273. SAN RAMÓN LIBERA A DOS SOLDADOS
(SIGLO XII. RODA DE ISÁBENA)
Ramón Guillermo, el futuro san Ramón,
accedió al obispado de Barbastro siendo rey de Aragón Pedro I, y es
sabido que ambos congeniaban perfectamente, pero la muerte del rey
supuso un duro golpe para aquél, máxime cuando Alfonso I el
Batallador, por su carácter activo y avasallador, se entendió mucho
mejor con Esteban, obispo de Huesca, al que apoyó en sus
reivindicaciones contra el barbastrense.
Lo cierto es que el francés san Ramón
tuvo que huir de Barbastro y refugiarse en Roda de Isábena, donde
moriría en el exilio. Pero su fama trascendió a su muerte, siendo
considerado como santo por sus contemporáneos, de manera que se le
adjudican varios legendarios milagros que le sirvieron para acceder a
la santidad oficialmente.
En cierta ocasión, dos soldados
cristianos estaban cautivos de los moros en tierras de Castilla.
Sufrían un severo encarcelamiento en una mazmorra lóbrega, con una
escasa pitanza el día, en condiciones sanitarias deleznables y
cargados de grilletes que les sujetaban a la pared. Las posibilidades
de escapar por sus propios medios de aquella prisión eran
prácticamente nulas y las de recibir ayuda, ninguna.
En la última contienda entre
castellanos y aragoneses, en la que estuvieron presentes, debieron
tener conocimiento de la fama de santidad que adornaba al ex obispo
de Barbastro, Ramón, ya fallecido, y de los muchos milagros que
solía hacer Dios en beneficio de sus devotos, de modo que decidieron
invocarle con gran esperanza.
Aquel día, cuando intuyeron que había
caído la noche, pues desde su mazmorra no tenían noción del
transcurso del tiempo, oraron piadosamente poniendo sus pensamientos
en el santo obispo rotense. Inmediatamente se les cayeron los
grilletes y las cadenas y se abrieron de par en par las puertas de la
prisión, de modo que pudieron escapar amparados en la oscuridad
reinante.
Sin dudarlo, se dirigieron al reino de
Aragón camino de Roda de Isábena, donde se postraron ante la tumba
del santo, dando testimonio a todo el mundo del milagroso
acontecimiento y dejando colgados en una pared cercana las cadenas y
los grilletes que les habían tenido prisioneros.
[López Novoa, S., Historia... de
Barbastro, pág. 100.]