197. EL TESORO ESCONDIDO DE ALÍ MOHAL
(SIGLO XI. MONREAL DEL CAMPO)
Tras arduos y sucesivos intentos,
Rodrigo Díaz se apoderó, por fin, de Valencia. La población
musulmana pudo permanecer en sus casas, pero el Cid gravó a estas
comunidades con ingentes impuestos y, en muchas ocasiones, tuvieron
problemas para reunir el dinero. El ex rey valenciano Alcadir era uno
de los que tenían dificultades para pagar su cuota, de manera que
acudió a solicitar ayuda a un rico moro llamado Alí Mohal. Pero
éste, un verdadero usurero, no estaba dispuesto a prestar un dinero
que consideraba de difícil recuperación, así es que cargó sus
inmensos tesoros en un número interminable de mulas y salió huyendo
hacia el interior del país.
Llegó Alí Mohal a Segorbe, donde el
tributo a pagar por su señor se estipulaba en seis mil dinares. Por
miedo a ser requerido para otro préstamo, también huyó. En Jérica,
la cantidad debida ascendía a tres mil dinares, que tampoco estaba
dispuesto a adelantar, y prosiguió, por lo tanto, su camino. En
Albarracín, el tributo todavía era más elevado, así es que ni se
detuvo. En ese constante deambular, Alí Mohal se dirigió al amplio
valle del Jiloca hasta encontrar, en las cercanías de Monreal, un
lugar que estimó seguro para guardar su inmenso tesoro. Se trataba
de una cueva, la que hoy se conoce como «El Caño del Gato» o,
mejor, «La Gruta del Gato». Invirtió bastante dinero, aunque, en
realidad, era una parte ínfima de su riqueza para adecuar y
adecentar la cueva, disimulando perfectamente la entrada para que
pasara inadvertida.
Alí Mohal convirtió la oquedad en una
magnífica vivienda, en la que se encerró con al menos doce esposas,
todas ellas bonitas y jóvenes, que fue sumando a su harén en cada
población visitada. En las largas horas de espera, para mejor disimular sus tesoros,
los introdujo en sacos cosidos con pieles de gato.
Un día, Alí Mohal fue descubierto
cabalgando por la comarca y, a toda prisa, se escondió en su cueva
palacio. Para mayor seguridad, decidió tapiar la entrada, pero
provocó un movimiento de rocas, de modo que el desprendimiento cerró
por completo el acceso, enterrando para siempre al usurero. Por eso
generaciones de ayer y de hoy han buscado el tesoro, pero sólo han
hallado huesos humanos y restos de bolsas de piel.
[Datos proporcionados como «El Caño
del Gato», por Ángel Fuertes, Miguel A. Sánchez, Ángel Villava y
Alberto Villar. Colegio «Ntra. Sra. del Pilar». Monreal del Campo.]