A finales del siglo XI, dependiente de
la taifa sarakustí, se hizo famoso el alcaide de Borja, Abén Amed
Mutamín, tanto por su férrea oposición a los cristianos, como por
su gran afición a la astrología y a la nigromancia. Tanta era su
pasión por las ciencias ocultas que empezó a circular el rumor de
que Mutamín tenía relaciones con el diablo, pues de otra manera no
se podía explicar cómo consiguió levantar el castillo de Trasmoz
en un solo día.
El pueblo no se equivocaba, aunque sí
ignoraba el contenido del pacto. La realidad era que el gobernador,
habiendo invocado al maligno, llegó a un acuerdo con él de modo que
el diablo construiría el castillo en un solo día si Mutamín aceptaba que el primer
miembro de su familia que viera ondear la cruz de los cristianos en
Borja descendiera al averno con él. El gobernador, sediento de
poder, aceptó sin dudarlo.
Pasaron los años y un día llegó a la
ciudad un escuadrón que traía como prisionera a una hermosa
doncella cristiana, Isabel, de quien Mutamín quedó prendado y, pese
a la oposición de la joven y del consejo de ancianos, se casó con
ella. Isabel tomó el nombre musulmán de Zaida, pero su corazón
permaneció cristiano. Zaida dio a luz una hermosa niña, a quien
llamaron Zuleya, que significaba «hora triste», bien porque la niña
nació el día de la derrota mora en Alcoraz, bien porque su madre
perdió la vida en el parto.
La niña creció al cuidado de una
esclava cristiana de Benasque, quien le inculcó sentimientos
cristianos. La niñera, que conocía el pacto del padre, creía que
así la protegía del mal. El gobernador, con el paso del tiempo,
tenía tanto amor por su hijita que se alejó del oscurantismo hasta
tal punto que se olvidó de su promesa al diablo.
El tiempo pasó y el avance de Alfonso I hacia Zaragoza era imparable, llegando pronto a Borja, a la que
cercó en septiembre de 1118, y, entrando en la ciudad, plantó su
enseña con la cruz de San Jorge en lo alto del castillo. Pero cual
no sería su sorpresa al encontrar la plaza desierta. Y es que fue
Zuleya la primera en ver la cruz y el diablo, que no olvida, se la
reclamó a Mutamín. Pero el gobernador, dándose cuenta del peligro
que corría su hija, prefirió hacer uso por última vez de su magia,
convirtiendo en piedra a su hija y a todos sus servidores. Y para
satisfacer su promesa, él mismo se entregó al diablo.
[Domínguez, Juan, «La Zuleya de Borja», Aragón legendario, II, págs. 95-97.]