247. LA CONVERSIÓN DE UN MORO (SIGLO
XII. CORTES DE ARAGÓN)
Durante una de las muchas batallas
entre moros y cristianos, cayó prisionero de aquéllos un vecino de
Muniesa. Mientras duró su cautiverio, se mostró resignado como buen
cristiano, pero un día despertó con la mirada melancólica y, de
pronto, rompió a llorar tan desconsoladamente que el moro que lo
vigilaba sintió curiosidad y se acercó para preguntarle por el
motivo de su desesperación.
El cristiano le contestó que al día
siguiente se celebraba la fiesta de Nuestra Señora de la Aliaga en
su pueblo y él, que sentía una gran devoción por la Virgen, sería
la primera vez que faltara a la cita para venerarla. El infiel, que
sabía más bien poco de la religión cristiana, ignoraba la
existencia de esta Virgen y siguió preguntando al cautivo.
El prisionero le contó cómo un día,
una niña del pueblo de Cortes que cuidaba el ganado vio una imagen
de la Virgen María sobre una aliaga e hizo que todo el pueblo se
acercara a visitarla. Los mayores tomaron la imagen y la llevaron a
la iglesia. Pero al día siguiente, para sorpresa de todos, la imagen
había desaparecido, aunque la encontraron, sin embargo, de nuevo
sobre la aliaga, en medio del campo, de modo que decidieron levantar
allí una ermita y modelaron en barro una aliaga para que le sirviera
de soporte.
El moro guardián no comprendió nada
de lo que oía, pues su falta de fe le impedía entender el milagro.
Pero la historia le pareció tan extraña que creyó que se trataba
de una treta del cristiano para escapar, de modo que lo ató y lo
metió en un arcón. Después de cerrarlo, él mismo tomó una manta
y se tendió encima para pasar la noche.
Ya en el pueblo, cuál no sería la
sorpresa de los fieles que llegaron al punto de la mañana del día
siguiente al santuario y se encontraron con un moro, envuelto en una
manta, durmiendo sobre un arcón. Cuando despertó el moro, sin
alcanzar a saber qué estaba ocurriendo, dio un brinco de puro
espanto, mientras que del interior del arcón salía el cautivo,
contento por verse liberado y en su pueblo. Comprendiendo entonces
todo lo que le había contado el cristiano la noche anterior, el moro
guardián se convirtió, cayendo de rodillas ante la imagen de
Nuestra Señora de la Aliaga.
[Sánchez Pérez, José A., El culto
mariano en España, págs. 32-33.]