112. LA MUERTE DE RAMIRO II (SIGLO XII.
ECHO)
Ramiro II el Monje, rey de Aragón,
para liberarse de las múltiples tensiones diarias que le producía
el gobierno del reino, tenía la costumbre de ir a cazar al monte
acompañado siempre por su primer ministro y por algunos monteros que
les servían de guía y ayuda.
valle de hecho selva oza |
Uno de aquellos días de otoño,
hallándose por las inmediaciones de Siresa que tanto le gustaban al
rey, fueron ambos a cazar por la cercana selva de Oza. Se pusieron en
camino y, poco después de iniciar el ascenso por la ladera,
escucharon repetidamente unos gemidos. Alentados por la posibilidad
de hallar una buena pieza, sorteando las muchas dificultades del
terreno, se encaminaron hacia el lugar de donde provenían.
De repente, en medio de uno de los
pequeños claros del bosque, divisaron un osezno agazapado que había
sido abandonado a su suerte por su madre.
Inmediatamente, tanto el rey como su acompañante tensaron los arcos y dispusieron las flechas para ser lanzadas. Cuando ambos estaban ya apuntando a la desvalida cría, ésta les suplicó con voz humana que no la mataran, pues, argumentaba, no eran los osos quienes perseguían los rebaños y se comían el ganado, sino los lobos y los zorros.
Inmediatamente, tanto el rey como su acompañante tensaron los arcos y dispusieron las flechas para ser lanzadas. Cuando ambos estaban ya apuntando a la desvalida cría, ésta les suplicó con voz humana que no la mataran, pues, argumentaba, no eran los osos quienes perseguían los rebaños y se comían el ganado, sino los lobos y los zorros.
Ramiro II reconoció o creyó reconocer
inmediatamente en aquella voz los lamentos que escuchara en un sueño
que había tenido la noche anterior, aunque nada había dicho de ello
a nadie, y trató de evitar a toda costa que su acompañante
disparara la flecha que tenía dispuesta, interponiéndose de manera
instintiva entre el primer ministro y el animal para tratar de
proteger a éste. Todo ello sucedió en un instante, de modo que la
flecha del arco del primer ministro salió rauda e imparable con tan
mala fortuna que fue a clavarse en el pecho desprotegido del monarca,
que cayó gravemente herido.
Aunque el rey fue atendido en el acto
por el primer ministro y los monteros que les acompañaban, nada
pudieron hacer prácticamente. Ramiro II el Monje, el rey de los
aragoneses, había muerto.
[Serrano Dolader, Alberto, Historias
fantásticas..., pág. 94.]
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