96. PEDRO I, CURADO POR SAN MIGUEL IN
EXCELSIS
(SIGLO XI. SAN MIGUEL DE ARALAR)
A punto de finalizar el siglo XI, entre
los muchos prodigios que se atribuyen a san Miguel In Excelsis
destaca la extraordinaria curación del rey Pedro I de Aragón de una
molesta y grave enfermedad que, desde hacía bastante tiempo, sufría
en sus órganos genitales.
Ante la persistencia de la enfermedad,
de sobras conocida en la corte, y con la prudencia que el caso
requería, el rey había llamado a palacio y solicitado consejo a los
más afamados médicos judíos y cristianos de sus tierras, quienes
no vieron manera alguna de atajar el mal del monarca. Decidió, pues,
Pedro I acudir en peregrinación a Roma, donde tampoco encontró
remedio para su dolencia, de modo que, tras descansar de la fatiga,
prosiguió viaje a Salerno, sede entonces del más afamado estudio de
medicina de la Europa del momento. Se hizo visitar y consultó allí
a los prestigiosos médicos de su claustro, pero todo fue en vano, de
modo que decidió regresar a Aragón sin haber recibido ningún
diagnóstico certero y mucho menos remedio.
Una vez en palacio, como desesperado y
último intento, atraído por la fama cobrada por san Miguel In
Excelsis, decidió viajar a sus dominios pamploneses con la intención
de acudir devota y humildemente en peregrinación al santuario navarro. Al llegar
al pie del agreste monte Aralar, en cuya cima se asienta el
santuario, descendió del carruaje que lo había conducido hasta allí
y, llenando de arena unas alforjas preparadas al efecto, ascendió
sin ayuda de nadie cargado con ellas por el tortuoso camino que
conduce hasta la propia ermita.
Cuando el rey coronó la cima, una vez
arriba, aunque exhausto por el esfuerzo realizado, estuvo el rey
orando a san Miguel hasta que lo venció el sueño. Al despertar al
día siguiente y llevar sus manos a las partes enfermas, advirtió,
entre emocionado e incrédulo, que estaba totalmente curado.
Agradecido al santo por el favor recibido, ordenó enseguida al abad que tañesen todas las campanas en señal de júbilo por el venturoso milagro.
Agradecido al santo por el favor recibido, ordenó enseguida al abad que tañesen todas las campanas en señal de júbilo por el venturoso milagro.
[Gómez de Valenzuela, Manuel, La vida cotidiana en Aragón..., pág. 29.]