316. EL CADÁVER DEL PAPA LUNA (SIGLO
XV. ILLUECA)
Las grandes tribulaciones del
papa/antipapa Benedicto XIII, el aragonés Pedro Martínez de Luna,
sólo terminaron con su fallecimiento, ocurrido en su voluntario
retiro de Peñíscola, en el año 1423. Pero, incluso después de
muerto, su recia personalidad siguió dando origen a constantes y
múltiples anécdotas y aseveraciones que circulaban de boca en boca,
de reunión en reunión, incluso de crónica en crónica.
Benedicto XIII había recibido
sepultura en la propia iglesia del castillo roquero que le había
servido de baluarte y aún siete años más tarde de su inhumación
tuvo lugar allí mismo un hecho ciertamente prodigioso e
inexplicable, sobre todo para los más escépticos.
Narra el cronista Martín de Alpartir,
quien fuera prior de la Seo zaragozana y camarero del antipapa, que
tanto el Domingo de Ramos y como el día de Jueves Santo de 1430, a
partir de la humilde tumba de Pedro de Luna, comenzó a extenderse
por todas las estancias del castillo-fortaleza una fragancia
extraordinaria, cual si fuera fruto del néctar de las más bellas y
lozanas flores. Pero, según las crónicas, el aroma embalsamó,
asimismo, el ambiente de toda la ciudad y alrededores.
En vista de tal prodigio, el entonces
alcaide del castillo —ciertamente desconcertado y temeroso por lo
sucedido— mandó aviso urgente al rey Alfonso V, que a la sazón
estaba de visita en la villa de Cariñena, pidiéndole consejo sobre
qué hacer ante tal prodigio. Entonces, don Juan de Luna, sobrino de
Benedicto XIII y conocedor de lo ocurrido, imploró al monarca que
ordenara al alcaide del castillo de Peñíscola que le entregase el
cuerpo sin vida de su tío para trasladarlo solemnemente a Illueca,
su patria chica.
El rey Alfonso V el Magnánimo,
conmovido por aquella manifestación última del inefable don Pedro
Martínez de Luna, cuya proverbial tozudez tantos problemas
diplomáticos le había causado en vida, accedió a lo que se le
solicitaba, de modo que el cuerpo incorrupto del antipapa fue llevado
desde Peñíscola hasta Illueca y depositado en un sepulcro ubicado
en la misma cámara del palacio donde había nacido.
[García Ciprés, G., «Ricos hombres
de Aragón. Don Pedro Martínez de Luna (el
«antipapa»)», en Linajes de Aragón,
II (1911), págs. 187-188.]