217. LA CONVERSIÓN DEL JUDÍO DORMIDO
(SIGLO XV. ZARAGOZA)
Estaba el famoso fraile valenciano
Vicente Ferrer predicando un día de tantos —parece ser que en
Zaragoza, ante una gran multitud, pues su palabra y su figura siempre
atraían a gran cantidad de gentes llegadas de todos los confines—
cuando un rabino quiso oírle para estudiar sus argumentos con el fin
de poderlos rebatir si llegaba el momento. Eran días aquellos en los
que los monarcas cristianos, incluido naturalmente el de Aragón,
estaban haciendo esfuerzos para lograr la conversión de los judíos,
tarea a la que se entregó en cuerpo y alma el dominico valenciano.
Tratando de no ser visto ni advertida
su presencia, el rabino buscó y halló la casa de unos amigos que,
situada a espaldas del estrado elevado que se había preparado al
efecto en un lado de la plaza, permaneciendo oculto en una de sus
habitaciones, de modo que nadie pudo verle ni saber que estaba allí
oculto. Al poco rato de haber comenzado la plática, el rabino sintió
un profundo sopor y se quedó dormido.
La verdad es que no se sabe cómo, pero
Vicente Ferrer, dotado al parecer de una fuerza y una luz interiores
que sólo algunos elegidos poseen, supo lo que estaba ocurriendo
detrás de él aunque era imposible que lo hubiera visto. Así es que
—ante la total incomprensión de todos los asistentes a la plática— levantó todavía más
la voz y dijo: «¡Oh, tú, judío que a mis espaldas duermes,
despierta y oye estos testimonios de la Sagrada Escritura, que
convencen haber ya venido el Mesías, Dios y Hombre verdadero...!».
Ante aquel vozarrón que se alzó de
pronto desde la plaza, despertó el rabino totalmente sobresaltado.
El fraile continuó abajo con su plática y el rabino, sin escuchar
lo que aquél continuaba diciendo, se puso a meditar acerca de lo
sucedido. Así permaneció durante mucho tiempo sin dar crédito a lo
sucedido, porque más que por la convicción de las palabras quedó
asombrado por lo extraordinario del caso, de manera que, pasados unos
días, decidió convertirse a la fe de aquel predicador. Con él lo
hicieron también otros muchos judíos.
[Vidal y Micó, Francisco, Historia de
la portentosa vida..., pág. 315.]