305. LAS AVENIDAS DEL EBRO Y DE LA
HUERVA
(SIGLO XIV. MONZALBARBA)
El año 1397 fue un año de muchas
nieves y de lluvias abundantes, tanto que las tumultuosas aguas de la
Huerva —aparte de anegar las huertas que daban vida a Zaragoza y de
derribar un número importante de torres y pequeñas edificaciones—
lograron socavar también por los cimientos una buena parte de las
sólidas murallas de la ciudad, incluida la puerta llamada Quemada. A
causa de estas enormes riadas originadas por río tan pequeño
murieron, asimismo, varias personas y animales y buena parte de las
cosechas de matar el hambre quedaron arruinadas.
No menos dramáticos y devastadores
fueron los efectos del ancho Ebro varias veces desbordado, que se
llevó aguas abajo no sólo el puente de barcas de la ciudad, sino
también una sólida torre de piedra construida en medio del río,
arrasando no sólo huertas y campos, sino también algunos lugares y
edificaciones que estaban cercanos a su orilla.
Aguas arriba de Zaragoza, aledaña a la
población de Monzalbarba, en la vera misma del Ebro, la piedad de
los hombres había levantado una capaz y hermosa ermita en época
anterior a la llegada de los moros —la Nuestra Señora de la
Antigua, hoy llamada Nuestra Señora de la Sagrada—, que fue un
lugar importante de referencia y de encuentro piadoso de los
mozárabes zaragozanos durante los muchos siglos que duró la
dominación de los musulmanes.
En esta ocasión, la crecida del Ebro
fue de tal envergadura que llegó a sobrepasar la altura de la puerta
de la ermita de Nuestra Señora de la Antigua, que estaba abierta de
par en par, pero sin que ni una sola gota de agua penetrara en su
interior. Sin que nadie pudiera explicarse cómo pudo ocurrir, el
propio río se constituyó en auténtica muralla, como si se tratara
de un sólido dique de contención invisible. Desde ese instante,
como empujadas por una enorme fuerza sobrenatural, las aguas
comenzaron a descender. Lo que en la ciudad de Zaragoza había sido
destrucción y desolación por los efectos devastadores del Ebro y de
la Huerva desbordados fue mimo y prodigio en la ermita de la Antigua
de Monzalbarba.
[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs.
21-22.]