba en Huesca, al
cual llama el Rey en su historia Foneuol, vocablo
Catalán
Limosin
, que quiere decir honda, o
ballestera para tirar piedras muy gruesas: semejante al que
antiguamente en tiempo de los Romanos, (como lo refiere
Tito
livio
) usó el cónsul Marco Regulo en
África , yendo en la guerra contra los Carthagineses donde para
matar una grandísima y desemejada serpiente que estaba cerca de
donde asentara su Real, la cual no solo cogía los hombres y vivos se
los tragaba, pero aun con solo el huelgo, o aliento los
inficionaua
y se morían: usó pues de este instrumento y
machina,
encarándola de lejos hacia donde la fiera estaba, y más se
descubría. Y fueron tantas y tan gruesas las piedras que le echaron,
que la mataron y enterraron con ellas, llegando ya el Rey con su
trabuco y ejército ante la villa de Alberu, la cual aunque la había
dejado don Rodrigo con gente de guarnición, como se vio cercar por
el Rey tan de propósito, y asentar la machina grande para batirla de
hecho, sin más esperar, a tercero día se entregó al Rey, dándose
a toda merced, y así fue aceptada, ni se permitió darla a saco. De
donde tomadas solamente las provisiones necesarias para el campo,
pasó a poner cerco sobre Lizana, hallándose con no más de 250
caballos y 700 infantes. Con estos la cercó por todas partes, por
ser pueblo pequeño, puesto que muy fortalecido de muro y armas, y de
gente belicosa, así de la villa como de sus aldeas, que se había
recogido en ella para defenderla. Era su Alcayde y gobernador Pero
Gómez mayordomo de don Rodrigo, hombre harto animoso y criado en
guerra, y que la defendió cuanto algún otro pudiera. Pero andando
el combate
por todas partes, mayormente por donde el trabuco
disparaba, el cual (como el mismo Rey dice) de día echaba mil
piedras, y de noche quinientas: al fin se hizo con un tan grande
portillo en el muro, que fue luego a porfía por los soldados tentada
la entrada: andando el mismo Rey armado entre ellos animando, y
metiéndose en medio de los peligros, con harto mayor fervor de lo
que su tierna edad requería. Y pues como acudiese tanta gente de la
villa a defender el portillo y dejasen las otras partes del muro
desiertas, pudieron los del Rey con menos resistencia escalar el
muro: y poniéndose en delantera el capitán Pero Garcés con muchos
que le siguieron, entró en la villa y con buen golpe de gente llegó
a donde el capitán Gómez estaba en lo alto del muro, defendiendo
valerosamente el portillo, y con un bote de lanza le derribó de lo
alto, y prendió vivo. Con esto los del Rey comenzaron a apellidar
Victoria Victoria, y creyendo los de dentro que la villa era entrada
por los enemigos, desampararon el portillo, y entrando los nuestros
fue la villa saqueada, y muertos todos los que hicieron resistencia.
Mandó luego el Rey que fuesen a combatir la fortaleza, la cual muy
pronto se dio, y don Lope fue librado de la prisión y cadenas, y
entrando el Rey se le echó a sus pies, besándoselos por tan gran
merced y socorro, y buscando a don Rodrigo no le hallaron.






Capítulo XIII.
Que don Rodrigo se fue a poner en manos del Señor de Albarracín, el
cual le recogió para defenderle, y que fue el Rey con el ejército
sobre ellos.


Como don Rodrigo, que no estaba lejos del
campo en lugar secreto, entendió que su villa con la fortaleza era
tomada y saqueada; y también puesto en libertad don Lope, se le
aparejaba total destrucción y pérdida de su estado, determinó
ausentarse, y salvar su persona, con el favor y amparo del Señor de
Albarracín, que se llamaba don Pedro Fernández de Azagra, confiando
no menos de su buena fé que de la fortaleza y defensa de su
inexpugnable ciudad. Era entonces don Pedro uno de los más
principales y poderosos señores del Reyno, y muy valiente guerrero.
Porque no muchos años antes, confiando del asiento y puesto
naturalmente fuerte de su ciudad, la defendió de los dos campos
formados del Rey don Pedro de Aragón, y del Rey don Alonso de
Castilla, que vinieron sobre ella: por la contienda que había sobre
la jurisdicción de Albarracín, pretendiéndola cada uno para si, y
moviéndole sobre ello guerra los dos. Pues como no pudiesen los
Reyes sojuzgar a don Pedro, hicieron concierto entre si, y
decretaron, que la jurisdicción a ninguno de los dos perteneciese,
ni más la prendiese sino que fuese del todo exenta. Mas como no es
seguro, no allegarse a una de las dos partes quien tiene en las dos
enemigos, determinó el señor de Albarracín, muerto el Rey don
Pedro de Aragón, ser de la parte de don Iayme su hijo, que estaba
entonces en poder del Conde Monfort, y para que la embajada que se
hizo al Papa sobre la libertad * se abreviase, como tenemos arriba
dicho, don Pedro y don Español obispo de Albarracín fueron los que
más se señalaron en procurarla.
Por esta causa, habiendo
mostrado en esto don Pedro lo mucho que se amaba al Rey, dio tanto
más que decir de si a todos, maravillándose de él por haber
recogido a don Rodrigo, hombre facineroso, rebelde, y tan enemigo del
Rey. Bien que no falta quien excuse en esto a don Pedro con la
antigua costumbre de los señores y Barones de aquel tiempo, y
nuestro, en cuanto a recoger y amparar a los más incorregibles y
facinerosos, solo por ser sus amigos: a los cuales no solo
sustentaban y mantienen con muy grande liberalidad en sus tierras,
pero contra toda razón y justicia se precian de defenderlos. Dicen
acaecer esto, porque el tal amigo malhechor y facineroso, haga otro
tanto por ellos, y los recoja, y en semejante ocasión y necesidad
les defienda, para que con la confianza de tan mala costumbre y
guarida, no solo reyne en los dos la ocasión y licencia de pecar,
pero aun tengan por gran virtud el defender al pecador: siendo por
divina y humana ley determinado (determininado), que ni el pecar por
el amigo excusa de pecado. Sabido pues por el Rey que don Rodrigo se
había recogido en Albarracín, sintió mucho que don Pedro,
profesando tanto su amistad, defendiese a su enemigo contra él. Y
por esto tanto mejor se determinó de ir a Albarracín contra los
dos: por el buen ánimo que los suyos le daban para pasar esta guerra
adelante. Puesto que como el Rey fuese de tan poca edad, andaba entre
sus ayos y principales del consejo muy viva la ambición y codicia de
mandar, y atraer la voluntad del Rey a sus provechos e intereses. Y
aun comenzaban algunos grandes y señores de título a querérsele
igualar en el mando, y tenerle en poco. Lo cual entendía el Rey muy
bien, porque no faltaba quien se lo representase, y aconsejase lo
mejor. Y así determinó con tan justa ocasión hacer guerra a don
Pedro, para que en cabeza de este, que era de los más principales
del reyno, escarmentasen los demás de su calidad y estado. Para esto
mandó hacer gente en Zaragoza, Lérida, y Calatayud, y Daroca,
ciudades del reyno, llevando consigo por principales consejeros y
capitanes del ejército, a don Ximen Cornel, don Guillen Cervera,
Pedro Cornel, Vallès Antillon, don Pedro y don Pelegrin Ahoneses
hermanos, y a Guillen de Pueyo. Hizo pues alarde, o muestra de la
gente que por entonces se hallaba, que fueron hasta 150 caballos y
800 infantes. Con estos determinó de ir a poner cerco sobre
Albarracín, a donde habían de acudir la otra gente que mandaba
hacer por las ciudades arriba dichas.










Capítulo
XIIII (XIV). Como el Rey puso cerco sobre Albarracín, cuyo asiento
se describe, y como fue maltratado su ejército, y alzó el cerco, y
don Pedro y don Rodrigo se le humillaron y quedaron mucho en su
gracia.

Con tan pequeño ejército como hemos dicho, partió
el Rey de Lizana, y llevando delante las máquinas y trabucos, fue a
poner cerco sobre la ciudad de Aluarrazin, en lo alto de un monte, de
donde solamente se descubría una torre que hoy llama del Andador,
que estaba en lo más alto de la ciudad, puesta como en atalaya,
porque la población estaba tan hundida, que no había forma de
poderla descubrir ni batir, y esta era la mayor fuerza y defensa
(defensión) que tenía . Y así pareció que las máquinas y
trabucos se armasen y encarasen contra la torre, y se tomasen: porque
señoreaba de allí gran parte de la ciudad: puesto que también
había en esto gran dificultad, por estar la torre muy fortalecida
para semejante batería, y muy guarnecida de gente y armas. Mas
porque se entienda el asiento y postura de esta ciudad, y como
conforman los hechos con la fama de inexpugnable la retrataremos
aquí brevemente. Es Albarracín una pequeña ciudad, puesta en los
confines de la Edetania y Celtiberia, ganada de los Moros poco antes
que lo fue Teruel su vecina, que no distan seis leguas la una de la
otra, lo cual se averigua por un proverbio antiguo, que dice de las
dos,
Tener Teruel que Albarracín es fuerte, significando que no
desmayasen los de Teruel, pues tenían recurso, como en su alcázar,
a la ciudad de Albarracín. La cual está fundada a la descendiente
de un monte alto, en medio de la cuesta que da en un valle
profundísimo, porque a los lados y por delante está cercada de
altísimos montes que a peña tajada, a mañera de muro, la ciñen:
tan conjuntos que solo la divide de ellos un muy estrecho y profundo
valle, por el cual pasa el río Turia vulgarmente dicho por
nombre morisco Guadalaviar, que significa Aguas blancas, que rodea la
ciudad y la divide de los montes que la cercan, tan altos y tan
conjuntos entre si, que apenas le dejan ver mas que el cielo, ni
tener otra salida de la que el río hace entre ellos. De manera que
ni ella puede ser vista, ni los de dentro ver otro que aquellas
grandísimas peñas, tan eminentes, que como se dice, de la peña de
los Centauros, parece que les viene a dar encima. Y así uno
contemplando la extrañeza y terribilidad del lugar. dijo que le
parecía cueva de Tigres, como lo fue cierto de más que
tygres
en fuerzas y valor, pues poco antes se había defendido, y echado de
su cerco, a los Leones de Castilla, y a los Sabuesos de Aragón,
según poco ha dijimos. Viéndose pues don Pedro cercado del campo
del Rey, determinó como quiera defenderse de él, y amparar su
amigo. Para lo cual había hecho convocación y junta de amigos: y de
los más escogidos de Aragón, Castilla, y Navarra, había juntado
una compañía de mil y quinientos caballos ligeros, metidos ya
dentro la ciudad, y alojados en la pequeña vega que estaba en lo más
hondo del valle, con mucha munición de guerra y de vituallas para
muchos meses. Pues como por sus espías tuviese noticia de la poca y
mal compuesta gente del campo del Rey, y también supiese de la
división que había entre los de su consejo, ya no pensaba en
como defendería su ciudad, sino, como saldría a dar sobre las
tiendas del Rey y pondría fuego a sus máquinas. Esto lo podía
hacer muy a su salvo, por los muchos parientes y amigos que tenía en
el campo del Rey, que secretamente le favorecían, y daban avisos, no
solo de los
designos
del Rey, y aparato de las máquinas para combatir, pero de la hora y
punto del combate: y aun a vista del mismo Rey los enemigos entraban
y salían de la ciudad, sin ningún recelo, mostrando cuan poco caso
hacía del ejército. Pues como el Rey, visto lo que pasaba, tuviese
por sospechosos los de su consejo, y se fiase poco de ellos, fuera de
don Pedro y Pelegrin Ahoneses, y don Guillen de Pueyo que siempre los
halló fidelísimos a solos estos encomendó la guarda de su persona,
y de las máquinas y munición del campo. Lo cual tomaron tan a mal
los otros caballeros y capitanes, que comenzaron a descuidarse, y
a quedarse cada uno en su cuartel. Como fuese luego avisado de esto
don Pedro, salió de noche de la ciudad a la segunda guarda, con una
banda de 150 caballos, y dio de improviso sobre las guardas de las
máquinas, y como huyesen todos, y las desamparasen, solos don
Pelegrin y don Guillen resistieron con gran esfuerzo y valor
al
ímpetu de los enemigos. Mas como fuesen rodeados de tantos, y de tan
pocos de los suyos defendidos, no pudiendo más, murieron como buenos
y leales caballeros en la defensa de su Rey.
Y luego don Pedro,
puesto fuego a las máquinas y trabucos, sin pasar más adelante, ni
perder uno de los suyos, se volvió con mucho a la ciudad, quedando
el campo del Rey esparcido y atemorizado, viendo que ninguno de los
capitanes se movió, ni mandó tocar el arma para ponerse en defensa
de la persona del Rey, salvó don Pedro Ahones, como lo dice la
historia. Lo cual bien considerado por el Rey, y por el mismo Ahones
su ayo, pues a los demás se les daba muy poco de verlo en trabajo,
también porque el socorro de las ciudades no llegaba, no faltando
algunos amigos de don Rodrigo que lo entretenían, determinó alzar
el cerco y partirse de allí. Don Pedro que supo esto, pesándole
mucho de lo hecho, y afrentándose de la poca fé y mengua de los
allegados del Rey, o porque se temiese de su indignación para en lo
venidero, deliberó de salirle al camino con don Rodrigo, acompañados
de algunos de a caballo, aunque sin armas, y habida licencia llegaron
al mismo Rey, al cual apeados de sus caballos fueron a besar las
manos, suplicando les perdonase lo hecho, y restituyese en su gracia,
porque muy de veras se le entregaban por sus verdaderos y fieles
vasallos: y que para certificarse de esto, entrase y se apoderase de
la ciudad y estado, que todo era suyo. Al Rey pareció también, y le
fue tan acepta la humilde plática, y largo ofrecimiento de don
Pedro, que le abrazó y recibió con muy real ánimo en su amor:
teniéndole por esto en mucho mayor estima que antes, por haber
juntamente tenido experiencia así de su valor y poder en armas, como
de su liberal y generoso ánimo: y esto por lo que prudentemente
pensó de poderse valer por tiempo de su amistad y fuerzas, para con
ellas refrenar la insolencia de algunos grandes del reino. Finalmente
por su respeto perdonó a don Rodrigo: y de los dos se valió mucho
para todas sus empresas y conquistas, como adelante veremos.

Fin
del libro segundo.




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